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Otros cuentos zen

30 de octubre de 2015

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Si tu crees que todos los dias son buenos, eres feliz.

“Si tu crees que todos los dias son buenos, eres feliz”.

 

Las historias budistas que hoy llegan hasta nosotros a través de la escritura no siempre usaron ese vehículo, más bien él es cosa reciente. La enseñanza, Dharma en sánscrito, llegaba a los oídos atentos a través de la palabra de un maestro, incluso hay tradiciones, como el Linaje Kagyu del Vajrayana, que centraban su transmisión en el susurro que este le musitaba a su discípulo como quien le confía un secreto. Milarepa, el yogui tibetano, era también un juglar que improvisaba poemas, canciones e historias por la misma época en que se hicieron famosos los trovadores provenzales.
Como el objetivo era transmitir un saber determinado el relato se hacía por momentos marcadamente didáctico, pero si le quitamos la carga magisterial obtendremos preciosas joyas de la narrativa oral.
Sirvan de ejemplo, y como disfrute, estos otros relatos recogidos por Deshimaru Taisen, solo que en versión cubanísima:

 

 

 

 

 
1.

El oro y el dedo

En lo alto de una montaña de China vivía Senrin. Él era un monje, amigo de la magia, que vivía solo en una cueva. Un día un amigo fue a visitarle y él se puso tan contento que le ofreció una cena muy generosa y hasta le pidió que pasara la noche allí.
A la mañana siguiente el monje, no hallando mejor modo de celebrarle, le entregó a su amigo un bloque de oro puro que hizo tocando con su dedo una piedra del suelo. Pero al hombre no le gustó. Queriéndolo complacer, Senrin, transformó entonces una roca enorme, que tampoco le gustó al visitante.
– ¿Qué es lo que quieres, acaso toda la cueva? – preguntó el monje
A lo que el amigo contestó:
– No quiero el oro, quiero tú dedo.

 

2.

Bajo el puente

Una familia, no teniendo donde vivir ni qué comer, se instaló bajo un puente. Se dedicaban a mendigar por los alrededores. Un día, al regresar, la mujer se quejó de que no había recibido nada de dinero pues el barrio era azotado por una banda de ladrones y la gente tenía miedo de abrir las puertas.
El hijo, que escuchaba atento y hambriento, dijo:
– Nosotros estamos mejor que ellos. Nunca nadie viene a robar bajo un puente.

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