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Nubes en el techo

8 de marzo de 2014

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goterasAcostumbraban a sentarse en el portal en las tardes de verano o invierno, dado que el clima ya no estipulaba las diferencias. Acto constituído desde que el pase a jubilados los arrancó a medias de las agitaciones diarias. Porque pronto comprendieron que por lo menos para ellos, la tranquilidad era un estado ajeno. La despedida de sus respectivos centros con recuento de cualidades en que sobresalía el estricto cumplimiento de las tareas en una asistencia diaria bajo lloviznas y aguaceros, quizás fue la causa de cierto descuido al mantenimiento preventivo de la casa. Y esta, tan envejecida como ellos, reclamaba atención como los ligamentos musculares de los esqueletos cansados.
Si no era una tupición en el fregadero, a la olla se le desprendía el mango y la luz del dormitorio se negaba a iluminar. Y después de que un buen vecino a precios módicos resolviera lo del fregadero, la creatividad isleña injertara el mango de una olla vieja a la relativamente nueva y se obtuviera el bombillo redentor, aparecían otros contratiempos caseros.
La casa y todos sus aditamentos funcionaban al parecer, mediante una cadena invisible que los unía a todos y los hacía protestar de tres en tres y por turno. Les tocaba ahora a la llave del lavadero en un constante goteo y a veces, tercamente negada a cerrar, en el techo de la sala aparecían unas manchas no hechas por un pintor abstracto, si no por la humedad y al jardín lo visitaban a diario, esas hormigas destructoras llamadas bibijaguas.
En esta tarde calurosa de invierno en lugar de conversaciones placenteras, los ancianos sacaban cuentas en el aire para acometer lo del techo, lo más perentorio dada esta naturaleza en revolico continuo. La llave del lavadero podía esperar su turno de cambio. Aunque a ella le dolieran las muñecas, la apretaría con fuerza y él saldría a buscar por el barrio, cierta mata recomendada que según les dijo alguien, espantaba a las devoradoras.
Volvieron a recaer en las manchas del techo y contaron los meses separadores de la temporada de lluvias. Pero la ropa de invierno vuelta a descansar en el closet en este invierno extraño, los alertaba que un “mal tiempo” atmosférico podía aparecer hasta en el día de inicio de la primavera. Él habló de cierto búcaro antiguo que en unión de otras figurillas de porcelana legítima adornaban las mesitas de la sala y al desgaire dejó caer que las trémulas manos de ambos en cualquier momento podían convertirlos en piezas de rompecabezas. Ella interpretó la indirecta directa, sintió un apretujón en el pecho ante otra venta posible, pero razonó que si el techo les caía encima también las destrozaría y posiblemente en compañía de ellos.
En apenas unos minutos, el tiempo cambió. Rápidos nubarrones cruzaban el cielo y un aire húmedo los hizo abandonar el portal. La lluvia fuerte pronosticaba que la noche sería fría. Valdría buscar algunos de los pulóver guardados en el closet, aconsejó el anciano. Ella asintió y marchó al dormitorio mientras el hombre se entretenía en la contemplación de las manchas cual si fueran nubes en el cielo.
Al tratar de abrir el closet, la agarradera se desprendió. La anciana sonrió. Otra tarea para los Hércules ancianos.

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ROBERTO CHORENS / 14 de marzo de 2014

UN ARTÍCULO TODO TERNURA, LAS VERDADES ENVUELTAS EN TERNURA RESULTA ESPERANZA CASI PALPABLE ... GRACIAS ILSE ROBERTO CHORENS