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¡No te vayas Esperanza! (I)

26 de septiembre de 2023

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Esperanza Iris

La mexicana Esperanza Iris fue una de las artistas extranjeras más admiradas y queridas en Cuba, pero lamentablemente hoy son muy pocos quienes la recuerdan en nuestro país.

Tal fue la popularidad que alcanzó la “Emperatriz de la Opereta”, como se le llamó aquí, que, en 1919, fue proclamada como tal en la capital cubana con una corona de oro en medio de atronadores aplausos.

Esperanza Iris retornó una y otra vez a Cuba, donde se presentaba dos veces al año, en temporadas que se prolongaban durante tres o cuatro meses cada una en el teatro Payret.

Sus despedidas se hicieron famosas, al decir de Eduardo Robreño, uno de los más entusiastas estudiosos de nuestra escena nacional. Terminaban siempre en una función de beneficio, y a veces, en dos y hasta tres, y al terminar en cada una de ellas, lo que seducía a la artista, había desmayos de admiradores a los gritos de:

“¡No te vayas, Esperanza! ¡Te queremos!”

Su nombre verdadero era María Esperanza Bofill Ferrer y había nacido en 1888 en la pintoresca región azteca de Tabasco, en Villahermosa. Se dice que se inició con la Compañía Infantil de Austri y Palacios, en la obra “Las Compras del Carreón”, la que permaneció cinco años en cartelera. Después debutó en el teatro Principal donde se consagró en 1902 con la pieza “La Cuarta Plana”, con la que se ganó el respeto del público.

Fue en el teatro Albisu, la hasta entonces cátedra del llamado género chico, que la Iris se presentó por primera vez en Cuba. Le acompañaba su primer esposo, el tenor cómico y primer actor cubano Miguel Gutiérrez, quien subyugado por la mexicanita de ojos rasgados, pelo negro azabache y formas esculturales, formó la compañía Iris-Gutiérrez.

Desde sus primeras presentaciones en La Habana la Iris se adueñó del público y la crítica, que la mimaron en el país desde ese momento.

Nadie como ella para brillar en “El conde de Luxemburgo”, “La duquesa del Bal Tabarin”, “La casta Susana”, y otras piezas del género que la glorificaron no sólo en Cuba sino también en otros escenarios de Latinoamérica y España.

Pero su indiscutible triunfo, con más de doscientas representaciones consecutivas, lo logró al estrenar en el Payret la opereta “La viuda alegre”, del compositor austro-húngaro Franz Lehar, en cuya actuación ella no tuvo rival.

Únicamente se ha acercado a ella, al decir de Robreño, nuestra gran Rosita Fornés.

De vez en cuando la diva mexicana daba a conocer en Cuba nuevas operetas que, como siempre, eran recibidas con devoción por sus admiradores al actuar a todo lo largo y ancho de la isla.

Sentimiento que fue correspondido por la artista, a tal punto que ella pensó construir un teatro en La Habana, exactamente en Prado y Trocadero, en el terreno donde hoy se levanta el hotel Sevilla.

 

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Durante unos meses pudo leerse allí un letrero con la siguiente inscripción: «Adquirido para el teatro Esperanza Iris».

Sin embargo, aquel sueño de la diva no pudo convertirse realidad en Cuba. Sería en su patria, México, donde fundaría poco tiempo después, el referido coliseo, al que se le llamaría años después Esperanza Iris.

Por cierto, se cuenta que en la planta superior del teatro, donde se encontraba su residencia, la Iris estableció una especie de museo con los recuerdos de sus giras internacionales.

Y una parte considerable de ellos, precisó la propia vedette, estaba formada por recuerdos cubanos: joyas, condecoraciones, cartas, pergaminos, objetos diversos, en los cuales se hizo patente el afecto y la simpatía de los cubanos, desde los presidentes de la República hasta los más modestos ciudadanos.

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