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No es suficiente decirlo

11 de octubre de 2013

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Me permito continuar con el tema de la autorregulación o el autocontrol, y aunque ya me he referido a la capacidad de manejar adecuadamente las emociones y los impulsos conflictivos, el auto control tiene otros aspectos como son la integridad, la confiabilidad, la adaptabilidad y la innovación que por supuesto no vamos a abordar todos hoy, porque hay que ir paso a paso, así que me limitaré a hablar de la integridad. Si alguien dice que es íntegro ¿a qué se refiere? Pues regularmente es que es honesto, trabajador, comprometido con su palabra, valiente, incapaz de mentir, de traicionar y creo que la mayoría de las personas coinciden con estos atributos de la integridad, pero decirlo es fácil, lo difícil es llevarlo a cabo, porque las cualidades se prueban en la actuación, o sea, como dice la filosofía la praxis como criterio de la verdad. Sin embargo, hay una característica de la integridad que no se menciona mucho y que es central y me refiero a asumir la responsabilidad de nuestra actuación personal, o sea, una persona íntegra se puede equivocar, puede tener actuaciones que salen fuera de los atributos positivos, pero después de la “metedura de pata” ¿Es capaz de reconocer su actuación y responsabilizarse con las consecuencias? Y es ahí donde se reconoce la veracidad del atributo de quienes ciertamente son íntegros, ya que resulta fundamental que exista una relación funcional entre la cualidad y la actuación. A ver; hace algunos años una madre muy preocupada por los bajos resultados académicos de su hijo y por consiguiente sus pocas posibilidades de acceder a estudios superiores se encontró con un funcionario que le proponía “arreglar el índice académico”, y la madre me contó sobre el asunto y me preguntaba mi opinión sobre que debía hacer.  Yo le aconsejé que se preguntara que le provocaba más disgusto, más emociones negativas; que su hijo no siguiera estudiando o cometer el fraude, o sea con cuál de esas acciones no podría vivir y que ahí tendría su respuesta, partiendo de hecho que ella no quería que ninguna de las dos cosas ocurriera,  a lo cual la psicología llama un conflicto evitación-evitación, pero lamentablemente hay que elegir, así que la decisión está en lo menos doloroso, lo menos negativo. Ella, que yo sé es una mujer íntegra decidió no cometer fraude y derivó a su hijo hacia otros estudios y me dijo que lo más importante para ella era enseñar a  su hijo a asumir la responsabilidad de su actuación personal, sin tomar caminos paralelos. Esta conducta muestra una mujer cuya  motivación fundamental está en su rol como madre, que no significa apelar a engaños para que su hijo lograra éxitos, lo cual es compatible con una conducta recta, y que no siempre es la actuación de las personas cuando creen que no son vistos o nadie se va enterar como ocurre con el chofer que abandona a la persona que atropelló porque nadie lo ha visto y no quiere ir preso o el hombre o mujer infiel que piensa que su pareja no se va a enterar y si se entera, pues miente o llora y pide perdón, pero siendo incapaz de afrontar las consecuencias de sus actos. Es por ello que hay que ver los pro y los contra de lo que pensamos hacer para que después cuando la liebre salte sepamos exactamente si nos la vamos a comer o la dejamos ir.

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