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Música de ida y vuelta

24 de julio de 2018

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Quienes hemos estudiado los procesos de formación de la cultura cubana, sabemos que entre nuestro país y España, existen vínculos e intercambios muy fuertes, desde que los colonizadores peninsulares se apropiaron de estas tierras, habitadas por los aborígenes, e impusieron su cultura en todas las esferas. Respecto a la música, la Sociedad General de Autores y Editores de España, publicó en la última década de la pasada centuria, un interesante libro titulado: “La música entre Cuba y España” de dos autores reconocidos: la cubana María Teresa Linares y el Español Faustino Núñez, quienes abordan el tema con gran acierto, por lo que a él dedicaré mi comentario de hoy.

La doctora Linares, al referirse a las relaciones musicales que tuvieron lugar entre España y Cuba señala: “Dos factores de primordial importancia aparecen ante nosotros  /…/: por una parte la capitalidad habanera y por otra la variedad cultural de los habitantes de Cuba”. Cuando dice “capitalidad habanera”, está evidenciando la importancia que adquirió La Habana al ser designada cabeza portuaria  de América en el contexto ultramarino. En cuanto a la “variedad cultural”, es cierto que cuando los conquistadores desembarcaron en nuestras costas, encontraron diversas etnias dedicadas, principalmente a la agricultura y a la pesca. No es difícil intuir entonces, que los peninsulares llevaran a su país elementos de nuestra cultura musical. Y como también se produjo un fenómeno inverso, a ello se denomina: viaje de ida y vuelta, tema del que, aunque amplio y complejo, ofreceré una especie de apretada sinopsis.

Respecto a la ida, la doctora Linares nos recuerda que durante los primeros doscientos años de la conquista/colonización de América, la flota partía desde el barrio sevillano de Triana, “llevando en las bodegas de sus navíos, imágenes de santos, crucifijos y vírgenes para las recién construidas iglesias americanas, imaginería firmada por los más prestigiosos artistas italianos, pero hechas en realidad en España”. En este punto es  bueno recordar que en el primer viaje de conquista, la tripulación no estaba integrada por los habitantes más respetables de la Península, sino perseguidos de la justicia y portadores de calamidades sufridas allá, que buscaban encontrar aquí buena suerte y fortuna. Entonces no es difícil imaginar que los primeros españoles que se asentaron en Cuba –y teniendo en cuenta que España fue objeto de varias migraciones: celtas, fenicios, romanos, visigodos, árabes…– eran un conglomerado de etnias y, al establecerse en nuestro país, continuaron mezclándose con aborígenes y africanos.

Los recién llegados a nuestro país procedían, principalmente, de Andalucía, Castilla, Extremadura, León y Canarias. Más tarde llegaron vascos, catalanes y gallegos. Durante los siglos XVII y XVIII, fueron los andaluces y en el XIX y XX, gallegos y asturianos. Todas estas migraciones contribuyeron a la transformación del romancero español en Cuba, algunos de cuyos cantos se hicieron muy populares y pasaron al cancionero infantil, entre cuyos títulos aún se recuerdan: “Mambrú se fue a la guerra” “Los tres alpinos” y “Una tarde de verano”, entre otros. Pero además del romance, a Cuba viajaron: seguidillas, tiranas, carambas y géneros como la tonadilla escénica y, más tarde, la zarzuela. Y todas esas músicas se fueron transformando al llegar aquí, cuyo ejemplo más evidente está en la escena, con el surgimiento del teatro bufo cubano y la zarzuela cubana.

 

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El espíritu de las fiestas populares cobró enorme auge en el siglo XVIII, pues al decir de la doctora Linares, “en 1769 se celebraban 534 fiestas”. Sin embargo, no eran españoles ni criollos los músicos que las amenizaban, sino africanos o descendientes de ellos, pues fue un siglo después cuando el hombre blanco empezó a formar parte de actividades profesionales relacionadas con la música.

Como el tema es amplio, lo continuaré en el próximo comentario.

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