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Misterios en la finca de los monos (II)

14 de marzo de 2023

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Rosalía Abreu adoraba a los animales y mucho le interesaba el estudio de su comportamiento. Afirman que en su vasta propiedad había también colecciones de guacamayos, papagayos, canarios, pavos reales, gallos japoneses, ciervos, osos, conejos, caballos, perros, gatos y un pequeño elefante llamado Yumbito.

Su interés por los monos comenzó a fines del siglo XIX, cuando en un viaje al sur de Francia, adquirió una macaca, la que junto a un orangután, oriundo de Filadelfia, constituyeron los primeros ejemplares de lo que sería su asombrosa colección, que incluyó a más de doscientos monos, gorilas, orangutanes, chimpancés y otras muchas especies, que despertaron entre los cubanos curiosidad, temor, burla, y hasta más de un comentario malicioso.

Se contaba que había monos desde el tamaño de una rana hasta el de un hombre.

Al fallecer doña Rosalía, en 1930, a los 78 años, la colección pasó a la Carnegie Institution. Se cuenta también que algunos de sus ejemplares fueron a parar, lamentablemente, a circos nortemericanos.

Lo triste de esta historia es que ni siquiera alguno de sus hijos levantaron sus voces en defensa de una de las mayores colonias de simios del mundo. Y cuando el dictador Machado trató de hacer un zoológico que los albergase, la idea tampoco fructificó por falta de financiamiento.

Lo que más asombra de este famoso experimento, sin duda alguna, fue la historia de Anumá, chimpancé procreado y dado a luz en cautiverio, suceso que tuvo lugar en la finca de los monos, el 27 de abril de 1915.

Gracias al colega y amigo Rolando Aniceto, ya fallecido, conocí de este insólito hecho científico, y del que poco se ha hablado.

Anumá era hijo de Jimmy y Cucusa, dos de los chimpancés predilectos de su ama. Al nacer medía 53 centímetros de talla y 35 de circunferencia craneana, con un perímetro toráxico de 37 centímetros. A los diez años era corpulento, con la estatura aproximadamente de un hombre.

Creció entre ternuras y halagos.

Se mostraba gentil y amistoso, aunque algo malcriado por ser uno de los preferidos de la colonia. Acaso este rasgo de su conducta lo perdió.

En una ocasión Anumá extremaba sus majaderías, y fue regañado por un guardián llamado Juan Lezcano, pero el chimpancé hizo caso omiso de sus palabras, y siguió con sus travesuras.

Para amenazarlo el tal Lezcano introdujo su mano izquierda en la jaula, momento que aprovechó Anumá para, de una mordida, arrancarle dos dedos al custodio, quien, aterrado, sacó su arma y le disparó.

La bala, aunque se introdujo en un costado del cuerpo del animal, no interesó órgano vital alguno, pero con el paso del tiempo, fue avanzando hasta situarse próxima al corazón.

Dos años después fue intervenido quirúrgicamente, y murió como consecuencia de la anestesia.

 

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Así terminó sus días Anumá, chimpancé procreado y dado a luz en cautiverio, nacido un día de 1915, en la finca de los monos de doña Rosalía Abreu, como parte de un experimento de alto valor científico, y sobre el que, sin embargo, se tejió más de una leyenda.

Incluso hoy se dice que en esa misteriosa edificación con forma de castillo, allá en el Cerro, en las noches de luna llena se pueden percibir las sombras de unos monos bailando un vals en honor a su benefactora.

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