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Misterios en la finca de los monos (I)

6 de marzo de 2023

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No es de extrañar que en La Habana de las primeras décadas del siglo XX, fueran muchos los comentarios que corrían de boca en boca sobre la llamada finca de los monos, perteneciente a Rosalía Abreu  rica aristócrata, nacida en 1862, en la ciudad de Santa Clara, quien, luego de enviudar y hacer numerosas donaciones en favor de los cubanos durante la Guerra de 1895, se dedica a criar seres peludos, con los dones de su carácter bravío y un temperamento inclinado al capricho y la controversia “era bien echaita palante”, como la describe el cronista Orlando Carrió.

Se decía que aquella fabulosa mansión en forma de castillo, con indudable influencia francesa, situada en el Cerro, guardaba más de un misterio, pues los simios que allí habitaban, protegidos por diez y ocho guardianes, eran tratados casi como personas, lo que muy pronto convierte el lugar en centro de atención y también de burlas para alguna prensa, que no duda en tildar de loca a doña Rosalía y a tratarla con un tono poco respetuoso.

Tal es la notoriedad del lugar, que cuando Isadora Duncan, la gran bailarina norteamericana, precursora de la danza moderna, llega a Cuba, muestra su interés de conocer dicha propiedad, de la que tanto se le había hablado.

“Visitamos una casa, que estaba habitada por una representante de las más rancias familias cubanas, que tenía la manía de los monos y los gorilas. El patio de la casa, cuenta la artista en su libro “Mi vida”, estaba lleno de enrejados, donde guardaba a sus bestias favoritas. Era este uno de los sitios curiosos para visitantes. La dueña dispensaba a estos una pródiga hospitalidad. Los recibía con un mono sobre el hombro y con un gorila que llevaba de la mano: los seres más domesticados de su colección, en la que había algunos que no eran tan dóciles y que, cuando las visitas pasaban por delante, se agarraban a los barrotes, lanzaban chillidos y hacían toda clase muecas. Le pregunté si eran peligrosos, pero me dijo con desenfado, que, aparte de escapadas ocasionales y algún guardián muerto, eran inofensivos. La noticia me intranquilizó y apresuré mi marcha.”

Cierta o no la historia, aquellos animales, a la vez que mascotas, fueron convirtiéndose, en el lapso de tres décadas, y gracias al empeño de la acaudalada señora, en objeto de profundos estudios científicos.

En la finca Las Delicias –así se nombraba, en verdad- se lograron establecer tres generaciones de simios que, por su importancia, fueron visitados por especialistas de Cuba y del extranjero.

En 1924, el doctor Robert Yorkes, de la Universidad de Yale, presidió una comisión de la Carnegie Institution, y para sorpresa de quienes hacían burla de la ilustre dama, declaró que este era el experimento antropológico más grande jamás realizado, sólo comparable con las observaciones acerca del lenguaje de los monos realizadas por Richard Francis Burton, uno de los traductores de “Las mil y una noches”.

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