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Miguel Otero Silva

18 de marzo de 2021

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Seguir la huella de Miguel Otero Silva en Cuba es tarea para encomendar como tesis de grado a un aprendiz aventajado de detective. El escritor venezolano se cansó de ir y venir entre Caracas y La Habana.

Que sepamos, Miguel anduvo por vez primera por la capital cubana en 1937, cuando partía  al destierro, en periplo que además abarcó a México y Estados Unidos.

En La Habana se movió cual un cubano más. Por su preferencias, por sus amistades, por sus aficiones. El restaurante El Pacífico del Barrio Chino, el Floridita de las esquinas de Obispo y Monserrate, La Bodeguita del Medio de la calle Empedrado 207, estaban entre los sitios predilectos del corresponsal de El Nacional de Caracas. La cocina y la bebida, la arquitectura y el clima, la idiosincrasia y el carácter, en fin, todo lo cubano, eran de su agrado. Y también en el país cultivó muchos amigos.

El editor Félix (Felito) Ayón, el poeta Nicolás Guillén, el periodista Enrique de la Osa, por citar tres, departieron con este hombre en quien el humor se expresó como una faceta más de la personalidad, idónea, por cierto, para dar curso a su talento multifacético.

 

Nicolás Guillén, Miguel Otero Silva, Jorge Mañach y Alicia Alonso.

Nicolás Guillén, Miguel Otero Silva, Jorge Mañach y Alicia Alonso.

 

“Periodismo, humorismo y obra literaria son, en mi caso, tres ingredientes consubstanciales que se han influido mutuamente”, explicaba de sí mismo.

A las simpatías arraigadas por Cuba sumó el autor de Casas  muertas, a partir de 1959, su solidaridad con la Revolución. Entre los días 4 y 7 de septiembre de 1981 concurrió en La Habana al Primer Encuentro de Intelectuales por la Soberanía de los Pueblos de Nuestra América, convocado por Casa de las Américas, de cuyo Comité Permanente formó parte.

Otra escala de su constante transitar la hizo el 11 de enero de 1983, para asistir a la presentación en la sede de la revista Casa de las Américas de su libro Lope de Aguirre, Príncipe de la libertad, ocasión en la que participó de las sesiones del Comité Permanente del Encuentro de Intelectuales por la Soberanía de los Pueblos de Nuestra América.

Por última vez visitó La Habana en mayo de 1985, en estancia de apenas 48 horas. Lo traía una razón importante: recibir la Orden Félix Varela de Primer Grado, la más alta condecoración cultural que confiere la nación, ocasión en que manifestó:

-Significa para mí uno de los honores más altos que he experimentado en mi vida.

 

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