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Medicamentos asesinos (I)

24 de junio de 2016

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Cuando el famoso cantante Michael Jackson, en la víspera del 25 de junio de 2009, pidió a su médico personal que le administrara su “leche”, como solía llamarle al anestésico propofol que le inyectaba cada noche para hacerlo dormir, no sabía que la adicción que había desarrollado por esta droga, y la forma incorrecta en que su médico se lo estaba administrando, en las siguientes horas iba a costarle a él su vida y al galeno su libertad.
Tal como declaró el certificado de defunción, tras conocerse los resultados de los análisis toxicológicos practicados al momento de la autopsia, la causa del fallecimiento del rey del pop fue una intoxicación aguda por propofol. Por su parte, unos meses después de su muerte, el médico personal del artista fue acusado formalmente de haber cometido homicidio involuntario.
En efecto, según declaraciones del propio doctor, a Michael se le administraba por vía intravenosa cada noche propofol diluido con lidocaina, pero debido a que esa noche tuvo especiales problemas para dormir, entre la 1:30 de la madrugada y las 10:40 de la mañana, se le suministraron además otros sedantes.
En un lapso de tiempo de poco más de 9 horas, a Michael Jackson se le administraron 10 mg de diazepam, 2 dosis de 2 mg de lorazepam, 2 dosis de 2 mg de midazolam y finalmente 25 mg de propofol diluido con lidocaina.
Finalmente, alrededor del mediodía del 29 de junio, el cantante fue encontrado en un estado de semi-inconsciencia o de sopor, momento en el cual su médico personal comenzó a reanimarlo y uno de sus guardaespaldas realizó una llamada al servicio de urgencias 911. Los paramédicos, que arribaron 9 minutos después, lo encontraron sin pulso ni respiración, por lo que continuaron la reanimación cardiopulmonar y fue trasladado a un hospital de Los Angeles, pero a pesar de los esfuerzos de los médicos, Jackson fue declarado muerto a las 2:26 de esa tarde.
La muerte de Michael Jackson, a solo 18 días de la fecha en que tendría lugar el primero de los 50 conciertos que el cantante había programado, comenzando en Londres a partir del 13 de julio de 2009 hasta el 6 de marzo de 2010, sin dudas fue una noticia que conmocionó al mundo y desencadenó un torrente de dolor entre todos sus seguidores. La prensa se volcó a cubrir la noticia y de pronto el nombre del propofol comenzó a relucir en los titulares como “la droga con que habían asesinado a Michael Jackson”. Pero para hacer verdaderamente justicia, es preciso analizar las evidencias de esta muerte.
El propofol, de color blanco lechoso, se usa en la práctica médica para conseguir una rápida inducción del sueño en casos de anestesia general o una sedación moderada en caso de procedimientos desagradables como las endoscopias o la reducción de fracturas.
La administración de propofol es muy compleja y solo debe ser practicada por un profesional de la salud en un ambiente médico, ya que el margen de suministro entre sedante y anestésico es muy estrecho y en el segundo caso, ocurre una depresión de la respiración y la actividad cardíaca, que requiere de asistencia médica permanente. Algo que sin dudas, le costó la vida al famoso rey del pop.
Tampoco hay que pasar por alto que el uso irracional e inadecuado del propofol para combatir el insomnio del artista fue la clave principal que ocasionó su deceso, puesto que este agente anestésico intravenoso, de corta duración, puede causar una amplia lista de efectos secundarios, entre ellos la depresión cardio-respiratoria, e incluso puede llegar a ocasionar un paro cardio-respiratorio si es administrado con algún antidepresivo, como sucedió en el caso de Michael.

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