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Martí y Doña Leonor

13 de febrero de 2020

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No abrigo duda alguna de que fue la madre, Leonor Pérez Cabrera, la personalidad femenina que más influyó en José Martí. Ello estuvo determinado no solo por el lógico amor filial entre madre e hijo, el primogénito y único varón nacido de sus ocho partos: la especial relación establecida entre ambos desde la infancia es probable que quedara fijada por sus respectivas personalidades tan parecidas.

Leonor, nacida en 1828 en Santa Cruz de Tenerife, Canarias, demostró desde jovencita una enorme fuerza de voluntad que no cejaba hasta lograr los propósitos que se trazaba. Así lo demostró al aprender a leer y escribir sola, según ha llegado a nosotros desde recuerdos de familia. Hija de un teniente músico del cuerpo de Artillería, emigró con la familia cuando el padre fue trasladado a Cuba en 1842. Diez años después se casó con Mariano Martí, entonces subteniente de infantería. Todo un carácter, es muy probable que fuera ella la que, al apreciar certeramente las dotes de inteligencia de su hijo, impulsara a su esposo a encaminarle por el camino del estudio en lugar de destinarlo a trabajar para obtener fondos para la economía hogareña.

A los nueve años de edad, desde Caimito del Hanábana, actual provincia de Matanzas, donde se hallaba con su padre, Martí escribió a la madre una carta en la que se despide de este modo: “…de su obediente hijo que le quiere con delirio”. Años después, escribió un poema por el cumpleaños de Leonor, una de cuyas tres estrofas parece anunciar su amor filial hacia el futuro de su adultez: “Pasan los años, vuelan las horas// Que yo a tu lado no siento ir,// Por tus caricias arrobadoras// Y la miradas tan seductoras// Que hacen mi pecho fuerte latir.”

Ese amor materno cantado por el hijo fue decisivo para salvarle la vida, primero, al buscarlo y recogerlo en las calles habaneras la noche en que los voluntarios españoles atacaron el teatro Villanueva; después, cuando estuvo condenado a las canteras del presidio. Ella logró sacarle a los cinco meses de semejante castigo, que le afectó los ojos por la cal y marcó para siempre su pierna y su ingle por las cadenas que arrastraba. Unos meses más en esas terribles condiciones que luego narró en su opúsculo titulado El presidio político en Cuba, y el muchacho de diecisiete años hubiera muerto sin entrar en la historia. Decidida, Leonor acudió a las oficinas del capitán general y escribió una carta a esa autoridad suprema en la Isla: el hijo fue indultado y deportado a Isla de Pinos y luego se le concedió permiso para viajar a España.

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Doña Leonor Pérez, 1852

Fuerte y exigente la madre, trató siempre que el hijo ejerciera como abogado, con la esperanza de que su talento le llevaría al éxito y a obtener una buena clientela que le permitiría mejorar la economía familiar. Debatieron a menudo; en México, cuando se rencontraron en 1875 luego de Martí haberse graduado de Derecho y de Filosofía y Letras en Zaragoza, porque él escribía poemas y textos para la prensa, y andaba en cosas de teatro y en amoríos con actrices; luego, reprochándole al hijo amado por no recibir cartas suyas con la frecuencia que ella deseaba y por su dedicación a la política: “desde niño te estoy diciendo, que todo el que se mete a redentor sale crucificado” y ”mientras tú no puedas alejarte de todo lo que sea política y periodismo, no tendrás un día de tranquilidad.”

Martí, sin embargo, señaló alguna vez que había que morir en la cruz cada día y ya no resultó de adulto el niño obediente que había sido. No tenemos las cartas del hijo, pero sí expresó en las dirigidas a hermanas y amigos su enorme cariño por Leonor, quien recibía buena parte de sus ingresos por el ejercicio del periodismo.

La única de esas misivas que se ha conservado completa es la datada el 25 de marzo de 1895, días antes de embarcarse para la guerra de Cuba, en la que halló la muerte en combate. Amor, ternura y comprensión rebosan sus dos breves párrafos.

“Madre mía: Hoy, 25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensando en Vd.—Vd. se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y ¿porqué nací de Vd. con una vida que ama el sacrifico? Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil. Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre.

“Abrace a mis hermanas, y a sus compañeros. Ojalá pueda algún día verlos a todos a mi alrededor, contentos de mí. Y entonces sí que cuidaré yo de Vd. con mimo y con orgullo. Ahora, bendígame, y crea que jamás saldrá de mí corazón obra sin piedad y sin limpieza. La bendición.— Su J. Martí

Leonor murió el 19 de junio de 1907, a los 77 años de edad. No pudo ver a su hijo tranquilo, a su lado, mas imagino que orgullosa de aquel hijo de corazón piadoso y limpio al que seguramente, desde la distancia, dio la bendición.

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