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Martí batalla y lidera desde Nueva York

14 de enero de 2022

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Paseo del Prado, Detalles de la estatua de Marti, (foto Liborio Noval)  Abril 2003

Paseo del Prado, Detalles de la estatua de Marti, (foto Liborio Noval) Abril 2003

 

Hace 130 años, por estos días de mediados de enero de 1892 Martí se encontraba en Nueva York de regreso de su segundo viaje a Tampa y el primero a Cayo Hueso. Sus cartas de esos días revelan su contentura por haber encontrado apoyo en las emigraciones de ambas localidades a sus planes para lograr la unidad patriótica y volver a pelear con las armas por la independencia de Cuba frente al colonialismo español. Allá en la Florida, con entusiasmo unánime, se habían aprobado los documentos básicos para crear el Partido Revolucionario Cubano; las Bases y los Estatutos secretos. Andaba por buen camino, pues, su programa para abrir paso a una república nueva, de paz y trabajo, de justicia social, capaz de evitar la anexión promovida desde Estados Unidos y de impulsar la concertación de los pueblos que él llamó Nuestra América.

A pesar de que su salud se resintió durante aquel viaje y de que desde su arribo a Nueva York tuvo que guardar cama varias veces, encontró tiempo para reunirse con el club Los Independientes, donde sus miembros se adhirieron al partido que se iniciaba. Sus alumnos cubanos y puertorriqueños de La Liga reconocieron lo acertado de la propuesta martiana.

Sus misivas de entonces expresan esa satisfacción que le colmaba. Al general Serafín Sánchez, con quien esperaba reunirse, le cuenta el 11 de enero: “Mucho tengo que decirle. Estoy sin voz y sin medula, pero hallé mucha nobleza, e hicimos todo lo que había que hacer. Mucho hemos hecho.” Y le escribe al joven de 24 años Eligio Carbonell, residente en Tampa junto a su padre, Néstor Leonelo, comandante de la Guerra de los Diez Años: “no quisiera yo mejor fortuna que la de tener siempre su juicio y su afecto a mi lado.” Le entrega, además, su impresión de aquella emigración de “nobleza y sensatez”: “No es solo gratitud lo que siento por haber inspirado esa fe,— ni la alegría de poder ver a un vasto número de hombres con cariño de familia, sino el gozo de orgullo de ver a un pueblo tan bien preparado ya para la libertad; de ver tanta alma de oro, por el brillo y por la fortaleza.”

A Serafín Bello, uno de sus más leales colaboradores en Nueva York y en Cayo Hueso, le dice el 15 de enero: “Ese es mi pueblo, y en él tengo fe.” Ya no nos zarandean como títeres, ni pueden tanto como antes entre nosotros las envidias y celos de la tierra.”

Con el coronel Fernando Figueredo, uno de los líderes del Cayo a quien había conocido unos días atrás, le confiesa el15 de enero su fracaso matrimonial: “Todo, Figueredo, se lo he dado a mi patria, hasta la paz de mi casa. Todo va bien en este carro mío, menos el eje, que va roto.” Y le añade: “Vd. y yo somos bayameses, porque yo tengo de Bayamo el alma intrépida y natural, y los dos somos hijos de la verdad de la naturaleza.” Y continúa: “¿Su Cayo?: es la yema de nuestra república. Estallar es una cosa, amasar es otra.”

A Ángel Peláez, otro joven de 25 años, escogedor de tabaco en Cayo Hueso, y uno de los organizadores del viaje de Ma1rtí a esa población, le explica cómo dar a conocer el programa revolucionario ya en marcha para Cuba: “Publiquen, publiquen. A Cuba por todos los agujeros. Las guerras van sobre caminos de papeles. Que no nos tengan miedo, que nos deseen. Que lleguen a tener confianza en nosotros. Es más fácil invadir un país que nos tiende los brazos, que un país que nos vuelve la espalda. Abrirle los brazos a fuerza de amor. Y a fuerza de razón abrirles el juicio.”

Martí era ya el líder que aconsejaba y marcaba el rumbo hacia la patria libre.

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