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Martí afronta al autonomismo (I)

10 de febrero de 2023

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José-Martí1

 

El Partido Autonomista surgió en Cuba al término de la Guerra de los Diez Años en 1878, cuando gobierno español autorizó la celebración de elecciones para que Cuba enviara sus representes a las Cortes. Esta agrupación solía presentarse como la representante de los cubanos frente al Partido Unión  Constitucional, llamado integrista porque sostenía el criterio  de mantener el sistema colonial de pleno control desde Madrid sin conceder siquiera la autonomía. Las elecciones para diputados por la Isla fueron monopolizadas por los integristas hasta el cese del colonialismo hispano. Los autonomistas  se quejaron más de una vez sin resultado alguno e insistieron en participar en aquella farsa política del colonialismo.

La idea y la política autonomista se oponían al independentismo, por lo que al crearse el Partido Revolucionario Cubano en abril de 1892, este encontró la crítica sistemática  de los autonomistas quienes tildaron de fracasada aquella opción y calificaron en términos negativos la idea martiana de la guerra necesaria como única opción que dejaba la metrópoli, pues ella significaría muerte y destrucción para Cuba.

La disputa de ideas entre autonomía e independencia se desató en la política cubana, y Martí fue quien llevó la voz cantante desde el lado de los patriotas. Su discurso ante la emigración  neoyorquina el 31 de enero de 1892  fue uno de sus más brillantes análisis al respecto y trazó la línea de acción del Partido: debate de ideas y demostración de la inutilidad del autonomismo para resolver los problemas de Cuba y Puerto Rico bajo la dominación española junto a la validación de la vía arada como solución a aquella.

El Maestro inició sus palabras explicando como la reforma electoral para las colonias aprobada por la metrópoli, la cual encontró rápido apoyo autonomista, no significaba la apertura del voto a las grandes mayorías y la califica de “nula y ofensiva”, mientras que objeta “la premura injustificable con que el único partido cubano visible en la Isla acató la ley ineficaz para resolver, o encaminar a resolución, los problemas vitales e inmediatos de  Cuba.”

Señala el Maestro que no se ve en esa política cubana “razón alguna de alabanza” por lo que abandona ante ello “el silencio penoso”, según “práctica que tenemos por previsora y cuerda, la censura de los cubanos revolucionarios a aquellos otros cubanos que por indiscutible fe, o timidez elocuente, solicitan una forma de gobierno inútil de un pueblo incapaz de concederla…” Declara que ese “acatamiento inoportuno de una ley que solo puede exacerbar su indignación”, por lo lo cual el Partido Revolucionario Cubano, ante “el peligro cercano de desordenada revuelta”, “vela sobre la revuelta inevitable, sin arrogancia ni ira, para tener unidos, a  la hora de la rebelión culpablemente abandonada a sí misma por los medrosos y los ciegos, todos los elementos posibles de vigor y de orden.”

Sagazmente, Martí opone así la tesis de la preparación de una guerra bien definida y organizada y no un estallido colérico y espontáneo en lugar de la pusilánime acción autonomista que tendía  a mantener el sistema colonial. Razón y orden, pues, eran lo patriótico y necesario para  Cuba, y tales eran el ofrecimiento de los revolucionarios que se habían organizado en el Partido conducido d por él en su condición de Delegado.

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