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María de los Ángeles Santana (XXXIX)

14 de febrero de 2020

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Para los lectores de esta sección procedemos a intercalar capítulos de nuestro libro Yo seré la tentación: María de los Ángeles Santana, publicado por el sello Letras Cubanas, cuya tercera edición acaba de ser puesta a la venta en ocasión de la Feria Internacional del Libro de La Habana correspondiente al 2017.

Queda bastante agradecimiento en la Santana hacia el profesor Lalo Elósegui al revelarle experiencias en el canto que enriquecen su anterior aprendizaje materno y le suministrarán un entendimiento más profundo sobre el arte de la interpretación vocal.

Me había entregado de lleno al estudio del canto en beneficio de mi propio rendimiento. No hay como el conocimiento total de algo si se desea que cueste menos trabajo. En ese sentido, debo recordar a Elósegui por sus enseñanzas, entre ellas su insistencia en la naturalidad, en que la interpretación nunca debía proyectarse con ampulosidad y cómo a través del desarrollo de una obra se dan las transiciones necesarias para que, por su propio impulso, el cantante llegue al clímax.

El aspecto fundamental de las clases de Lalo Elósegui era la afinación y al ser siempre tan sincera en mi trato a los que me han enseñado o dirigido, yo le decía:«Maestro Elósegui, usted no tiene oídos, sino un par de antenas. ¿Cómo  puede detectar hasta en una media voz, casi en un leve murmullo, una insignificancia que desequilibra el tono real?» ¡Vaya, por algo era Lalo Elósegui! ¡Por algo se destacó como maestro y obtuvieron tantos éxitos algunas artistas que se formaron con él!

Además, sin faltar el respeto, no tenía reparos en expresarle a cualquiera que ese no era su camino, que eligiera otro y dejara el del canto para personas con más facultades, con más dedicación y respondieran mejor al sacrificio de estudiarlo; consideraba que es una carrera de entrega absoluta, no se podía tomar en juego, sino por encima de las restantes cosas de la existencia.

Los estudios con Elósegui me permitieron conocer cada una de las características de mi voz que, como todo lo demás, cambia en el individuo con el paso del tiempo. En mi debut en Películas Cubanas se proyectó con la misma ingenuidad que yo procedía en la vida, lo cual era fruto de mi crianza. Estaba estupefacta al verme inmersa en un mundo de actores, músicos y directores que antes admirara a distancia; me sentía una persona diminuta entre ellos y lógicamente eso se reflejó en la voz, que se escuchaba llena de candidez y correspondía a la de una tiplecita sin la personalidad adquirida luego de encontrar en la música la expansión de mis sentimientos.

Creo que resulta imprescindible tener en cuenta el papel de los maestros y sus sugerencias, por ejemplo: «Mira, ¿por qué no bajamos esta obra medio tono para que puedas sacarle más partido a las notas graves escritas en la partitura con el dominio que posees ahora de ese registro en tu voz?» Asimismo, ellos lo orientan a uno en la creación de su propio estilo que, en definitiva, será lo esencial. De hecho, cualquiera que oye a alguien cantar una pieza determinada lo compara de inmediato tras escuchársela a otros intérpretes y nota diferencias en cada caso. Y es que cada artista la asimila, la siente, de un modo distinto al cantarla.

Elósegui coincidía con Lecuona en que uno valorara la importancia de la interpretación y en recalcar que el canto debe sentirse antes de llegarlo a decir; que si uno no lo fabrica adentro, en el corazón, jamás en la vida tendrá el valor, la potencia, la calidad requerida, en el que lo recibe. Claro, no es tan sólo lo que puede sentirse, sino también lo que cada cual es capaz de lograr con la voz, que es uno de los órganos más delicados del ser humano y, si uno lo maltrata, es capaz de vengarse, de generar situaciones desagradables que pueden terminar de un golpe, sin explicaciones, con una carrera profesional.

Cuando tomé conciencia de que debía cuidar mi órgano vocal como la vida misma, empecé a bajar los tonos de varias obras de mi repertorio. En los días de plenitud vocal llegué a un la, una nota respetable, pero al considerarlo necesario bajé al bemol y posteriormente a la parte media del piano. Recuerdo que una de las primeras ocasiones en que lo hice fue al regreso de uno de los tantos viajes por el exterior del maestro Lecuona y él me citó al ensayo de un concierto. Le dije:«Maestro, con su permiso, debo explicarle que esa canción la he bajado medio tono. La hago ahora en tal tono, en lugar del que antes me la acompañaba usted». Y si se trataba de un estreno, le pedía que lo tocara en el piano y ajustara la tonalidad. Por supuesto, siempre pidiéndole perdón con mis palabras. Quién era yo para exigirle algo a él, dueño de la absoluta libertad de dárselo a otra integrante de su elenco que lo hiciera tal y cómo había concebido esa composición. Sin embargo, hasta en eso el maestro Ernesto Lecuona mostró su comprensión, su generosidad, y sin el mínimo disgusto bajaba el tono de la pieza para que me fuera más cómodo cantarla.

No podría definir el criterio del maestro Lecuona con respecto a mi voz. Él era bastante reservado en sus juicios, pero hablan a favor de ella las reiteradas invitaciones a participar en sus conciertos y las canciones de suma belleza que me dedicó, las cuales ni el mismo valoraba justamente al decirme:«Le hice un numerito y deseo que lo estrene». Sí puedo asegurar que él y Elósegui admiraban mucho mi oído armónico, algo tan fundamental en la música, sobre todo al hacer un dúo. ¿Qué sucede en un dúo si tu oído armónico no está al nivel del que aborda la segunda parte, la primera o bien un falsete? Sencillamente se estropea la afinación del otro artista, porque para que pueda cantar correctamente se requiere que sean exactos el tono y la medida de ambos.

Hay un ejemplo en mi vida de eso que acabo de afirmar cuando el maestro preparaba la grabación del disco Lecuona y sus intérpretes, en el cual aparece la criolla-bolero Tus ojos azules, cantada a dúo por Sara Escarpanter y yo. Quiero subrayar, en homenaje a esa señora y en tributo a su memoria, pues desgraciadamente la perdimos, que hizo dúos con pocas cantantes. Era muy exigente, cuidaba todo lo que interpretaba y tenía sus razones en proceder de esa manera al contar con una voz prodigiosa, con una limpieza y tono perfectos, aparte de su exquisito concepto acerca de la música. Al prepararse esa placa discográfica, el maestro le explicó: «Vas a cantar esto y Tus ojos azules a dúo con…». Pero ni lo dejó mencionar el nombre al completar ella misma la frase y decirle: «Con María, ¿no?»

Aunque él lo había pensado, casi se lo impuso al maestro, que se alegró al coincidir con la Escarpanter en la elección. Para mí fue un honor que una artista tan extraordinaria estableciera esa premisa y me dijera: «Haces lo que quieras, sé que vas a caer bien cuando yo tenga que entrar». En la grabación le hice hasta un contracanto, e incluso, un falsete, tras un previo ensayo con Lecuona e ir él plasmándolo  todo  en  un  papel  pautado  a  medida  que  los tres nos poníamos de acuerdo para la grabación con la orquesta y el maestro al piano. Así salió ese maravilloso disco y aquel dúo con Sara, a la que quedé agradecida por su gesto. Eso sí, al manifestárselo me aclaró: «No lo veas como un halago. Te ignoraba si tuviera la seguridad de que no podías hacerlo».

En los largos años que me dedicaría al canto fueron inapreciables los consejos y orientaciones de mis maestros, aunque alguna de ellas hasta me pareciera descabellada. En este sentido recuerdo que mucho tiempo después de mis clases con Elósegui tuve un profesor llamado José Ojeda, formador de importantes figuras del teatro lírico cubano.

Por mis estudios anteriores manejaba correctamente la emisión de la voz a partir del diafragma, que sube y baja dando la impresión de que las notas salen del vientre, y un buen día el maestro Ojeda me dijo tajantemente: «Hoy no deseo escuchar esa voz diafragmática, quiero oír la que sale por los párpados». Pensé: «¡Dios mío, estoy en presencia de la locura personificada! ¿Cómo voy a emitir la voz por los párpados?» Y me demostró su existencia en ese momento de la proyección de la voz hacia arriba, una vez impostada, en que ella indica estar lista para salir con un ligero temblor, más bien un cierto escozor en los párpados. Esa era su llamada voz que «sale por los párpados».

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