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María de los Ángeles Santana (XXXI)

15 de noviembre de 2019

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Para los lectores de esta sección procedemos a intercalar capítulos de nuestro libro Yo seré la tentación: María de los Ángeles Santana, publicado por el sello Letras Cubanas, cuya tercera edición acaba de ser puesta a la venta en ocasión de la Feria Internacional del Libro de La Habana correspondiente al 2017.

 

En el folio 831 del libro número 10 de matrimonios de la Iglesia de Jesús del Monte o del Cristo del Buen Pastor, puede localizarse el acta del matrimonio de María de los Ángeles y Fernando Portela ante Nicanor Suárez Cortina, presbítero de la Santa Metropolitana Iglesia Catedral. Consigna el documento, la presencia de José Manuel Soravilla Agüero y del venezolano Pedro Ravelo Arango, en calidad de testigos; y de Santiago Santana y María Josefa Rojas, viuda de Portela, como padrinos.

Sin abandonar su presuntuosa terminología, la crónica social de periódicos capitalinos divulga la noticia con los pormenores de la boda, que se celebra a las seis y treinta de la tarde. Siempre amante de la sencillez, las galas del acto sólo constituyen para María de los Ángeles la satisfacción de un deseo familiar. Tras descender del automóvil que la conduce al templo, admira el esplendor de La Habana desde la plazoleta situada frente a la Parroquia de Jesús del Monte, en cuya torre cuadrilátera aún permanecen cinco campanas fundidas durante 1870 en Nueva York, las cuales recibirán los respectivos nombres de San Joaquín, Santa Ana, San José, Nuestra Señora de las Mercedes y El Buen Pastor, la mayor de todas ellas.

Aunque era enemiga de lo que se saliera de mi verdadera personalidad, de mi gusto por lo simple, quise complacer a mis padres y a los de Fernando, ya que en ambas familias nadie había dejado de hacerlo y me vestí con un traje de raso y encaje blanco y un velo kilométrico en la cabeza como característica más importante de la doncellez.

Lo que sí me emocionó fue el inicio de la marcha nupcial y entrar en la Iglesia de Jesús del Monte del brazo de mi padre, que, presionando un poco el mío mientras caminábamos sobre la alfombra, me dijo bajito y muy emocionado: «Es increíble cómo una ceremonia tan importante en tu existencia me trae los recuerdos del día en que caminé junto a tu madre al salir casados de la Iglesia de la Loma del Ángel. ¡Quién me iba a decir que ahora no es Adela la que va prendida de mi brazo, sino mi hija menor!» En fin, fue hermoso escuchar en ese instante una de las expresiones que él creaba y conmovían al más escéptico.

Posteriormente me retrataron en un área de la sala de mi casa y en el centro colocaron a la doncella luciendo su atuendo. Se hizo un brindis con lo usual en la época: champán y el bufette, el cual se encargaba a determinada dulcería que ofertaba diferentes precios. Incluía el cake, coronado por la clásica pareja de novios, y los llamados dulces de «salvilla», que eran bandejas y más bandejas llenas de yemitas de huevo, de coco, panetelitas borrachas, de chocolate, piquininos…

Una vez terminadas las fotografías, me quité el vestido de novia a la velocidad de un cohete y partimos hacia San Miguel de los Baños, donde existía un hotel sumamente apreciado para disfrutar de la luna de miel. Al regreso a La Habana fuimos a vivir en la casa de al lado, o sea, en la que papá tuviera su consultorio, el cual acababa de trasladar a la calle Acosta, en La Habana Vieja. Mandó a hacer ciertas reparaciones, y nos la amuebló con preciosos juegos de cuarto, sala y comedor.

Tan pronto resultó factible hablé con Zayas sobre las coordinaciones de una prueba cinematográfica que debía pasar. Lo que yo ignoraba es que en el arte no se debe hacer ni un ensayo, si tienes vocación te atrapa para el resto de tus días; empieza uno a soñar que ahí se encuentra marcado su porvenir. Desde el principio, me dispuse a entregarme a él acompañada de mi carácter, con el cual siempre alcanzaría satisfactorios resultados y jamás quebranté los principios inculcados por mis progenitores. Con paciencia fui capaz de demostrarle a papá que la moral habita dentro de uno, no en el medio a desenvolverse, y que en el del arte —cuyas dificultades y asperezas no dejo de reconocer—, también se puede ser virgen y mártir.

(CONTINUARÁ…)

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