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María de los Ángeles Santana XLVIII

13 de junio de 2020

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Un cronista de Excelsior deja anotadas en las páginas de ese periódico las peculiaridades del ballet afrocubano “Una noche en La Habana” que, con rotundo éxito, se mantiene en cartelera por espacio de siete semanas:

Inspirado en las manifestaciones folklóricas de la Perla de las Antillas, donde palpitan las misteriosas leyendas afrocubanas, este ballet se divide en dos partes: “Fiesta Negra”, se llama la primera, “Fiesta Blanca”, la segunda.

En la “Fiesta Negra”, vemos a la sacerdotisa. “La Babalao”, como la llaman los negros cubanos, dirigiendo, con ritmo endemoniado, las ceremonias santeras que tienen lugar en La Habana, extraña reminiscencia, refinada por la civilización, de las fiestas primitivas que se celebran en lo más profundo e ignoto de las selvas africanas.

[…]

La segunda parte, Fiesta Blanca, escenifica una plaza cubana, en donde las hermosas hijas de la exuberante isla pasean al estilo español, abanico en mano, cálida sonrisa en los labios.

Espontáneamente nace la fiesta, las “guajiras” trepidan sobre la escena, los blancos vestidos ponen una nota brillante de color, mientras María de los Ángeles, alta, esbelta, con voz profunda y sensual, desgrana una canción melódica.

Cesó la fiesta. Por la plaza desierta deambulan, nada más, cansadas y somnolentas, las tristes “mariposas” del amor.

Pero una “comparsa” que se retira hace vibrar nuevamente la plaza con sus ritmos calientes y de los lugares más recónditos salen otras mariposas nocturnas que se purifican en la danza y adquieren relieves insospechados de belleza y juventud.

La fiesta termina con un desfile triunfal de la comparsa y las mariposillas, a las que la danza exalta y eleva.

Sobre el sentido simbólico de estas danzas, manifestación de un estado de ánimo de auténtica raíz popular, vestidos maravillosamente deslumbrantes, jóvenes bailarinas guapísimas y la ejecución impecable de Alicia Parlá, en “La Babalao”, María de los Ángeles y Alfredito Valdés. […]».

La música de “Una noche en La Habana” era una mezcolanza de composiciones de diversos autores cubanos, y especialmente para que yo la estrenase en esa obra Eliseo Grenet escribió “Habanera”, la cual se convertiría en un éxito dondequiera que la interpreté en México, luego de recibir una ovación al cantarla por primera vez en el Sans Souci —vestida con una preciosa bata cubana diseñada por Sergio Orta y hecha con organza de color blanco—, secundada por un grupo de bailarinas que exhibían un atuendo simillar y la orquesta bajo la dirección del maestro Mario Ruiz Armengol: Habanera de lindo talle,/ habanera de pie chiquito,/ habanera que por la calle/ vas dando el perfume que emana tu ser.// Habanera, mujer de fuego,/ que al andar mueves la cadera/ y que das a tu carne el juego/ de la airosa palma de suave mecer.// Marcando vas un son,/ ciñendo el pañolón,/ habanera gentil, un perfume sutil,/ va dejando tu cuerpo al pasar./ Si llegas a querer/ acuérdate, mujer,/ que esperándote está un amor sin igual/ que mi alma no puede olvidar.

Al empezar en el Sans Souci mis experiencias artísticas sólo habían sido en el cine y la radio, medios con características específicas y diferentes a las del cabaret, el cual tiene el inconveniente de la proximidad a las mesas de los asistentes y en las que constantemente se musitan frases, viéndose obligado el artista a recurrir al mayor ejercicio de su capacidad de concentración para no distanciarse de lo que intenta mostrar a los espectadores. Tal cercanía determina, además, que no debe mancharse la visión que el público posee acerca de uno como persona de modales elegantes, finos y despojada de excesos que puedan provocar la repulsa del acompañante femenino.

Esas cuestiones las aprendí en el Sans Souci. Allí por primera vez mostré ante el público mis muslos y piernas que con anterioridad sólo había enseñado en la playa. La cadencia del baile y la bata cubana que usaba al hacerlo me ayudaron mucho para que a veces, sin proponérmelo, dejara abrir un poco más la parte delantera de la falda, permitiendo que se vieran las piernas, los muslos, sin constituir una provocación concienzuda y causar malestar entre las mujeres. Paulatinamente en el cabaret uno adquiere la habilidad y seguridad al lograrlo, pero debe estar relacionado siempre con lo que uno canta y sin desentonar con la letra y la música de la obra interpretada.

Es una cuestión difícil de describir, equivale a una lección recibida cada día. La artista que lo pone en práctica llega a saber dónde está el peligro dentro de la libertad permitida por el cabaret, adquiere confianza en ese aspecto de su trabajo y comprueba lo que ha consolidado al respecto cuando efusivamente recibe los aplausos de quienes colman un centro nocturno. Por eso fue de extremo valor para mí trabajar varias semanas en el Sans Souci, de la ciudad de México.

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