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María de los Ángeles Santana XLVII

27 de mayo de 2020

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Para los lectores de esta sección procedemos a intercalar capítulos de nuestro libro Yo seré la tentación: María de los Ángeles Santana, publicado por el sello Letras Cubanas, cuya tercera edición acaba de ser puesta a la venta en ocasión de la Feria Internacional del Libro de La Habana correspondiente al 2017.

 

En su edición del 24 de marzo de 1944 el Diario Fílmico Mexicano publica fotografías de La Santana, entre las cuales se intercalan algunos párrafos en los que se informa a los lectores sobre la presencia de la artista cubana en una próxima realización cinematográfica nacional:

Una nueva adquisición del cine mexicano, que cada día se hace más continental, merced a sus triunfos, que lo han llevado a dominar todos los dorados mercados de la América que habla el mejor idioma del mundo: María de los Ángeles, cubana de nacimiento, pero universal, esa es la palabra, por la hermosura, ya que reúne todas las condiciones físicas que el tipo moderno de belleza le pide a la mujer: alta, ni gruesa ni delgada, blanca sin ser rubia, con un par de maravillosos ojos de color miel, y un cuerpo, caballeros, de esos que tiran de espaldas.

María de los Ángeles tiene una amplia experiencia artística, pues ha trabajado mucho en su tierra, siempre con éxito. Pronto la veremos actuar en una película mexicana, pues ya ha recibido proposiciones en firme para ello. Y estamos seguros de que no nos hará quedar mal, ya que aparte de la belleza que antes tratamos inútilmente de describir, es una mujer inteligente, que sabe actuar.

 

Llegué a los estudios Azteca, donde se rodaría la película, para hacer la prueba correspondiente, la cual pasé bien, aunque internamente sentí más miedo que durante mi debut con Películas Cubanas: en México no me hallaba entre mi gente, ni tenía esa disculpa que tal vez puedan dispensarle a uno sus compatriotas dentro del mismo patio. En aquel instante iba a ser contratada por una empresa cinematográfica en el extranjero para uno de los papeles principales de la película Asesinato en los estudios: el de Pola Bianqui, bastante inspirado en el de la actriz Pola Negri del cine hollywoodense.

Vinieron los días del rodaje al lado de Fu Man Chu, que era un individuo con un alto sentido de la caballerosidad, del compañerismo, me ayudó extraordinariamente en mi caracterización, que se las traía. Según las apreciaciones de él y del director pienso que no salí tan mal parada de la filmación, aunque el principal éxito de ese largometraje, se debió a que encabezaba el elenco un artista sumamente serio en su labor; podía salir vestido de etiqueta para transformar en un conejo una carta sacada de un juego de barajas, pero siempre acompañaba ese acto de una fraseología elegante, graciosa, y de un pleno convencimiento de su desempeño teatral.

Esto último realzaba sus actuaciones y constituía algo importante en ellas, independientemente de que siempre hay que ser un verdadero mago al encaramarse en un escenario, donde el que sube debe tener en cuenta los distintos sentimientos humanos del espectador y, sobre todo, poseer el don de la sinceridad para penetrar en el corazón del público. Fu Man Chu dominó todo eso en demasía.

Asesinato en los estudios tenía sus componentes de amor, de misterio, de crímenes, de celos y resultó una película taquillera y original, su argumento recurría a una modalidad que más tarde se abordó con mucha profusión en el séptimo arte: el cine dentro del cine. La trama giraba en torno a dos asesinatos que se efectúan durante el proceso de rodaje de una película y cuyo autor sería descubierto a la larga por Fu Man Chu, devenido detective.

Aún permanecen frescas en la memoria de María de los Ángeles las agotadoras jornadas de Asesinato en los estudios, las cuales, aparte de David T. Bamberg (Fu Man Chu), la relacionan con otras figuras que participan en ese largometraje de ficción: Ángel T. Sala, Ricardo Mondragón, José Pidal, José Morcillo, Freddie Romero, Alma Lorena, Salvador Lozano, Víctor Velázquez, Roberto Cañedo, Austy Russell, Esther Beltri, así como Esther Luquín y Ramón Armengod, quienes aparecen de forma incidental junto con René Cardona, que los dirige en una escena en filmación dentro de la propia película.

Sin aún terminar el proceso del rodaje de Asesinato en los estudios, La Santana acepta las proposiciones de Miguelito Triay, gerente del lujoso cabaret Sans Souci, de la ciudad de México, para estrenar en ese centro nocturno el 8 de abril de 1944, el ballet en dos actos “Una noche en La Habana”, con coreografía de Sergio Orta y la dirección musical de Mario Ruiz  Armengol.

A Miguelito Triay lo conocía del Sans Souci, de La Habana, y fue tanta su insistencia que decidí aceptar su oferta de trabajar en el de la capital de México. Se trataba de la puesta en escena de un ballet concebido por Sergio Orta, quien había alcanzado un sólido prestigio por su labor en centros nocturnos y películas en Estados Unidos, en las que incluso participó en calidad de actor y aprovechó su gordura como algo llamativo.

Después de mi debut en Películas Cubanas y el rodaje de Conga Bar, de nuevo volví a enrolarme en una experiencia de trabajo con Sergio Orta, cuyas concepciones coreográficas eran para mí, en su época, las mejores que existieran en Cuba antes del surgimiento de Rodney, pues supo agrupar y mover a la perfección en un escenario a un numeroso grupo de figuras, lo cual no pudo lograr antes otro artista de su tipo con tanta calidad.

Él inauguró verdaderamente en los cabarets cubanos el famoso desfile de las modelos y a su disposición también puso sus dotes como diseñador de fabulosos vestuarios y grandes sombreros llenos de plumas, flores y bombillitos que deben de haber ocasionado grandes dolores de cabeza a las mujeres mientras lucían esos edificios de seis pisos. Su entrada en la pista tenía una estrecha relación con el espectáculo presentado, sin interferir en lo absoluto las ejecuciones del cuerpo de baile o la actividad de un cantante, cada uno dominaba muy bien su lugar en el escenario. Esa mezcla llevaba de uno a otro lados la mirada del espectador, y la figura principal del cuadro debía imprimirle mucho vigor a su presentación para que los ojos de los concurrentes se dirigieran hacia ella.

Su ballet “Una noche en La Habana” constaba de dos partes. La primera —en la cual tenía una activa participación el conjunto de baile— la centralizaba Alicia Parlá, bailarina de los ritmos afrocubanos avalada por un nombre artístico sumamente consolidado. Era bellísima, poseía un encanto especial en la escena y en sus movimientos se proyectaba con el fuego del Trópico. En la etapa que coincidimos en el Sans Souci fue una compañera magnífica, espléndida, generosa, amaba el deporte, especialmente la lucha libre y casi siempre se le veía junto a algún amigo que la practicaba haciendo un gran contraste al estar juntos: ella sumamente frágil, etérea, y a su lado un cíclope dedicado a cultivar la fuerza bruta.

La dirección musical correspondió al maestro Mario Ruiz Armengol, quien al frente de su orquesta demostró bastante conocimiento de los ritmos afrocubanos, y cerrando el elenco del espectáculo se encontraba el Conjunto Casino, que se consagró en México con sus cantantes Alfredito Valdés y Roberto Espí.

El presentador del espectáculo era Mario Gil que, anunciado en la propaganda como el crooner de México, era un excelente animador y un buen amigo. Siempre me prodigó frases de admiración no sólo por lo que hiciera artísticamente, sino relacionadas con mi persona. Me decía: “No me mires con esos ojos que me traspasan” y una serie de palabras muy dadas entre los mexicanos que al señor Julio Vega no le caían nada bien. Menos mal que no estuvo presente cuando me dijeron en la ciudad de México uno de los piropos más originales que he escuchado en mi vida, el cual me lanzó un señor de aspecto y acento andaluz: “Niña, quisiera ser bizco para verla dos veces”. Evidentemente, él no sabía lo que significa ser bizco, las personas con ese padecimiento no ven dobles las imágenes, pero, de todas formas, me resultó agradable oír la ingeniosa frase.

Desde la fecha de su estreno “Una noche en La Habana” se coronó con el éxito. Para mí fue de intensa emoción ver reunidos ese día en el cabaret al maestro Eliseo Grenet y su esposa, a Pituka de Foronda, que entonces estaba contratada para hacer cine en México, Blanquita Amaro y Villegas y a Mapy y Fernando Cortés. Y lo más asombroso fue que entre ellos se encontraba el cantante y actor Pedro Infante, junto con su señora, que ya me había sido presentado en los estudios Azteca durante la filmación de Asesinato en los estudios y, a pesar de no haber desarrollado todavía una amplia actividad artística en el cine, era una personalidad admirada y querida por su pueblo. En otros momentos pasaron por allí la actriz Sunnamedusana Guízar, mi coterránea Marta Elba Fombellida, Mario Moreno, el célebre e inolvidable Cantinflas, y el director Fernando Palacios, que acababa de hacer la película China poblana, con María Félix, quien, tras su triunfo artístico en Doña Bárbara, se había convertido en la “Doña” del cine mexicano.

 

(CONTINUARÁ)…

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