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María de los Ángeles Santana (LXXVIII)

24 de junio de 2021

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Para los lectores de esta sección procedemos a intercalar capítulos de nuestro libro Yo seré la tentación: María de los Ángeles Santana, publicado por el sello Letras Cubanas, cuya tercera edición acaba de ser puesta a la venta en ocasión de la Feria Internacional del Libro de La Habana correspondiente al 2017.

En una pared de la sala del apartamento de María de los Ángeles Santana hay varias fotografías firmadas por Armand, quien en cada una deja huellas de sus concepciones estéticas dentro de la época del glamour. Muestran una excelente iluminación y un perfecto encuadre y disposición de cada uno de sus elementos, entre los que nunca deja de resaltar la figura o el rostro de la mujer como símbolo esencial de la belleza.

Creo que Armand marcó un hito en la fotografía en Cuba; al darle movimiento, se alejó por completo del estatismo en esa expresión artística. En su trabajo conmigo y otras figuras no recurrió a la pose tradicional. Era amigo de preguntar: «¿Qué te sugiere esto?», uno respondía y su fantasía empezaba a funcionar, mientras nos acomodaba en tal posición. Sentía amor por la naturalidad, rechazaba coger la mano de alguien y ponérsela en determinado lugar o virarle el rostro en un ángulo específico. Su principal cuidado estaba en el enfoque de la cámara y él mismo se metía de lleno en el laboratorio para ocuparse del proceso técnico de las fotografías.

Aún andan dispersas por el mundo las que hiciera de tantas personalidades, y cualquiera que conoció al detalle su trabajo, al llegar a una casa de aquí o en el exterior y detenerse frente a una foto capaz de despertar su atención, puede asegurar: «La hizo Armand», sin fijarse en la firma del autor. Fue único en dar el tiempo preciso de exposición a los negativos, a los cuales a veces vi retocar con la grasa de sus dedos para obtener una determinada textura, y no encuentro palabras para definir los resultados tras efectuar las impresiones en el papel que utilizaba, cuya calidad impedía cualquier opacidad en las fotografías.

En España se asombraron con las fotografías que él me tomó, pues no faltaron sujetos decididos a subestimar los méritos de los profesionales de nuestra islita. No pensaban que en ella pudo nacer un artista de esa envergadura, con unas cámaras y lentes maravillosos. Constituían su principal tesoro; su mayor celo lo concentraba en sus equipos e instrumentos. Tenía un individuo encargado de cuidar por las noches el estudio, donde estaban las cosas de mayor valor para él en cada objeto asociado a su labor cotidiana, y en orden secundario ponía las joyas, ropas y adornos que se encontraban en su casa, los cuales le hubiera importado poco perder en caso de un robo.

Por las tardes, antes de visitar a mamá y a mi hermana, pasaba un rato con Armand en su estudio, que en 1946 —precisamente el año en que nos conocimos— había mandado remozar por completo y decoró bellamente René Scull hasta transformarlo en uno de los lugares predilectos de los artistas para cambiar impresiones acerca de un trabajo, efectuarnos una entrevista algún periodista o conocer a una figura famosa que viajara a Cuba e iba a visitar o ser agasajada por Armand.

Por allí desfilaron Amanda Ledesma, Pedro Vargas, Toña La Negra, Agustín Hirsuta. En fin, sería lo de no acabar si me pongo a citar nombres, y en su totalidad, disfrutaban con intenso placer, siempre fue cuidadoso de que cada invitado se sintiera a gusto en aquel recinto. Después lo trasladó para el edificio situado en Línea 304, entre H e I, en El Vedado, allí contó con un piso completo y más bien parecía un estudio cinematográfico, en el cual hasta habilitó un área para llevar a modistos que disponían de buenas telas y prácticamente al instante creaban un vestido, en tanto que un peluquero y un maquillista ejecutaban sus respectivas funciones.

Puedo decir que a lo largo de mi vida he conocido tres fotógrafos inolvidables: Yazbeck, en México, y Gyenes, en España, quienes me hicieron excelentes fotos; sin embargo, siempre antepongo el nombre de Armand, por su indiscutible maestría.

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