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María de los Ángeles Santana LXXI

5 de marzo de 2021

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Para los lectores de esta sección procedemos a intercalar capítulos de nuestro libro Yo seré la tentación: María de los Ángeles Santana, publicado por el sello Letras Cubanas, cuya tercera edición acaba de ser puesta a la venta en ocasión de la Feria Internacional del Libro de La Habana correspondiente al 2017.

Hoy damos continuidad a las reflexiones de la Santana acerca de su labor en el teatro Lírico, del Distrito Federal, de México,

 

En la oficina de Trinidad Velasco en su llamado «Palacio de la Radio», ubicado en Paseo del Prado número 53 —que es el propio local de la RHC-Cadena Azul totalmente remozado por el magnate e inaugurado el 1º de abril de 1944 en coincidencia con el cuarto aniversario de la fundación de esa radioemisora—, transcurre la solicitada entrevista a María de los Ángeles, la cual finaliza con un contrato de exclusividad para participar en el programa Max Factor-Hollywood.

Al entrar en la RHC-Cadena Azul me di cuenta de que Amado Trinidad había invertido un dineral en transformar el local de su emisora, que yo conocí antes de irme a México. Creó nuevos estudios —uno de ellos gigante y bautizado con el nombre de Miguel Gabriel— en los cuales el aire acondicionado lograba una agradable temperatura, propiciaba un verdadero alivio a los artistas, directores y técnicos, y los aislaba del ruido exterior.

A cada uno de los estudios para las trasmisiones de los programas, que eran cómodos, confortables, Amado Trinidad, siguiendo orientaciones de Miguel Gabriel, los dotó de los más modernos equipos que en ese momento podía tener una estación radial de la importancia de la RHC-Cadena Azul. En cualquier parte se notaba confort para hacer agradable la jornada laboral y existían, entre otras áreas, un elegante salón de recibo con sus paredes adornadas por fotografías de artistas famosos de la época, salones de ensayos, discoteca, un local dedicado a los escritores, un saloncito para los locutores y un salón de actos, donde se organizaban cocteles, homenajes y reuniones.

Los cambios introducidos por Trinidad no sólo habían abarcado el interior del edificio de la RHC-Cadena Azul, sino, además, las trasmisiones, en las que, según pude percatarme después, puso un mayor énfasis en los temas cubanos. Tenía buenos programas de corte costumbrista que dejó en manos de artistas experimentados del género, y elevó a un alto nivel la programación musical por contar con la presencia de muchos de los mejores compositores e intérpretes del país y contratar para ellos a figuras extranjeras.

Después de acompañarme en un recorrido a lo largo de la estación, Amado me recibió en su despacho y me comentó algunos proyectos que él y Miguel Gabriel conversaran para una vez que yo regresara de México. Al explicarle las dificultades que tenía con papá, mis deseos de permanecer a su lado el mayor tiempo posible y compensarlo de mi larga ausencia, me pidió que por lo menos aceptara un contrato de exclusividad en las trasmisiones del espacio Max Factor-Hollywood, patrocinado por la firma Crusellas, a lo cual accedí; sólo me ocuparían un rato durante dos días de la semana y me brindarían la posibilidad de trabajar con gente merecedora de mi afecto y admiración.

Así es como en diciembre de 1945, a pocos días de su llegada a La Habana, María de los Ángeles Santana Soravilla integra la extensa nómina de la RHC-Cadena Azul. Se registran en ese listado, entre otros, los nombres de figuras de los conciertos y presentaciones teatrales de Ernesto Lecuona: Miguel de Grandy, Hortensia Coalla, Maruja González, América Crespo, Esther Borja, Esperanza Chediak, Zoraida Marrero —recién llegada de una triunfal gira por Colombia, Chile, Uruguay y, principalmente, Argentina— e Iris Burguet, estrella a lo largo de varios años del programa Conciertos General Electric, donde la secundaba la Gran Orquesta de la RHC-Cadena Azul con la dirección del maestro Rodrigo Prats Llorens.

Están también Ernesto Galindo, que al protagonizar La novela del aire ocupa un lugar en la cima de la popularidad como el galán por excelencia de la radio en Cuba; José Antonio Insua, considerado el primer actor genérico de la radiodifusión criolla; Mario Barral, poseedor de un prolífico quehacer en calidad de actor, locutor, recitador, director y escritor de obras teatrales; Paúl Díaz, quien da rienda suelta a su vocación iniciada en compañías infantiles en Tampa, donde vivían sus padres, y debuta más tarde en La Habana cantando en el Teatro Nacional con la agrupación musical de Mario Romeu para luego emprender sus faenas teatrales bajo la guía de Guillermo de Mancha hasta recibir contratos de las principales emisoras capitalinas; y el trovador Guillermo Portabales, creador de la llamada «guajira de salón» e intérprete de canciones, boleros y tangos.

Aparecen asimismo en esa relación, Ernesto de Gali, narrador y actor avalado en su trayectoria profesional por importantes premios; Elodia Riovega, que desde niña se presenta en radioemisoras y teatros y, tras estudios y esfuerzos, asume caracterizaciones de envergadura; Normita Suárez y Jesús Alvariño, dos personalidades unidas en matrimonio y con talentos individuales de gran aceptación popular; Luis Echegoyen, cuyo debut tiene lugar en 1942 imitando al dictador Fulgencio Batista en el espacio La Tremenda Corte  —uno de los máximos ejemplos en la historia del humor en nuestra radio—, y posteriormente se une a Alvariño en un formidable dúo cómico; Agustín Campos, que en cuanto evidencia su aptitud para la locución se convierte en uno los más notables actores del país; las orquestas Havana Casino, y de Antonio María Romeu, llamado «El mago de las teclas» al extraer del piano sonoridades únicas.

La lista incluye, además, a Julio Gallo y Alicia Rico, siempre deseosos de hacer reír a coterráneos de distintas generaciones; Adolfo Otero, uno de los célebres «gallegos» de la escena vernácula; Luis Manuel Martínez Casado, maestro de maestros en el sector artístico; la actriz Zoila Pérez, esposa del hijo  de Amado Trinidad; Vitola,[1] la soprano que frustra su vocación hacia el teatro lírico y se entrega al género humorístico «[…] como si una dinamita inventada exclusivamente por ella tuviera la rara virtud de poner contenta a la gente»;[2] y Félix B. Caignet, quien se prepara a reiterar en breve sus acostumbrados éxitos radiales con el estreno del espectáculo El ladrón de Bagdad, protagonizado por tres voces a punto de ascender a la categoría de consagradas: Consuelo Vidal, Raúl Selis y Reinaldo Miravalles.

(CONTINUARÁ)…

 

[1] Su verdadero nombre era Fannie Kaufman. Artísticamente se identificaba como Vitola, «la que se defiende sola».

[2] Entrevista que concediera Vitola a Lourdes Bertrand, publicada por la revista Ecos de Cadena Azul en julio de 1946.

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