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María de los Ángeles Santana (LIII)

13 de octubre de 2020

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María de los Ángeles Santana y Mariana Ramírez Corría en San Nicolás del Peladero

María de los Ángeles Santana y Mariana Ramírez Corría en San Nicolás del Peladero

 

Para los lectores de esta sección procedemos a intercalar capítulos de nuestro libro Yo seré la tentación: María de los Ángeles Santana, publicado por el sello Letras Cubanas, cuya tercera edición acaba de ser puesta a la venta en ocasión de la Feria Internacional del Libro de La Habana correspondiente al 2017.

Cuando, en la segunda quincena de diciembre de 1944, amplios espacios de la prensa comentan el suicidio de la actriz Lupe Vélez, la Santana empieza a sobreponerse al estado de ánimo que en ella deja la muerte de Miguel Soravilla Agüero. Por aquel entonces recibe una nueva propuesta del maestro Eliseo Grenet: integrar elementos de su colectivo artístico a la Compañía de Revistas de Roberto Soto —desde los primeros días del próximo año— para actuaciones en el Lírico, que, junto con el Folies, constituyen las principales plazas de revistas musicales y espectáculos de variedades presentados a la sazón en la ciudad de México.

Numerosos programas, recortes de prensa y fotografías, registran los pasos de la Santana por el mencionado escenario, el cual se convertirá en su mejor escuela en el arte del vedettismo, a partir de su debut, el 6 de agosto de 1945, en la revista en un acto y nueve cuadros Los reyes se hicieron rosca, con libreto de Carlos Ortega y Francisco Benítez, y música de Grenet.

Como para que no olvidara mi país y el arte que representaba, el Lírico estaba situado en la calle Cuba, de la ciudad de México. En sentido general, podía considerársele un teatro modesto, su vestíbulo carecía de ostentación, sin grandes espejos, esculturas o adornos de otro tipo, y las puertas de la entrada eran bien amplias para facilitar el acceso a un público heterogéneo en su gusto: aceptaba con entusiasmo desde una estampa de matiz lírico, que aplaudía a rabiar, hasta una pieza costumbrista o de cierto matiz dramático.

Allí llegué por medio de Eliseo Grenet, cuando recibió la oferta de actuar con algunos integrantes del conjunto de sus giras por el interior, en un momento en que desarrollaba una de sus temporadas en el Lírico la Compañía de Roberto Soto, reconocido actor del cine y el teatro mexicanos al que por su gordura llamaban «El Panzón Soto».

En el elenco de la agrupación estaban dos compatriotas: Velia Martínez y América Imperio, una rumbera de gran belleza, a la que, por cierto, no le agradaron mucho los aplausos del público y críticas periodísticas que recibí a partir de la noche de mi debut como intérprete de la música de Eliseo Grenet en el estreno de una revista de ambiente cubano llamada Los reyes se hicieron rosca.

En la sección «Escenario Frívolo», del diario mexicano Clarín, el crítico C. Estrada Lang afirma el 7 de enero de 1945:

El estreno de anoche fue bordado con música del maestro y compositor cubano Eliseo Grenet, que hizo su presentación en este teatro. […]

Después del prólogo, a cargo de Roberto Soto, que encarna un «mexican Santa Claus», y que es precisamente lo que justifica el nombre de la revista, haciéndose acompañar de Fernando Soto, Oscar Pulido y Roberto Meyer, que reviven a los Tres Reyes Magos, siguen por su nombre los números musicales con ritmos cubanos del maestro Grenet.

Eliseo Grenet cantó y jugó al piano sus bellas melodías, y aunque como dice él, no canta, sí da una idea perfecta del hondo sentido musical que posee.

Es después del número a cargo de Grenet, cuando se presenta en escena, también por primera vez, Paquita Téllez, quien interpreta en buena forma la música de su país.

«Alma Guajira» está a cargo de Chelito Gómez, Velia Martínez, las hermosas y bien disciplinadas tiples, la cancionera María de los Ángeles, artista también cubana, que anoche hizo su presentación en el Lírico, cantando «La Reglana», y por cierto se pueden apreciar en ella infinitas posibilidades artísticas. Después, en el mismo cuadro, América Imperio, la hermosa cubanita que se empequeñeció al lado de tan buenos elementos de su propia tierra.

Bonola y Meriche hicieron una «cortina» que estaba anunciada para Los Bocheros. […]

Termina la revista de estreno con un cuadro intitulado «Fantasía Cubana», en la que se presenta el tenor venezolano Rafael Deyón […]. Le siguen la encantadora figura de María de los Ángeles, y para terminar, se canta «Mamá Inés», con las primeras figuras en la escena.

A su vez, el periodista Luis Fernando destaca, en la publicación Estampa, la presencia en el Lírico de Eliseo Grenet y su colectivo de artistas:

[…] un séquito de artistas cubanos de los que, a excepción hecha de María de los Ángeles Santana, se puede decir que son como el «Negro con Capa»… Que no valen nada. En este mismo teatro tienen contratado a otro exótico elemento cubano: América Imperio. Ella, en sí, es algo más que bonita, pero desgraciadamente su arte va en razón inversa a su belleza.

Durante unos pocos días me mantuve trabajando al lado de Grenet en el Lírico. Pero durante ellos sucedieron esas cosas inexplicables, mágicas, del teatro, al yo comenzar a no proyectarme como una simple figura que salía a la escena y entonaba una obra, sino como una artista a la que le resultó pequeño el cuadrado donde se paró a cantar y también sintió la necesidad de actuar.

El Panzón Soto observó las facultades de la cubana que, con su voz y movimientos, evocaba a su patria en Habanera y La reglana, de Grenet, y detectó en mí una personalidad interesante para incluirla en su compañía, por lo cual me propuso formar parte de ella a punto de finalizar las presentaciones del grupo de Eliseo, al que entusiasmó la oferta como algo propio.

Así me separé del grupo del maestro Grenet, con el que hice mis últimas presentaciones el 19 de enero en el Lírico, donde ese día se efectuaron dos funciones en beneficio de una destacada figura del elenco de aquel teatro, Amelia Wilhelmy, conceptuada en esa época la primera actriz cómica de México. En una de ellas tuve el placer de ver actuar y reencontrarme con Amanda Ledesma y, entre las artistas participantes, conocí a Gloria Marín. No era muy expresiva ni amiga de tributar elogios por gusto, pero en las ocasiones en que se me propició tratarla se manifestó como una persona dulce y sincera. En su condición de actriz no sólo cumplía con lo que le encomendaran, sino que iba más allá en sus acertadas caracterizaciones de un sector de la mujer del pueblo mexicano que dignificó, y no era el de la india ni la de blasones.

Recuerdo que en la noche de ese mismo día fui invitada a cantar en el selecto restorán Rossignol durante la cena anual de la Asociación Nacional de Periodistas Cinematográficos Independientes, que en esta oportunidad agasajó a las figuras premiadas por su labor en el séptimo arte, en 1944.

Entre otras se destacaba Dolores del Río, nombre antológico en el cine mexicano. Tuve la impresión de verla muy convencida de su importancia como actriz a partir de la india que asumió en María Candelaria, de contemplar una esfinge, de que poseía un innato porte de reina, para lo cual no tenía necesidad de esforzarse, pues su belleza, en conjunto, era toda plasticidad. Cerca de Dolores estaba el director que la consagró: el Indio Fernández, que se expresaba de una manera campechana, amistosa, espontánea, igual que el hombre común de la calle, y al lado de este, Gabriel Figueroa, quien ennobleció al cine mexicano con su fotografía.

Otros homenajeados fueron Mario Moreno, que en la vida real me pareció distinto a su popular personaje de Cantinflas. Para ser un individuo tan inmerso en la comicidad manifestaba juicios agudos y se conducía según las normas de la más estricta educación. También aparecían, en el grupo de los galardonados, Elvira Ríos, Julián Soler, la actriz catalana Emilia Guiú y mi coterránea Carmen Montejo, cuyo nombre ya brillaba en las producciones de la cinematografía de México.

En el espectáculo ofrecido en el Rossignol trabajé, entre otros, con Amalia Aguilar, rumbera y actriz cubana recién arribada a la capital mexicana, en la cual se impondría en el cabaré, el teatro y, fundamentalmente, en el cine; y con el famoso actor Tin Tan, que, a diferencia de Cantinflas, hacía del chiste un tema común en su conversación más trivial y obtenía la inmediata simpatía en cualquier círculo de personas.

Debo aclarar que incorporarme a la Compañía de Roberto Soto no implicó que toda mi actividad se concentrara en su seno. Seguí participando en trasmisiones de la XEWW con el colectivo musical del pianista y compositor Enrique Bryon, en un período en que coincidí en esa emisora con la cantante argentina Mercedes Simone, Pituka de Foronda, la declamadora cubana Dalia Iñiguez y su esposo, el barítono Juan Pulido, Xavier Cugat y su orquesta, y el pianista y compositor Orlando de la Rosa, que me había sido presentado en La Habana por un cercano amigo mío: Mario Fernández Porta. Desde que lo conocí, mereció mi admiración, porque al ofrecer sus partituras jamás las ponderó ni tildó de extraordinarias, a pesar de crear obras de incalculable belleza e increíble dominio del pentagrama, al cual le extraía unos acordes maravillosos. Lo vi en México en tiempos que cimentaba su nombre y cancioneros notables mostraron interés en cantar la música de Orlando.

Y con el acompañamiento pianístico de Eliseo Grenet, contribuí a la parte artística de un homenaje que el 28 de enero de 1945 le rindió el Consejo Directivo del Círculo Cubano de México a José Martí, al cumplirse noventa y dos años de su natalicio, acto que para mí adquirió un alto significado por el respeto que siempre he sentido hacia esta figura incomparable de nuestra historia.

(CONTINUARÁ)…

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