ribbon

María de los Ángeles Santana (LII)

29 de septiembre de 2020

|

 

unnamed

 

Para los lectores de esta sección procedemos a intercalar capítulos de nuestro libro Yo seré la tentación: María de los Ángeles Santana, publicado por el sello Letras Cubanas, cuya tercera edición acaba de ser puesta a la venta en ocasión de la Feria Internacional del Libro de La Habana correspondiente al 2017.

 

El 23 de septiembre de 1944, al siguiente día del debut del conjunto de Grenet en Tampico, el diario local El Mundo publica en su primera página una fotografía de la Santana con el siguiente texto:

MARÍA DE LOS ÁNGELES
que anoche enloqueció a las multitudes en el Isabel.
Escultural, alegre y con gracia en grandes cantidades esta deliciosa mujer arrebató en el formidable conjunto que HOY TARDE y NOCHE se presenta en el ISABEL, bajo la dirección del gran compositor
ELISEO GRENET

La gente de esta urbe lo graduaba a uno en el sentido de que, por la magnitud de los aplausos recibidos, cualquier artista podía pensar en su llegada a lo máximo y olvidarse, como era mi caso, que aún me faltaba bastante por consolidar. Preferí poner a un lado el envanecimiento que podía surgir de las ovaciones y sólo pensar que acababa de conmover a los espectadores. Por eso recuerdo a Tampico como una de las tantas escuelas que pasé en México cerca de Eliseo.

Seguidamente partimos hacia Monterrey, también en la zona norte de México, y la primera actuación que hicimos fue en un grandioso acto efectuado en el cine Florida, el cual se dedicó a los fundadores del Circuito Rodríguez, la más antigua y prestigiosa empresa de cine y teatro de la nación.

 

El martes 26 de septiembre de 1944 la Santana y los restantes miembros del colectivo encabezado por Eliseo Grenet, se suman al elenco artístico que se presenta en una función de gala ofrecida en el cinema Florida, de Monterrey, capital del estado de Nuevo León, para rendir homenaje a los cuarenta años de la fundación del Circuito Rodríguez por los hermanos Antonio y Adolfo Rodríguez.

A pesar de las desfavorables condiciones atmosféricas que impiden el arribo de numerosas personalidades a Monterrey, se reúnen en el palco escénico la periodista y escritora Beatriz Ramos, el productor René de Córdova, Gabriel Figueroa, la actriz Lupita Tovar, los cancioneros Ramón Armengod y Elvira Ríos, y los artistas norteamericanos Lois Andrews y Janet Blaor.

Representan a México, en ese programa, el locutor Alfonso Sordo Noriega, que tuvo a su cargo el discurso oficial; el actor Domingo Soler, en calidad de maestro de ceremonias; la soprano Gloria Cossío; el compositor Alfonso Esparza Oteo y su intérprete Carlos Beltrán; y entre los extranjeros aparecen los citados miembros del Conjunto de Eliseo Grenet, al que entonces se encuentra incorporado el tenor Ricardo Daumy; y los célebres actores del cine nortemericano Stan Laurel, (El Flaco) y Oliver Hardy (El Gordo).

 

Tan sólo la particularidad de que en ese espectáculo participaran Stan Laurel y Oliver Hardy, la más célebre pareja de cómicos en la historia del cine estadounidense, le otorgó un carácter extraordinario. Qué ejemplo legaron ambos al ser tan grandes en su labor sin acudir a recursos absurdos en el humor, en el cual a veces apelaban a los detalles más sencillos para establecer la comunicación inmediata con el público, aunque este no fuera de habla inglesa. En ese sentido había que observar su modo de pasar una mano por encima del hombro, su forma de sonreír, de causar la impresión de que comprendían cualquier frase dicha por un espectador…

El acto del Florida resultó deslumbrante para los integrantes del grupo de Grenet por encontrarnos al lado de dos cómicos excepcionales que el mundo entero conoció a través de la cinematografía norteamericana y también de importantes figuras de México, como la cancionera Elvira Ríos, quien con su voz demasiado grave, imponente, casi hombruna, algo tan ajeno a su personalidad, hizo aportes en su época a la obra de grandes compositores de la música de su país; muchas piezas que interpretó o estrenó no han podido ser superadas por nadie.

Fue muy estimulante para los cubanos de la agrupación de Eliseo que se contase con la misma para compartir el escenario con valores consagrados del arte mexicano e internacional en aquel homenaje a los hermanos Rodríguez, dueños de lo más espectacular y de mayor calidad que hasta entonces se viera en el cine y el teatro mexicanos.

En los últimos días de septiembre y en los primeros de octubre, el maestro Grenet nos invitó a unas trasmisiones que se hicieron en la principal radioemisora de Monterrey: la XET, y luego trabajamos en el cine Rex y en el cabaré El Bosque, donde la música cubana vibró al escucharse. Tan es así, que sus dueños le ofrecieron al Maestro lo que él pidiera, con el fin de que mantenernos largo tiempo en esa ciudad, de la cual algunas zonas me hicieron recordar a La Habana Vieja y me impresionó sobremanera su catedral.

Concluimos esta gira con unas dos funciones de nuestro espectáculo Bajo el cielo de Cuba en el Teatro Obrero, de la ciudad de Saltillo, en la cual hicimos pocas funciones, y regresamos a la ciudad de México en la segunda quincena de octubre.

De nuevo en la capital mexicana, me reincorporé a la radio. Participé con Carlitos Barnet en un programa ofrecido en la Unión Cultural Gallega por Raimundo Vázquez Rábade, un recitador de bastante popularidad en aquel entonces, y trabajé, secundada al piano por Eliseo Grenet, en distintas actividades del Círculo Cubano de México, entre ellas un baile en el que actuaron, además, las cancioneras Elvira Ríos y Manolita Arriola y la bailarina española Rosita Segovia, que aunque había pasado antes por La Habana, sería en esta ocasión cuando iniciamos una estrecha relación afectiva.

Probablemente podría pensarse si exagero acerca de las numerosas personalidades que me correspondió tratar, pero si mi carrera tuvo algo interesante se debió a la gente con que me correspondería trabajar a lo largo del tiempo y, en muchos casos, no sólo mantuve vínculos profesionales, sino lazos de verdadera amistad, lo cual para mí fue siempre más valioso. Así sucedió con la Segovia casi a partir del instante de conocernos en México y con la que después haría temporadas artísticas, dentro y fuera de Cuba.

En medio de la incesante actividad en que me vi inmersa, en diciembre de 1944 mi madre me envió una carta y me explicó el fallecimiento del tío Miguel Soravilla en el asilo Santa Marta, el cual radicaba en Jesús del Monte y lo atendían monjas con la capacidad de brindar apoyo material y espiritual, pues muchas personas de avanzada edad que se encuentran en lugares de este tipo son rechazadas por su familia, no desean tenerlos a su lado y en más de un caso ni pueden darse el lujo de decir que la poseen.

Si bien ninguna de tales circunstancias se relacionó con mi tío, él justificó su permanencia voluntaria en ese asilo con el criterio de que, al llegar a determinada edad, todo ser humano arrastra una serie de manías, de hábitos, que nadie está obligado a soportar y no deseaba acarrearle la mínima preocupación a su hermana Adela, quien siempre quiso mantenerlo en su casa. Como económicamente podía asumir los gastos del sitio escogido para residir, mis padres no tuvieron más remedio que respetar la determinación de mi tío de irse al asilo Santa Marta, donde disfrutó de un régimen nada severo con respecto a los horarios de descanso y comidas o si deseaba visitar a cualquiera, principalmente a mamá, su niña mimada.

No me hubiera gustado verme en la necesidad de hablar a ratos de tristeza en esta historia en que lo fundamental está en la razón de mi vida: el arte, en que he comentado pasajes de mi existencia llenos de deslumbramientos por descubrir tanta hermosura a través de mi profesión o al conocer a personas maravillosas. Pero la muerte de nuestros seres más queridos pertenece a un aspecto lógico de la existencia imposible de soslayar y más si se trata de alguien como el tío Miguel, tan identificado conmigo en la música y el resto de las cuestiones artísticas.

Frecuentemente rememoro cómo al comienzo de mi labor recibí de él inestimables consejos para transitar en un mundo en que luego me adentré de lleno y lograr la aceptación del público, sobre todo el plantarse en un escenario con la mayor sinceridad, igual que un simple ser humano y la única diferencia de contar con la posibilidad de traducir sentimientos profundos en música, en actuación. Él me insistía en que no le pusiera un ropaje a mis emociones, por ser lo que precisamente aleja al espectador del artista cuando este dice un texto o una canción y al conversar acerca de esta cuestión me preguntaba: «¿Cuál es la razón de que en tal frase consideras importante subir más la cabeza y el tono de tu voz? ¿Por qué no procedes como un individuo común en ese momento?».

Con lo anterior, intento explicar las valiosas indicaciones aportadas por Miguel Soravilla, independientemente de las primeras clases de Guitarra recibidas en mi vida y el cariño filial que nos unió. Por lo tanto, me deprimí al recibir tan triste noticia en esa carta, en la que mamá me daba detalles de su fallecimiento.

(CONTINUARÁ)…

Galería de Imágenes

Comentarios