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Marcadas diferencias

22 de abril de 2017

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imagenes-de-familias-comiendo-sano (Medium)Las repetidas llamadas de los antiguos amigos, al fin los decidieron. La seguridad dada por ellos de que en la tarde el hijo los devolvería en su viejo carro porque en esos días funcionaba, los convenció. Con la timidez acostumbrada y que nunca logró vencer, la anciana les habló de la llegada en horas demasiado tempranas. Estaban obligados porque a esa hora les sería más fácil atrapar el ómnibus. La otra, entre risas, le anunció la preparación de un desayuno de bienvenida. Y lo cumplió. Después de los primeros besos y abrazos y los saludos a los demás familiares, los visitados los tomaron del brazo y les comunicaron que la cocina era el reino de ellos y hacia allí se dirigieron. El jugo de guayaba, los bocaditos de pasta de frijoles negros, nacidos de la creatividad, y el café, los aliviaron de la despertada y el largo viaje. La visitante contempló la limpia cocina en que brillaban por su ausencia algunos equipos con que contaba la suya, mejor dicho, la de su hija y esposo porque a ellos dos no les permitían ni tocarlos por el miedo a la rotura. Además, aunque la satisfacía cocinar, lo tenía prohibido desde aquel fatal día. Por un olvido, atacante usual de la memoria, sirvió un malhadado potaje salado porque por dos veces utilizó el salero. Y durante días, la hija y el marido le echaron en cara todos los derivados cárnicos gastados en aquella confección.

Al relatar el crimen culinario cometido y el castigo recibido, la anfitriona buscó dos delantales que les colgó a la pareja a la vez que ellos también los vestían. Y del patio trajeron papas que ante una orden, todos comenzaron a pelar pues se confeccionaría un tambor gigante modelo sorpresa porque según la suerte, se podría encontrar desde picadillo de carne de segunda o de pescado hasta un legítimo picadillo de vegetales mezclados. Mientras preparaban el condumio, los antiguos amigos devanaban recuerdos de una adolescencia unida en los sueños, una juventud que les deparó esas sorpresas que da la vida, cantadas en aquella salsa y una vejez signada por las diferencias nacidas en la propia familia. Comprendido mejor por los visitantes a la hora de aquel almuerzo dominical.

Vieron a hijos y nietos hacer una recaudación monetaria para comprar cervezas, maltas y un brazo gitano en una dulcería que lo vendía un precio como si llevara alhajas de contra. A los cocineros les dieron descanso porque los otros se ocuparían de la ensalada, poner la mesa y el fregado.

Antes de la distribución equitativa del tambor, el anciano agradeció por los alimentos y dispuso que en esa mesa dominical especial, sí se hablaba e intercambiaba. Porque después, los jóvenes saldrían disparados para sus compromisos fiesteros y entre semana, por los estudios o el trabajo, poco tiempo disponían para las comidas e, inclusive, no todos coincidían en un horario fijo y repetía una vez más, que él que ingería después de la hora normal, lavaría platos y demás enseres.

Los invitados intercambiaron miradas. Aquí los viejos eran queridos y respetados. Esa tarde, al regreso al llamado hogar, encontrarían en potecitos plásticos para que no rompieran la loza, sus alimentos.

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