ribbon

Manuel Reguera Saumell en el cine cubano

31 de julio de 2018

|

 

Foto: Daniel Fernández

 

A noventa años de fructífera vida arriba este 31 de julio el dramaturgo camagüeyano Manuel Reguerra Saumell. Cursó estudios de Arquitectura por la Universidad de La Habana, pero desde siempre le interesó la dramaturgia, y obtuvo el Premio Nacional de la Dirección de Teatro con su primera pieza, Sara en el traspatio; poco después recibe el premio José Antonio Ramos de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba por su obra Propiedad particular. Trabaja como asesor literario en el Conjunto Dramático Nacional, dirige varias obras y es autor de una pieza para televisión: La hora de los mameyes (1963). En esta etapa fundacional de los años sesenta del siglo XX, los grupos teatrales capitalinos estrenaron además, de la producción del autor: El general Antonio estuvo aquí, La calma chicha y La soga al cuello, con la que representa a Cuba en las Olimpiadas Culturales de México (1968).

Pero es Recuerdos de Tulipa (1961), comedia dramática en tres actos, la que le proporciona el mayor éxito desde su estreno en la Sala Arlequín en 1962, dirigida por Rubén Vigón. El cineasta Manuel Octavio Gómez (1934-1988) le propone escribir juntos el guión y los diálogos de su versión cinematográfica, estrenada en 1967 con el título de Tulipa y la misma actriz protagónica de la puesta: Idalia Anreus, como la bailarina venida a menos en un paupérrimo circo itinerante. Aunque no aparece acreditado, Reguera Saumell había colaborado antes con el novel realizador en los diálogos de su primer largometraje: La salación (1965). Dos años más tarde, el cineasta argentino Alejandro Saderman, radicado en Cuba,  lo llama para esta importante labor en su mediometraje Asalto al tren central (1967).

«Partir de una obra teatral y que no resultara teatro filmado, tratando de mantener sus valores y, al mismo tiempo, inculcarle conceptos propios», según las propias palabras del realizador Manuel Octavio Gómez, fue el superobjetivo que siguió para Tulipa (1967). Cronista de la pequeña burguesía criolla en obras como Sara en el traspatio y Propiedad particular, Reguera Saumell, que se revelara como uno de los mejores dialoguistas del teatro cubano, fue invitado a escribir los de la versión cinematográfica de Recuerdos de Tulipa en un intento por conservar la naturalidad lograda en la que se considera su mejor pieza. La labor se asemejó más a la concepción de un guión original en el cual los tres actos se multiplicaron por cada uno de los seis pueblos visitados, que a una adaptación.

«Nos propusimos basarnos más en el argumento que en la propia obra teatral, y con él realizar un nuevo trabajo: un guión de cine» –declaró el cineasta en una entrevista en la cual fundamentó el cambio radical operado en el desenlace, sobre el que tenía reservas con respecto al texto: «Si Beba, el personaje que deviene sustituta de Tulipa, aceptaba al final abandonar el circo, atenuaba el desgarramiento del personaje central, el drama de su soledad, de la frustración de muchos de sus ideales, de su dignidad llevada a la enajenación, que era para mí el tema eje, el que mueve todo el argumento y el que quería destacar en el filme».

 

representacion-de-la-obra-recuerdos-de-tulipa-en-cuba

 

En una fecha imprecisa antes de 1959, en «Ruperto y sobrino», un itinerante circo de ínfima categoría, Tulipa, una exótica bailarina nudista, lucha por la supervivencia. Anunciada como «La mujer de las mil revoluciones por minuto, La sirena del Nilo, La flor del Caribe», desprecia el espectáculo, pero se aferra a él con nueva tenacidad, ante el arribo de Beba, una joven veinteañera en quien ve la reencarnación de su pasada juventud y un obstáculo para su futuro. La «reina del espectáculo solo para caballeros», intenta transmitir a la muchacha sus golpeantes vivencias para hacerla desistir y que no le ocurra lo mismo que a ella: «desnuda, pero con la frente muy alta». A la veterana «encueruza» no le perdonan mantener su decencia y dignidad a toda prueba y se esfuerza por enseñarle a «darse su lugar, que es lo más importante», porque «cuando uno tiene moral puede imponerse» –expresa en varios diálogos–. «Le conviene ver lo dura que es esta vida, para que sepa lo que es bueno, como lo supe yo»; pero «frente a una Beba aparentemente triunfante, se yergue una Tula, aparentemente vencida». El final de la Tulipa cinematográfica –con esa mirada desafiante a la cámara–, es mucho más fuerte que el original, al prescindir de diálogos que exponían la resignación del personaje: «Así es la vida… jugar y perder. Y a mí nunca me tocó nada. Ni siquiera reírme último».

Las experiencias extraídas por el cineasta durante un mes y medio de seguir el trayecto de los circos que aún recorrían la isla en sus giras, nutrieron y modificaron el guión y la ambientación, con los modos de pensar de los personajes, el léxico propio de los cirqueros y sus anécdotas. Manuel Octavio Gómez tuvo la posibilidad de seleccionar a los payasos, acróbatas y músicos que intervienen en el filme de las troupes de los circos Hermanos Montalvo y Hermanos Moreno.

Con su voz rotunda, cortante y tierna a un tiempo, y un rostro expresivo, dotado para transmitir un poderoso mundo interior, Idalia Anreus (1932-1998) comunica a su personificación de Tulipa una fuerza telúrica –rememoradora de intérpretes de la talla de una Magnani o una Moreau–. Quienes asistieron en la Sala Arlequín a la primera puesta en escena de la obra, protagonizada por la propia Anreus junto a Bernardo Menéndez, Dora Marbritt, Sandra Gómez y Sindo Triana,  afirman que ella logró superarla en el cine.

 

índice

 

El nivel alcanzado en las actuaciones es uno de los mayores logros de la película, extensivo al Cheo (Omar Valdés), la mujer barbuda (Teté Vergara), el Ruperto (Alejandro Lugo) y la presencia de Alicia Bustamante y José Antonio Rodríguez, este último en el rol del tarugo que Jorge Losada asumiera en la escena. Rodeada por un reparto tan experimentado, la novel Daisy Granados en la Beba, dista mucho de su progresiva madurez ante todo por ciertas inflexiones falsas en su voz, aunque a ratos, en algunos enfrentamientos, se intuye un talento en ciernes. Este fue el fruto de un exhaustivo trabajo de mesa, similar al que se emplea en el teatro, aunque enfocado siempre con visión de cine, y de los ensayos previos al rodaje.

Con sus estudiados contraluces, mediante la inserción de intensos primeros planos de Idalia Anreus o con ese movimiento nervioso que pronto le caracterizara (sobre todo en la secuencia del tren en marcha), la fotografía de Jorge Herrera es otro elemento a favor de un filme digno de revalorización, que se siente aún tan encendido como su personaje protagónico. Por su atmósfera, subrayada por la orquestación realizada por Félix Guerrero de la canción Titina en el más genuino estilo de Nino Rota, Tulipa –sin temor a exagerar– habría sido objeto de admiración por el propio Fellini.

En 1968 el cineasta Jorge Fraga se interesa en dirigir una adaptación fílmica de La soga al cuello, pero el proyecto queda trunco. Dos años después, Manuel Reguera Saumell se instala en Barcelona, donde imparte clases de historia del arte y de dramaturgia en la Escola Adrià Gual. Tras retirarse de sus funciones docentes retoma la escritura y publica las novelas Un poco más azul, La noche era joven y nosotros tan hermosos y El adolescente pálido. No obstante su breve paso por el cine cubano, es profunda la huella de este dramaturgo en un título como Tulipa, que habrá que redescubrir alguna vez sin los prejuicios contra el melodrama que rodearon su estreno, efectuado en el cine América de La Habana el 19 de octubre de 1967.

Galería de Imágenes

Comentarios