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Luis Carbonell o el arte de la declamación (II)

4 de julio de 2022

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Finaliza hoy la evocación ya iniciada acerca de un artista esencial, único e irrepetible en la historia de la cultura cubana: el declamador, pianista y repertorista Luis Mariano Carbonell Pullés, quien nació en 1923 en Santiago de Cuba y falleció en La Habana durante el 2014.

Comenzadas durante 1950 las transmisiones televisivas en Cuba, Luis Carbonell fue uno de los fundadores del nuevo medio de difusión. Se presentó en los principales programas de variedades de aquellos años cincuenta, concibiendo espectáculos en los cuales declamaba, indistintamente secundado en ocasiones por un piano, guitarra, percusión, orquesta, bailarines y conjuntos vocales —o reuniendo algunos de esos elementos— para propiciar un ambiente sonoro que enriquecía sus actuaciones. Coadyuvaron a sus magníficos logros al respecto el coreógrafo Alberto Alonso y los cuartetos de Facundo Rivero, Orlando de la Rosa y Aida Diestro.

Por otra parte, en 1950 intervino en el filme «¡Qué suerte tiene el cubano!», e invitado por el Departamento de Cultura Obrera, del Ministerio del Trabajo de Venezuela, viajó en 1952 a Caracas y actuó en el teatro Municipal y en Radio Continente. En los medios culturales venezolanos lo introdujo Alejo Carpentier, que opinó: «El afroamericanismo alcanza, luego de la actividad precursora de la magnífica Eusebia Cosme, el plano de vastos empeños de Luis Carbonell, el famoso recitador cubano. Y hablo de vastos empeños porque con la noble ambición de su talento, nos ofrece algo nuevo, que puede prestarse a un desarrollo de alta jerarquía».

Carbonell sería contratado durante 1953 por la emisora XEW, de México, e integró la compañía de Ernesto Lecuona que se presentó en el teatro Álvarez Quintero, de la capital de España. Terminados sus compromisos con el pianista y compositor, recitó en el madrileño Pavillón y, a seguidas, en el teatro Cómico, de Barcelona, en la revista musical «Delirio en el Cómico», protagonizada por sus coterráneos Carlos Pous, Hilda de Carlo y Esther Borja y la actriz española Mary Santpere, entre otros. De nuevo en la Villa del Oso y el Madroño, la Borja y él actuaron en Radio Madrid y, para la firma Montilla, hizo las coordinaciones y redactó las notas incluidas en «Rapsodia de Cuba», primer disco de larga duración grabado por la cantante cubana.

Otra meritoria faena discográfica suya fue la placa «Esther Borja canta a dos, tres y cuatro voces canciones cubanas», que en 1955 grabó la firma Kubaney. Resultado de una idea de Luis Carbonell —convertida en realidad por el ingeniero Medardo Montero—, su realización marcó un hecho sin precedentes en la historia de las grabaciones discográficas en Cuba, pues aún no existían las llamadas técnicas mediante «pistas» que mucho después resultarían comunes. A fin de lograr tal empeño acometió los arreglos musicales de las diez piezas cubanas escogidas, el montaje de las voces a la intérprete, el acompañamiento pianístico, junto con Numidia Vaillant, analizó meticulosamente los resultados de cada una de las interpretaciones procesadas para el disco y redactó las notas de la carátula.

La constante búsqueda de novedosos senderos profesionales, lo llevó a convertirse en pionero de la narración oral escénica en Cuba. Su primer experimento en tal sentido lo hizo realidad, en enero de 1957, en la sala Hubert de Blanck. Distanciándose por completo de los textos costumbristas, con que lograra la consagración popular, se impuso una meta más alta: contar cinco cuentos —asumiendo los respectivos personajes— de igual número de autores cubanos: Miguel de Marcos, Miguel Ángel de la Torre, Lydia Cabrera, Félix Pita Rodríguez y Virgilio Piñera. Precedidos cada uno de ellos por grabaciones de música criolla, realizadas al piano por el propio Carbonell, se sumaron al éxito del espectáculo los decorados de Andrés y los recursos de iluminación a cargo de María Julia Casanova y Carlos Lafont.

Luis Amado Blanco escribió por aquellos días en el periódico Información:

[…] A nadie, antes que a él, se le había ocurrido que los cuentos de los autores modernos tenían dentro de sí esta posibilidad maravillosa. […].

[…] Claro que para llegar a esto hay que ser un gran artista. Y si es verdad que antes, Luis Carbonell era para nosotros un afortunado cultivador de un género sin mayor importancia, hay que convenir que ahora, por la sola fuerza de su genio, ha logrado incorporar e incorporarse a un orden de máxima categoría que de seguro ha de popularizarse para bien de los autores y del prestigio de la cuentística.

Luego de actuaciones en Puerto Rico, en 1959 realizó otro espectáculo de esa índole en la sala Arlequín, de El Vedado, con cuentos de Armando Leyva, Lydia Cabrera, Hilda Perera Soto, Pita Rodríguez y Amado Blanco. De hecho, en una etapa de plena madurez artística, había trascendido el epíteto que años antes le otorgaran: «El Acuarelista de la Poesía Antillana».

El 30 de mayo del siguiente año brindó un recital en el Town Hall, en respuesta a una invitación del Consulado cubano en Nueva York y la Federación Cultural de Sociedades Cubanas. Tanto en esa como en décadas ulteriores se multiplicaría su presencia en programas de televisión, teatros, centros nocturnos, casas de cultura, museos, peñas artísticas e instituciones. Presentó en la Casa de las Américas, en 1972, un recital de dos horas de duración intitulado «Luis Carbonell en tres tiempos», en el cual ejecutó al piano piezas de Lecuona, Cervantes, Bach y Rajmaninov, entre otros compositores; narró cuentos de renombrados escritores de América y Europa, y terminó con algunas de sus estampas y poemas afroantillanos.

Viajó a España, Nicaragua, Puerto Rico, Panamá, Venezuela, México, República Dominicana, Venezuela, Estados Unidos de Norteamérica. Ha sido profesor de generaciones de cantantes cubanos y puso sus conocimientos como repertorista y sus experiencias en el montaje de las voces al servicio del Cuarteto del Rey, Los Bucaneros y Los Cañas.

Entre los discos grabados por él se encuentran «Luis Carbonell en la poesía afroamericana», «Estampas de Luis Carbonell», «Sonata de San Joaquín», «Luis Carbonell en la poesía antillana», «Luis Carbonell. Poemas y palabras de Andrés Eloy Blanco», «Luis Carbonell dice cuentos cubanos», «Luis Carbonell. La Rumba y otros poemas», «Luis Carbonell, estampas de ayer y de hoy», «La mulata, ñáñigo al cielo y otros poemas»…

Importantes reconocimientos han recaído en la trayectoria profesional de Luis Carbonell: Orden Félix Varela, Distinción por la Cultura Nacional, Premio Nacional del Humor (2003), Premio Nacional de Música (2003), Artista Emérito de la UNEAC, Micrófono por el Setenta Aniversario de la Radio Cubana, Premio Internacional Casa del Caribe, de Santiago de Cuba… Ellos justifican, en cierta medida, las claves de la existencia de un hombre que sentó las bases de un reinado extendido más allá del suelo natal. Como bien afirmara el poeta, ensayista y crítico Virgilio López Lemus, «sólo en su reinado de gracia personal, él es un artista del mestizaje creativo, propio no únicamente de la identidad cubana, sino de la convergencia identitaria caribeña».

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