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Luis Carbonell

30 de mayo de 2014

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Luis Carbonell en la presentación de nuestro libro “Deja que te cuente de Bola”. Plaza de Armas, 2011

Luis Carbonell en la presentación de nuestro libro “Deja que te cuente de Bola”. Plaza de Armas, 2011

En ocasión del reciente fallecimiento del declamador, pianista y repertorista Luis Carbonell ofrecemos a nuestros lectores una síntesis biográfica del artista que, sin dudas, deja un vacío bien difícil de llenar en la historia de la cultura cubana.

 

Nacido en Santiago de Cuba el 26 de julio de 1923, en su ciudad natal Luis Mariano Carbonell Pullés estudió piano con Josefina Farré Segura, aprendió inglés y fue profesor de ese idioma. A los quince años de edad, integró la nómina de la radioemisora CMKC. Allí se desempeñó como pianista acompañante, director artístico y cultivó el arte de la recitación, al mismo tiempo que actuaba en los teatros Oriente y Cuba. Una de sus experiencias más importantes asociadas a tal etapa sucedió en 1943, cuando en la santiaguera Iglesia de San Francisco dijo el poema “A la Caridad del Cobre”, de Manuel Sabater, en el transcurso de una actuación del mundialmente célebre tenor español Hipólito Lázaro.
En busca de un mejor horizonte, a mediados de 1946 viajó a Nueva York, donde trabajó en una joyería. Pero su irrefrenable vocación artística lo llevó a presentarse en veladas familiares, la Casa Galicia y los clubes Internacional y Tropicana como pianista acompañante o recitador e, incluso, en ambas modalidades en un mismo programa, al lado de prestigiosas figuras, entre ellas la declamadora Eusebia Cosme.
Al siguiente año coincidió en Nueva York con Esther Borja y Ernesto Lecuona, a quien en una fiesta íntima impactaron la buena dicción, la entonación exacta, el gesto preciso y el original estilo del novel artista en sus interpretaciones de la poesía afroantillana. Mediante el apoyo y recomendaciones del maestro —que anticipándose a muchos lo conceptuó entonces “un genio de la poesía negra” —el 20 de diciembre de 1947 Luis Carbonell daría en Estados Unidos su primer paso profesional de relevancia al ser entrevistado y actuar en un programa especial de la NBC transmitido a todo el continente americano.
Gracias a Lecuona, conoció asimismo a la artista puertorriqueña de mayor popularidad en aquellos momentos en Norteamérica: Diosa Costello, que en febrero de 1948 lo incluyó una semana en su espectáculo en el teatro Hispano. En respuesta a las incontables demostraciones de admiración que recibiera en aquellos días de la colonia latina de Nueva York, el 11 de marzo de 1948 ofreció su recital de Poesía Afroantillana en el Carnegie Hall, en el cual declamó textos de los cubanos Nicolás Guillén, Emilio Ballagas, José Zacarías Tallet, Félix B. Caignet, Rafael Esténger, Vicente Gómez Kemp y Raúl Vianello, del puertorriqueño Luis Palés Matos, el venezolano Manuel Rodríguez Cárdenas y los españoles Federico García Lorca y Alfonso Camín.
Un periodista del rotativo neoyorquino “América en Marcha” afirmó en aquella fecha: “Llegar al Carnegie Hall cuando no media otro motivo de impulso que las magnificencias de un arte incomparable, significa un triunfo, y Luis Mariano Carbonell puede decir que se ha anotado un triunfo, que ha puesto una pica en Flandes, al llevar el verso antillano, en la voz varonil, hasta los espaciosos salones del Carnegie Hall. La meta de los triunfos artísticos”.
Avalado de ese éxito, regresó a Cuba en los últimos meses de 1948. El 27 de enero de 1949 debutó en los espectáculos que dirigía el actor y productor argentino Adrián Cúneo en el cine-teatro Warner (actual Yara), en los cuales obtendría un triunfo extraordinario y empezó a acompañar sus declamaciones con instrumentos musicales, cantantes y bailarines. Según el intelectual Reynaldo González “[…] Sus manos ofrecían una novedosa expresividad al recitar, pero también ganaban la resonancia del piano con una ligereza y un oficio insólitos; su acendrado paladeo de la música ayudaba a sus presentaciones. Traía en la voz algo de bongosero tradicional, decantado por un refinamiento criollo, la flexibilidad de lo vivido y asumido. Sonaba distinto. Era inimitable”.
Sus éxitos primarios en la patria los reiteró el 25 de febrero de 1949 al estrenarse el programa radial “De fiesta con Bacardí”, del Circuito CMQ, espacio en el que se mantuvo casi siete años y consolidó su prestigio a escala nacional. En su primera actuación ante esos micrófonos surgió un calificativo que generalmente aún lo identifica “El Acuarelista de la Poesía Antillana”. Desde entonces, tuvieron en su voz un intérprete insuperable estampas de los cubanos Félix B. Caignet (“Coctel de son” y “Me voy de flirt”), Jorge González Allué (“Los quince de Florita”), Rafael Sanabria (“Espabílate, Mariana”), Arturo Liendo (“Igual que el Niño Valdés” y “María, Carmen y Cuca”), Álvaro de Villa (“Mi Habana”), Enrique Núñez Rodríguez (“La alergia”), Francisco Vergara (“Se lo dije a Caridá” y “Yo quiero ser comparsera”), Roberto Díaz de Villegas (“Refajo marañón”), Emilio Ballagas (“El agua medicinal” y “En trance”); Antonio Castells (“Ilusión de abuela”), del puertorriqueño Fernando Vizcarrondo (“¿Y tu agüela, a’onde e’tá?”), el brasileño Jorge de Lima (“Esa negra Fuló”)…
A lo largo del tiempo, compartiría aplausos en “De fiesta con Bacardí” con la mayoría de los más renombrados artistas criollos y figuras y agrupaciones de prestigio internacional: Josèphine Baker, Jorge Negrete, Pedro Vargas, Nini Marshall, Luis Sagi Vela, la actriz y cantante española Paquita Rico, el conjunto folklórico vasco Los Xey y el trío mexicano Los Panchos… En octubre de 1949, el entusiasmo de los espectadores hacia el arte de Luis Carbonell concitó otro momento de singular interés al presentarse en el teatro América en un espectáculo de Ernesto Lecuona en el que participaban, además, Sara Escarpanter, Olga Guillot, Orlando de la Rosa y Carlos Barnet.
Iniciadas en Cuba las transmisiones televisivas fue uno de los fundadores del nuevo medio de difusión. Se presentó en los principales programas de variedades de toda la década de los años cincuenta, concibiendo espectáculos en los cuales declamaba, indistintamente secundado en ocasiones por un piano, guitarra, percusión, orquesta, bailarines y conjuntos vocales —o reuniendo algunos de esos elementos— para propiciar un ambiente sonoro que enriquecía sus actuaciones. Coadyuvaron a sus magníficos logros al respecto el coreógrafo Alberto Alonso y los cuartetos de Facundo Rivero, Orlando de la Rosa y Aida Diestro.
Intervino en 1950 en el filme “¡Qué suerte tiene el cubano!” E invitado por el Departamento de Cultura Obrera, del Ministerio del Trabajo de Venezuela, viajó en 1952 a Caracas y actuó en el teatro Municipal y en Radio Continente. En los medios culturales venezolanos lo introdujo Alejo Carpentier, que opinó: “El afroamericanismo alcanza, luego de la actividad precursora de la magnífica Eusebia Cosme, el plano de vastos empeños de Luis Carbonell, el famoso recitador cubano. Y hablo de vastos empeños porque con la noble ambición de su talento, nos ofrece algo nuevo, que puede prestarse a un desarrollo de alta jerarquía”.
Carbonell sería contratado durante 1953 por la emisora XEW, de México, e integró la compañía de Ernesto Lecuona que se presentó en el teatro Álvarez Quintero, de la capital de España. Terminados sus compromisos con el pianista y compositor, recitó en el madrileño Pavillón y, a seguidas, en el teatro Cómico, de Barcelona, en la revista musical “Delirio en el Cómico”, protagonizada por sus coterráneos Carlos Pous, Hilda de Carlo y Esther Borja y la actriz española Mary Santpere, entre otros. De nuevo en la Villa del Oso y el Madroño, la Borja y él actuaron en Radio Madrid y, para la firma Montilla, hizo las coordinaciones y redactó las notas incluidas en “Rapsodia de Cuba”, primer disco de larga duración grabado por la cantante cubana.
Otra meritoria faena discográfica suya fue la placa “Esther Borja canta a dos, tres y cuatro voces canciones cubanas”, que en 1955 grabó la firma Kubaney. Resultado de una idea de Luis Carbonell —convertida en realidad por el ingeniero Medardo Montero—, su realización marcó un hecho sin precedentes en la historia de las grabaciones discográficas en Cuba, pues aún no existían las llamadas técnicas mediante “pistas” que mucho después resultarían comunes. A fin de lograr tal empeño acometió los arreglos musicales de las diez piezas cubanas escogidas, el montaje de las voces a la intérprete, el acompañamiento pianístico, junto con Numidia Vaillant, analizó meticulosamente los resultados de cada una de las interpretaciones procesadas para el disco y redactó las notas de la carátula.
La constante búsqueda de novedosos senderos profesionales, lo llevó a convertirse en pionero de la narración oral escénica en Cuba. Su primer experimento en tal sentido lo hizo realidad, en enero de 1957, en la sala Hubert de Blanck. Distanciándose por completo de los textos costumbristas, con que lograra la consagración popular, se impuso una meta más alta: contar cinco cuentos —asumiendo los respectivos personajes— de igual número de autores cubanos: Miguel de Marcos, Miguel Ángel de la Torre, Lydia Cabrera, Félix Pita Rodríguez y Virgilio Piñera. Precedidos cada uno de ellos por grabaciones de música criolla, realizadas al piano por el propio Carbonell, se sumaron al éxito del espectáculo los decorados de Andrés García Benítez y los recursos de iluminación a cargo de María Julia Casanova y Carlos Lafont.
Luis Amado Blanco escribió por aquellos días en el periódico “Información”:

 

“[…] A nadie, antes que a él, se le había ocurrido que los cuentos de los autores modernos tenían dentro de sí esta posibilidad maravillosa. […].
[…] Claro que para llegar a esto hay que ser un gran artista. Y si es verdad que antes, Luis Carbonell era para nosotros un afortunado cultivador de un género sin mayor importancia, hay que convenir que ahora, por la sola fuerza de su genio, ha logrado incorporar e incorporarse a un orden de máxima categoría que de seguro ha de popularizarse para bien de los autores y del prestigio de la cuentística”.

 

Luego de actuaciones en Puerto Rico, en 1959 realizó otro espectáculo de esa índole en la sala Arlequín, de El Vedado, con cuentos de Armando Leyva, Lydia Cabrera, Hilda Perera Soto, Pita Rodríguez y Amado Blanco. De hecho, en una etapa de plena madurez artística, había trascendido el epíteto que años antes le otorgaran: “El Acuarelista de la Poesía Antillana”.
El 30 de mayo del siguiente año brindó un recital en el Town Hall, en respuesta a una invitación del Consulado cubano en Nueva York y la Federación Cultural de Sociedades Cubanas. Tanto en esa como en décadas ulteriores se multiplicaría su presencia en programas de televisión, teatros, centros nocturnos, casas de cultura, museos, peñas artísticas e instituciones. Presentó en la Casa de las Américas, en 1972, un recital de dos horas de duración intitulado “Luis Carbonell en tres tiempos”, en el cual ejecutó al piano piezas de Lecuona, Cervantes, Bach y Rajmaninov, entre otros compositores; narró cuentos de renombrados escritores de América y Europa, y terminó con algunas de sus estampas y poemas afroantillanos.
Viajó a España, Nicaragua, Puerto Rico, Panamá, Venezuela, México, República Dominicana, Venezuela, Estados Unidos de Norteamérica. Ha sido profesor de generaciones de cantantes cubanos y puso sus conocimientos como repertorista y sus experiencias en el montaje de las voces al servicio del Cuarteto del Rey, Los Bucaneros y Los Cañas.
Entre los discos grabados por él se encuentran “Luis Carbonell en la poesía afroamericana”, “Estampas de Luis Carbonell”, “Sonata de San Joaquín”, “Luis Carbonell en la poesía antillana”, “Luis Carbonell. Poemas y palabras de Andrés Eloy Blanco”, “Luis Carbonell dice cuentos cubanos”, “Luis Carbonell. La Rumba y otros poemas”, “Luis Carbonell, estampas de ayer y de hoy”, “La mulata, ñáñigo al cielo y otros poemas”…
Importantes reconocimientos han recaído en la trayectoria profesional de Luis Carbonell: Orden Félix Varela, Distinción por la Cultura Nacional, Premio Nacional del Humor (2003), Premio Nacional de Música (2003), Artista Emérito de la UNEAC, Micrófono por el Setenta Aniversario de la Radio Cubana, Premio Internacional Casa del Caribe, de Santiago de Cuba… Ellos justifican, en cierta medida, las claves de la existencia de un hombre que sentó las bases de un reinado extendido más allá del suelo natal. Como bien afirmara el poeta, ensayista y crítico Virgilio López Lemus, “sólo en su reinado de gracia personal, él es un artista del mestizaje creativo, propio no únicamente de la identidad cubana, sino de la convergencia identitaria caribeña”.

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