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Luis Amado-Blanco

7 de agosto de 2015

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Retrato+Luis+Amado.bmpFue en 1936 cuando Luis Amado-Blanco arribó a La Habana. Había cumplido 33 años y gozaba de un cierto renombre en la Península, donde publicara en 1928 su poemario “Norte”, y donde vio la luz un libro suyo de viajes titulado “Ocho días en Leningrado”.
Nació en Riberas de Pravia, Oviedo, en 1903, pero la familia se estableció después en Avilés, donde Luis vivió veinte años, hasta trasladarse a Madrid, donde estudió odontología, si bien resultaba evidente que llenar la página en blanco era su verdadera vocación.
En cuanto a Cuba, fue el periodismo la razón de una primera visita en 1934, como corresponsal de “El Heraldo de Madrid”. Entonces lo traía la misión de reportar a los lectores españoles la situación política y social después de la caída del dictador Gerardo Machado, a quien un movimiento revolucionario de raíz popular expulsara del poder un año antes. Luis Amado-Blanco escribió en aquella ocasión una serie de reportajes bajo el título general de “¿A dónde va Cuba?”.
Regresó de nuevo a comienzos de octubre de 1936, esta vez exiliado y después de haber pasado por Francia. Aquí su destino cambió para siempre, integrándose a la vida habanera, a sus círculos literarios y sociedad.
Presidió la sección de cultura de Izquierda Republicana en La Habana. La Institución Hispano Cubana de Cultura, el Centro Asturiano, el Lyceum y el Círculo Republicano Español, fueron algunos de los lugares que frecuentó en La Habana.
Hombre de impactante cultura, Amado-Blanco dio conferencias, presentó autores invitados y dialogó sobre política, literatura y artes. Reveló así la riqueza de su cultura y su apreciación crítica, en la que el teatro ocupó un espacio como cronista del diario “Información” (hasta 1959), o asumiendo la dirección de obras en el Patronato del Teatro.
Amado Blanco alcanzó importantes satisfacciones por su obra: en 1946, el Premio Talía, por la dirección de “La dama del alba”, de su compatriota Alejandro Casona; en 1950 el Premio Justo de Lara, esta vez por su hacer periodístico; el Hernández Catá, de cuentos, en 1951, con el relato titulado Sola.
Fue el primer embajador del Gobierno Revolucionario en Portugal; después, en 1962, se le nombró para igual cargo ante la Santa Sede, donde permaneció trece años, hasta su muerte en 1975, cuando era el decano del cuerpo diplomático acreditado ante el Estado Vaticano.

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