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Los zapatos de la Cenicienta

29 de julio de 2016

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tacones-para-mujer-altas-y-delgadasSolo en la noche de bodas entendió aquella frase del padre chofer el día que le preguntó el porqué era tan chiquita en comparación con sus cinco hermanas. “Porque llegaste tarde en la distribución del petróleo”, le contestó en sentencia que la persiguió toda la vida.
Llegó tarde a la distribución de las ropas que pasaban de hermana a hermana en arreglos cada vez más complicados para la madre costurera. Llegó tarde a la Fiesta de Quince tan disminuida en esplendor de hermana en hermana que la suya se comparó en el barrio con una fiesta infantil de cake sin piñata. Y hasta para el matrimonio, las primeras palabras de amor y las únicas, las escuchó cuando la mayor de las hermanas efectuaba su segundo divorcio.
Por su baja estatura, desde pequeña añoró esos altos zapatos usados por las mayores y llegados a sus pies de las manos de zapateros innovadores que los convertían en zapatillas lisas. Los tacones quedaban siempre en el camino. Entre sus sueños malogrados guardó el zapato añorado y diseñado mentalmente, nacido de la conjunción de escenas de películas y revistas de muchos colores. Piel legítima de becerro, forro de terciopelo y tacones de tres pulgadas. Y entre los cuentos de hadas narrados a las nietas, estaba ese. El del zapato zanco que le alzaría la autoestima y que algún día llegaría a sus pies.
Una de aquellas nietas que nunca llegó tarde a clases, llegó un día a una universidad extranjera a terminar el doctorado. Y al regreso feliz y después de los besos y abrazos de rigor, pasó a la escena cumbre del recibimiento, la repartición de regalos.
En las manos de la abuela querida, colocó los zapatos de piel de becerro, forrados en terciopelo y con tacones de tres pulgadas.
La anciana los contempló con el respeto y admiración en que se observan los baluartes patrimoniales descritos en los libros de historia.
Emocionada, besó a la nieta, pidió permiso y marchó a su habitación.
Se quitó los zapatos bajos lustrados con fuerza para el recibimiento de la doctora. Contempló sus pies hinchados, los dedos deformados, las venas marcadas en la piel. Y acarició los zapatos de piel de becerro, forrados en terciopelo y con tacones de tres pulgadas que como todo en su vida, les llegaban tarde. Pero llegados de todas maneras como los vestidos arreglados de las hermanas, el cake de la fiesta infantil de Quince, el novio convertido en marido.
Al día siguiente, bien temprano consultaría con una vecina experta el precio en que podría venderlos. Llegarían tarde las otras nietas sonsacadoras a pedírselos.

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