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Los pinos nuevos

3 de diciembre de 2021

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Marti_en_Tampa

 

La noche del 27 de noviembre de 1891 José Martí pronunció su segunda oración en Tampa. Fue en un acto convocado por la convención cubana, una de las asociaciones patrióticas de la ciudad. Por segunda ocasión el Liceo Cubano le abría sus puertas, al igual que cuando el encuentro la noche anterior, donde expuso su concepto acerca de la república cubana por la que él trabajaba.

El motivo de esta reunión fue rendirle homenaje a los ocho estudiantes de medicina fusilados en La Habana veinte años atrás, el 27 de noviembre de 1871. Pero esta pieza oratoria es además un llamado a actuar para salvar a la patria de crímenes como aquel. Fueron palabras de recuerdo de un acto trágico y triste, mas también de esperanza por la independencia novedosa que Martí planteaba en su proyecto liberador.

Él mismo dice desde el inicio que pide luto a su pensamiento y que no ofrece “lágrimas pasajeras” ni “himnos de oficio.” Tampoco lamenta “la muerte necesaria”, pues cree que la de aquellos jóvenes es “almohada”, “levadura” y “triunfo de la vida.” El orador sostiene su criterio de la muerte necesaria, hermosa y útil, a la vez que clama por el amor “entrañable”, “purificado y angélico” para los estudiantes que ascendieron “al heroísmo ejemplar”.

Como si él hubiera estado presente en aquel noviembre de1871, el Maestro l dedica un hermoso párrafo a describir la marcha de los jóvenes hacia el pelotón que les dispararía, luego refiere los horrores del presidio vivido por él y pasa entonces a explicar cómo circuló en Madrid en 1872 un escrito denunciando el crimen salido de sus manos, a la vez que se extiende en entregar su imagen del que califica como un buen español, el capitán del ejército español, Federico Capdevila, el valiente y digno defensor de los encausados: “¡Sean para el buen español, cubanas agradecidas, nuestras flores piadosas¡”.

Un párrafo dedica a reconocer la tarea de Fermín Valdés Domínguez en la búsqueda de los huesos de los estudiantes, “que bajó a la tierra, con sus manos de amor, y en acerba hora, de aquellas que juntan de súbito al hombre con la eternidad, palpó la muerte helada, bañó de llanto terrible los cráneos de sus compañeros!” Por eso le llama “el sublime vengador sin ira.”

El cierre del discurso busca inflamar el ánimo patriótico por la independencia a la vez que entrega puntos clave de su novedoso programa de unidad para la república nueva. Así, pide que cesen “las lamentaciones que solo han de acompañar a los muertos inútiles.” Para él, los estudiantes del 27 de noviembre son “levadura heroica” porque “entraron a paso firme, sin quebrantos de rodilla ni temblores de brazos, en la muerte bárbara.” Y llama a “unir en concordia” a los cubanos y a los españoles de la Isla para mañana “en la tierra libre, ante el monumento del perdón” pongan flores los hermanos de los asesinados y los que no quieren llamarse hermanos de los asesinos.

Con imágenes esplendorosas Martí culmina narrando cómo durante el viaje hacia Tampa vio en el bosque crecer los pinos nuevos en torno al tronco negro de los pinos caídos. Y culmina con esa frase que define las nuevas ideas de su proyecto revolucionario, a menudo mal interpretada como una referencia generacional: “¡Eso somos nosotros: pinos nuevos¡”.

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