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Los otros hambrientos

19 de diciembre de 2015

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consulta-medica--647x300Bañada y con la bata planchada por la hija, sentada en la sala hacía que revisaba una revista vieja. Así escondía el verdadero propósito. A esa hora, esperaba la llegada de los otros integrantes de la familia. Al sentir que la puerta se abría, adoptaba una expresión lastimera. El desfile de integrantes de diferentes grupos de edades comenzaba. Algunos entraban, casi corriendo y el saludo de “hola, abuela” se perdía en el pasillo. Otros se detenían un instante y le preguntaban el ritual “¿Cómo pasaste el día?” y recibían la respuesta mientras se distribuían por la alargada vivienda. Los menos, se detenían a sostener un corto intercambio y uno o dos, la besaban.
Entonces, la actuada cara de congoja pasaba a expresión natural. Se sentía despreciada, humillada, olvidada. Y con la revista vieja marchaba al dormitorio y hasta la llamada de la comida, encerrada, hacía todo lo posible por sentir tristeza, tristeza de la grande. Nadie tocaba a la puerta para que la escucharan contar las mismas historias almacenadas hasta por los más pequeños. No importaba que la llevaran al médico ante la menor queja, que lograran para ella, las frutas que le gustaban y solo encerrados los adolescentes escucharan la música para no molestarla. Estaba convencida. No la querían. Y con la cara amargada y en la boca palabras más amargas concurriría a la comida y provocaría que los otros la evitaran.
Sumida en ese estado meditabundo, un recuerdo atrasado se le presentó. En el Día del Médico, llamó a todos los especialistas y olvidó a aquella profesional enferma desde hacía años, aquella muchacha dulce, paciente escucha de todos los síntomas narrados por ella y por todos los ancianos atendidos en ejemplo de comprensión extrema en la consulta.
Dudó en llamarla después de tantos días, pero al apreciar que no la había llamado en todo este año en proceso de liquidación, se decidió. Marchó a la sala y pidió a la adolescente enamorada, el uso del teléfono. La chica se despidió del novio y con una sonrisa cedió el turno. La enferma crónica, también los galenos pueden constituirse en enfermos crónicos, reconoció la voz y la anciana sintió la alegría escondida en esa frase de agradecimiento por acordarse de ella. Hablaron un largo rato. Las dos perpetuaban anécdotas pasadas. Advertía el entusiasmo creciente en la voz revitalizada, distinta de la susurrante que la saludó al principio. Aquella doctora enferma era feliz, por unos minutos era feliz. Y ella era la gestora de aquella felicidad. La llamada al comedor provocó la despedida. Una despedida aliviada por la promesa de otra llamada cercana.
Sentada a la mesa, los más avezados notaron aquella expresión serena de la anciana. No medía con los ojos el tamaño de la carne alojada en su plato en comparación con los demás. Extasiada juzgaba aquella conversación. Avergonzada, asimilaba que ella también olvidaba a los hambrientos de atención y cariño, representantes de cualquier edad.

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