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Los órganos musicales en Cuba (II)

5 de noviembre de 2019

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Fábrica-de-órganos

 

Tal como había prometido en mi comentario anterior, continúo hoy con la historia de estos instrumentos que se había detenido cuando en 1906, y luego de haber estudiado en París el oficio de construir órganos, don Pancho Borbolla, hijo del iniciador de este negocio, comenzó a vender los antiguos instrumentos por considerarlos obsoletos. Pues bien, esto provocó que la música de órganos empezara a extenderse por todo el país aunque, claro está, la tradición era manzanillera.

Los nuevos órganos traídos de París eran muy sofisticados y grandes, pues pesaban algo más de 600 libras. Pero la novedad atrajo la atención y empezaron a comprarse para ser utilizados en bailes de barrios humildes, aunque muy pronto el instrumento llegó a las sociedades más respetables de la época.

Pasó el tiempo y el hijo mayor de don Pancho, luego de finalizar sus estudios en París, regresó a Manzanillo y empezó construir grandes órganos con una técnica mejorada y con una enorme cantidad de pitos, lo que permitía resultados sonoros de excelencia.

Como el lector se habrá dado cuenta, el denominado “órgano de Manzanillo”, se convirtió en un negocio de la familia Borbolla que pasó de generación en generación. El instrumento hacía las delicias de los bailadores y llegó a convertirse en objeto de devoción, pues cada vez que llegaba uno a Manzanillo, se le bautizaba derramando un poco de ron sobre él y se le ponía un nombre.

Pero no se puede hablar del órgano de Manzanillo sin mencionar a Joaquín Fornaris, quien fue la persona que lo dio a conocer en La Habana, en el cabaret La Verbena, del reparto Almendares, y en 1943 se extendió por todo el país, incluyendo la emisora Mil Diez, que fue la encargada de su difusión radial a nivel nacional.

El órgano manzanillero al principio fue rechazado por la alta sociedad, y había que colocarlo en la calle o pasearlo por toda la ciudad para combatir ese rechazo, lo que se convertía en todo un acontecimiento.

Es importante decirle que a quienes manipulaban los órganos se les llamaba directores, y que se acompañaban con tocadores de güiro, bongó y timbales.

Aunque en la actualidad el órgano no tiene mucha demanda en la capital cubana, cuando se escucha uno –lo que sucede a veces en un local de la Plaza Vieja– gran cantidad de personas se asoman a escucharlo y hasta bailan, porque ese instrumento produce una música a cuya cadencia nadie puede mantenerse ajeno.

Y para cerrar este comentario, voy a referirle una anécdota contada por Carlo Borbolla.

Un organista conocido como Candén, se sintió mal de salud y realizó una petición para cuando falleciera, la cual fue cumplida al pie de la letra, en su funeral, todos los organistas echaran sobre el ataúd un chorrito de ron y luego bebieran. Al desfilar el cortejo, que nada tenía de fúnebre, le acompañaba el órgano tocando su pieza favorita: “Se va el caimán, se va para Barranquilla.”

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