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Los necesitados

7 de noviembre de 2022

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68128825-viejas-manos-en-un-fondo-negroEl cemento recordará mis pasos, piensa el anciano. Y los árboles también. Ya recogieron las ramas caídas y auxiliado por el bastón, llegará al banco que lo espera. Colocará la almohadilla. Se sentará y aunque no quiera, volverán las preguntas y quizás, lo desea, se adormilará.
Sentado en el parque, aquel hombre de cabeza blanca contempla con detenimiento el juego de unos niños. Estos chiquillos reproducen a otros patinadores contentos. Aquellos patines eran de metal, diferentes a estos. Claro, los años corrieron y los hijos de este anciano son hombres y mujeres. Hombres y mujeres, ¿olvidadizos o egoístas?
La pregunta sin respuesta porque él no quiere encontrarla. En su interior maneja otras interrogantes: ¿En qué falló? Su difunta esposa y él prodigaron amor y cuidados. Recuerda aquellas noches en vela por la tos del pequeño. Y las tardes cuando, a pesar del cansancio del trabajo, hallaba fuerzas para con los hijos, venir a este mismo parque. Los domingos dividían los paseos. Unos, a la casa de la familia de la esposa; los otros, a la de los suyos. A pie, recorrían el pueblo entre los saludos de amigos y conocidos.
Y ahora, ¿por qué sus hijos no repiten esa costumbre aprendida?
Y en su nobleza, busca en su actitud pasada, la causa de este abandono.
No, no hubo equivocaciones.
Y el anciano entra en un letargo triste en que escucha nuevamente las justificaciones de los hijos. Le pagan a una señora para que lo atienda, le envían los alimentos, las medicinas, lo llaman por teléfono. Y le repiten lo del problema del transporte que no es el de antes y su pueblo queda lejos de la capital.
Válida argumentación de los hijos. No dicen mentiras. Pero…
Si bien es cierto que hoy vivimos más dominados por las exigencias del desarrollo educacional y laboral; si la sociedad reclama más entrega de cada ciudadano; si las preocupaciones del devenir aturden y retuercen los ánimos; la sombra del egoísmo trama olvidos dirigidos a quienes ya no aportan ayuda, a quienes ya no necesitamos.
Esa es la causa principal: no los necesitamos. Y los apartamos como ese mueble pasado de moda.
Y ellos necesitan ser necesitados. Aunque su voz haya perdido la frescura y su decir adquirido lentitud, sus consejos continúan envueltos en amor y son, por lo menos, dignos de recibir con atención.
En ocasiones, ese tiempo indetenible destruyó sin conmiseración, su habilidad mental y el rato pasado junto a él conlleva paciencia, contención para el hijo sano y fuerte. En cambio, para ellos, dentro de la nubosidad de su entendimiento, esos ojos cansados volverán a brillar entre sus fechas confundidas, sus nombres equivocados. Serán felices.
Una mano le toca el hombro. El anciano abandona su ensoñación. Conoce a la anciana que le sonríe con sus pocos dientes. Es una vecina del barrio que se gana los pesos tejiendo cosas para los niños mientras teje y teje, habla y habla. Y hoy le cuenta que entregó dos abriguitos y le pagaron muy bien. Le daría, siempre lo hace, una buena parte a su hija y con lo otro, aunque le costó caro, se compró unas panetelas. Deja de tejer, se limpia las manos y de su jaba de tamaño interminable saca un nailón y siempre sonriente, le ofrece un dulce. La conoce. Él sabe que si no lo acepta, se molestará. Y piensa que ella es feliz porque la necesitan.

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