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Los extremos siempre se tocan

16 de octubre de 2015

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Las emociones tienen importancia en cualquier esfera de la vida –lo cual no es un secreto–, empezando por la familia. Siempre hay que empezar por aquí en cualquier asunto humano, porque nada sustituye lo que dentro de la familia se aprende, a ser lo que somos. Así, pues, si nos amamantan para alimentar el cuerpo, el amor que nos dan es lo que nutre el alma, por lo que si recibimos es indiferencia, represión, ira, u otra emoción negativa, el espíritu se enferma tempranamente, y esto tiene consecuencias más adelante.
Si pasan unos añitos y se llega a esa edad maravillosamente aterradora que es la adolescencia se puede ver cómo las emociones determinan la vida. Todos los cambios que sorprenden, hasta el que hasta hace poco fuera un niño o niña resultan como un aluvión de transformaciones físicas, hormonales, psicológicas, sociales que desajustan la conducta juvenil; y hay que haber sembrado mucho amor y regulación emocional para que este viaje interplanetario en bicicleta –que es la adolescencia– sea más tolerable y no tenga consecuencias permanentes.
Un asunto central en esto está relacionado con el ajuste social en adolescentes. Se observa que los que poseen una mejor regulación de sus emociones tienen una conducta pro social más efectiva, con las consecuencias beneficiosas que esto lleva, lo cual reviste real importancia ya que en estas edades sentirse parte funcional de los grupos de coetáneos es el centro de la vida. ¿Qué significa tener una conducta pro social efectiva? Pues que es capaz de relacionarse con los jóvenes de sus edad a partir de un intercambio equilibrado, o lo que es lo mismo, no sentirse con el derecho de imponerse a los demás, ni dejar que los otros dirijan y determinen su conducta, haciendo o ejecutando acciones con las que no concuerda, guiado solo por el deseo de complacer a los otros, y así ser aceptado. De manera contraria, quienes no tienen un buen manejo de las capacidades emocionales hace que se sientan inseguros y tienden a manifestar conductas que no se avienen a sus deseos e intereses, sino que actúan para complacer a los otros chicos con los que se relaciona.
Tal vez algunos de mis lectores tienen profesiones en las que están en contacto con adolescentes y seguro han visto quienes fuman, beben, se ausentan de clases, e incluso hasta comenten delitos solo guiados por la necesidad de ser aceptados, de recibir la aprobación emocional de los compañeros de su edad, y así asegurarse un lugar social, ser invitado a fiestas y ser admirado por el sexo opuesto; lo cual le asegura una novia o un novio. Es triste ver que este tipo de conducta le trae al jovencito una tranquilidad efímera, porque las emociones positivas rara vez llegan. Al actuar en concordancia con lo que otros quieren no es la fuente de emociones positivas, sino que lo que provoca es miedo, irritabilidad o algo peor como la implantación de un desapego emocional que no permite evaluar los límites de conductas socialmente ajustadas, y las desajustadas (muchas veces delictivas).
Vi hace algunos años un jovencito de 14 años, educado por una madre sobre protectora y dominante que creía que las prohibiciones y el no permitirle la asociación con los jovencitos de su edad (no fiestas, no equipo de beisbol), lo protegían de las malas compañías, y esta actitud hizo que su hijo fuera tímido, temeroso, desconocedor de las maneras de integrarse a un grupo. Hasta que un día, para ser aceptado por el grupo, le dio fuego a la puerta del aula de la escuela, y al llegar la policía, los demás huyeron y él fue incapaz de correr. Al preguntarle qué sintió mientras quemaba la puerta (por suerte los bomberos llegaron a tiempo y no hubo daños mayores), él reconoció que se sentía mal cuando lo hacía, el mismo miedo que lo acosaba cuando tenía que enfrentarse a su madre y al grupo; pero por lo menos pensaba que iba a lograr a hacer amigos, e iba a recibir respecto. Esta es una conducta contraria a la pro social, ya que no fue capaz de tener un ajuste y regulación conductual-afectiva que le permitiera ser aceptado no por lo que los demás querían, sino lo que él era capaz de hacer, mostrando sus valores como persona, claro que es que no se lo habían enseñado. Así que ¡mucho cuidado! que conductas como estas pueden ser el resultado tanto de una sobreprotección como del abandono, porque como dice el viejo refrán: los extremos se tocan.

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