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Los barrigones

8 de marzo de 2013

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¿Qué baje la barriga? ¿Usted está loco? Con el dinero que me ha costado la panza esta, además, me da aspecto de persona satisfecha y de buena posición.
Así decía mi amigo el Gordo, sí, el Gordo, porque a pesar de los años que nos  conocemos, no  se su nombre, porque siempre lo han llamado así. Cada vez que alguien le hablaba de hacer ejercicios o de ponerse una dieta, se insultaba, decía que eso era envidia  porque él se sentía muy bien así. Su comida preferida era potaje con arroz , pan con mantequilla, chicharrones de puerco, tamal y un buen postre al final,  claro, nunca podía faltar la cerveza, o mejor dicho, las cervezas.
Así vivía feliz el Gordo, pero un día, en que lo invitaron a una boda donde habría mucha comida y cerveza, qué desencanto, a la hora de vestirse, ni el saco  ni el pantalón le cerraban, su ya voluminoso vientre había aumentado una pulgada. Pero el Gordo no se amilanó y fue a pedir un traje prestado a uno más gordo que él, y aunque ya no tan elegante, pudo asistir a la boda.
Claro, la fiesta era en un cuarto piso de puntal alto, y cuando el Gordo logró llegar, estaba cansado y sudoroso, ya no podría bailar, pero al menos comería y bebería.
No se sintió muy bien, porque se percató de algunas muchachas que con disimulo lo miraban y luego reían, pero lo peor fue cuando oyó a una decir: “Este seguro que orina de oídas”.
Al fin terminó la fiesta y todos fueron conducidos en automóviles a sus casas, ah, pero el último auto era en V W, y el Gordo no cabía, decidió entonces alquilar un bicitaxi, pero el conductor le dijo:
“Que va, viejo, tú pesas mucho”
Y tuvo el Gordo que caminar las 23 cuadras que lo separaban de su casa. Al otro día, domingo, se levantó tarde, tenía un turno para comerse sus dos pizzas familiares en el Barrio Chino. Y entonces ocurrió otro imprevisto, el Gordo  no podía vestirse porque no se podía amarrar los cordones de sus zapatos, ni quien se lo hiciera, ya que no se sabe por qué, un día su compañera salió de compras, y no volvió jamás.
Se quedó el Gordo pensando en los problemas que le estaban causando su obesidad, y sobre todo su enorme panza.
Decidió entonces visitar al médico para que le indicara una rigurosa dieta y hacer ejercicios.
Dos años más tarde el Gordo era otra persona, había bajado 110 libras, arregló toda su ropa y vestía elegantemente, podía subir escaleras y bailar, montar todo tipo de vehículo, amarrarse los zapatos, nadie se reía de él y hasta volvió a casarse.
Pero por ironías del destino, después de tanto luchar contra su barriga, ahora, por su culpa, era su nueva mujer la barrigona, ya que tenía ocho meses de embarazo de trillizos.

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