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Los actores juegan como niños V

2 de agosto de 2013

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Finalmente en abril tienen lugar los primeros encuentros y ensayos. Uno espera la clásica estructura donde se comienza leyendo el texto de la obra, luego se hacen improvisaciones para encontrar el tono y la urdimbre de los personajes, y finalmente se arriba al montaje propiamente dicho y al ajuste de los elementos que darán el acabado final a la puesta. Pero con Hassane Kouyaté habría que usar otros esquemas, o mejor, saltárselos, entrar en el reino de la Libertad y la Inocencia. Libres para ser, puros para recibir. Claro que se leyó la obra, cada cual sus parlamentos, cada quien como parte de una orquesta, pero con notables particularidades. Desde ese instante pude intuir lo que vendría.
El director aprevachaba los primeros minutos de cada jornada para conversar con sus actores, preguntarles sobre su descanso, pues como a él “la noche le aconseja”, entonces quería escuchar lo que soplaba y silbaba en la cabeza y los sueños de los otros. Siempre es interesante entrar hasta la “oscura raíz del grito”. Luego pasaba a comentar sobre el mundo, sobre el sustrato cultural que está en la obra, y que, desgraciadamente es poco conocido, aún entre nosotros, que tenemos una importante influencia africana. Pero ese continente ha seguido su marcha y las formas de expresión de su espíritu, de su alma, de sus saberes son ya otras, muy distintas a las que se amasaron hasta finales del Siglo XIX, momento histórico en el que tiene lugar la abolición de la esclavitud y con ella de la Trata Negrera, y comienza la explotación intensiva del territorio de ese continente y de su gente. A pesar de los contactos y los esfuerzos no conocemos de él casi nada. Estamos como detenidos en un tiempo que no es.
La opulencia y la arrogancia europeas están fabricadas con los despojos de África, más la prepotencia colonial les jugó una mala pasada: hoy mueren atragantados por sus propias medicinas, y lo peor, arrastrando a la clase trabajadora de sus países a un desordenado consumismo y al tortuoso camino de la especulación y la autodestrucción. Olvidan los europeos que Agustín de Hipona, el grande santo, que, entre otros, tanto ha influido en el pensamiento y la vida de su continente, es un africano; la desmemoria les trampea y no tienen en cuenta que de las tierras que están al sur del Mare Nostrum vino el saber islámico – medicina, matemáticas, física, alquimia, metafísica, tecnologías-, los relatos que son la raíz de los suyos, o que, sin la labor de conservación, estudio y difusión en las universidades y escuelas norteafricanas, e incluso subsaharianas, no podrían entenderse y ni siquiera contestarse a las clásicas preguntas de la mayéutica, por solo poner algún ejemplo notable y conocido.
Para muchos África sigue siendo un continente salvaje, de costumbres primitivas y guerras permanentes. Aunque sea esa una lectura posible, no se ajusta a su rostro pleno. Le han aplicado los calificativos de tradicional y conservadora, de primitiva y montaraz, a su Cultura; pero han olvidado que la práctica cultural consuetudinaria no ha cesado allí, y que si bien lo ancestral, tanto en su organización como en sus jerarquías, sigue teniendo peso e influencia, este se da con una perspectiva utilitaria, que hace de su espiritualidad, leyes y orden, expresiones equilibradas y ajustadas al verdadero sentido de la existencia humana cotidiana, que ya quisiéramos tener en algunos lugares de este planeta. La experiencia de los viejos sirve en tanto ha demostrado su efectividad concreta.
Para el hombre de cultura oral lo que no es funcional se olvida, deja de ser operativo. Justamente una de las acciones más perversas y dañinas de los colonizadores y sus agentes locales, porque los hay, está en la fragmentación territorial anárquica que trajo como consecuencia estructuras geopolíticas que no se corresponden con las realidades culturales, y esta es una de las lecturas posibles sobre el origen de las guerras y la miseria contemporáneas. Por otro lado misioneros, antropólogos, filántropos, e incluso personas de buena voluntad, queriendo “ayudar”, introdujeron entre amplios sectores africanos cierto complejo de inferioridad, en tanto no poseían ni Escritura ni “religiones universales”. Rotas sus matrices culturales hubo y hay que reconstruir y sanar. Devolver a sus protagonistas Voz y Palabra es obra de los nuevos actores de África, formados en la frontera de una cultura dominante de raíz colonial, con visos de modernidad y desarrollo, y las formas tradicionales.
La familia Kouyaté, junto a otras de peso, raigambre y prestigio, asume la función de ser mediadores y conservadores entre la llamada tradición y sus expresiones contemporáneas, influenciadas por la mundialización   y tentadas por la homogenización que se produce en esta época de tecnologías de la comunicación hiperconectadas y rápidas, que, como hemos dicho en otros sitios, entraña la aparición de un nuevo sistema simbólico de expresión, la Escritoralidad. La Extranjera y su puesta en escena por Hassane Kassi Kouyaté, como veremos, se inscriben en esta poderosa corriente que se está conformando en los bordes de la civilización humana.
Tan poco nos conocemos, que durante el primer encuentro, el director nos invitó a ver la filmación de la reunión anual de una Cofradía de Cazadores, nombre que le colocaron los imperialistas y que no corresponde con la esencia de esa organización de sabios, maestros, adivinos, sanadores, dueños de la palabra, etc., pero que sin embargo, para evitar “miradas indiscretas”, sus miembros se dejaron, con sorna, nominar así, hasta hoy. Ante nuestros ojos asombrados desfilaron infinidad de personajes que no teníamos idea que aún existieran, hasta que llegó el griot – otro calificativo Occidental- y nos dejó definitivamente descolocados. Aquel hombre, durante la ceremonia, relataría la genealogía de ochenta y un familias notables, sin auxiliarse de documentos o guiones. Todos descansaban o se retiraban por turnos, pero él permanecía, sin dejar un instante de relatar. La Teoría de la Oralidad al uso se viene abajo, la grafomanía de este lado del mundo se torna ridícula.
Pero en ese instante sucede algo risueño y notable, una actriz, que después se destacaría por su ingenuidad y buenas maneras, pregunta qué es un griot. No lo sabe, nadie se lo enseñó. Quizás la profusión de contenidos en el sistema de enseñanza, incluso de la artística, ha olvidado que el mundo no es Europa, o, como sucedía en los ya lejanos días del marxismo de manual y de la historia de los movimientos obreros europeos, en detrimentos de los relatos nacionales y de las culturas populares, nadie se ocupó en decirle que los africanos fueron y son algo más que las víctimas de una masacre.
Los actores, sonríen. Ríen a gusto.  Pero, ¿cuántos sabemos exactamente qué es un griot? Hacemos un alto, para respirar hondo, desde la raíz. Nuestra ignorancia es docta y presuntuosa.

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