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Llamada en espera

5 de julio de 2021

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imagesEl teléfono lo llamaba. Una llamada silenciosa. El aparato reclamaba en silencio, sin timbrar. Cada vez que lo miraba, que le pasaba por el lado, surgía la tentación de marcar los números del atribulado amigo. Lo sabía imbuido en una decisión definitoria de su modo de aceptación de la vejez, vejez gestada por el en soledad. De la infancia de niño pobre, por sus habilidades y estudios, llegó a actor famoso, un actor del cine en la patria y el mundo. Perseguido por bellas mujeres, aplaudido por los públicos, divorciado tres veces legalmente y con hijos que no abandonó financieramente, pero crecidos lejos de él. Sufría los efectos de la soledad cuando cruzaba la escalera de los setenta. Y ese amigo lo visitó buscando orientación. Y él solo le insinuó el repaso por su vida personal. Allí encontraría la respuesta. Y lo dejó marchar vacío de consejos. ¿Hasta donde puede entrar en la vida ajena otra persona? Esa línea de respeto a la vida del otro a veces toma caminos zigzagueantes. No debía llamar, se repetía. A la vez sentía que el otro necesitaba una palabra de compañía. Logró detener el impulso. Pasado el mes, el timbrar indiscreto de sonido chirriante cercanas las once de la noche, trajo la voz del amigo.
La voz parecía tranquila. Para él, nunca adoptó poses teatrales. Siempre, hasta empleaba el vocabulario del barrio en que se criaron juntos. Después de preguntar por la familia, sin alusión a los días pasados, le anunció que volvería al cine. Saldría del descanso que se prodigó a pesar del acecho de los productores. Estudiaba un libreto traído por un joven director. De esos de mirada atrevida que frente a la experiencia de los consagrados, presentan su sabiduría de libros leídos en tables y cientos de horas pegados a series más que a filmes de culto. Era un chico español, tenía ya premios en festivales menores. Era atrevido, de esos que le buscan las cinco patas a un gato porque la imaginación les hace ver que la cola es una pata adicional. Y son capaces de convencer hasta un público de zoólogos. Y el libreto le estaba interesando.
Este amigo hermano hablaba con la vitalidad de un adolescente. Y sin darle permiso para una pregunta, pasó a contarle la trama. Era la historia de un negociante triunfador que solo al llegar a los ochenta, percibe que tenía hijos, nietos y algún bisnieto, productos finales de dos matrimonios rotos por mutua conveniencia. Y que todos, incluyendo las madres, gozaban bien de los dividendos de sus empresas. Y entonces, en su calidad de imaginativo emprendedor, diseña un proyecto para acercarse a ellos. Llegado a este punto, el amigo hermano frena su discurso y admite que ese tono de comedia sentimental, no le agrada. Y que discutirá con el bisoño director porque la soledad del adulto mayor merece respeto y comprensión. Y el filme que él imagina, el que le gustará interpretar, provocará sonrisas y a la vez, hará pensar al público, inclusive a los propios viejos. El final será feliz después de las consabidas lagrimitas sentimentales. Y en ese instante, dada la amistad que existía entre ambos, el paciente oyente se atreve a interrumpirle y con tono aplastante le dice: Y te hará razonar a ti también. Acepta que en ese libreto está tu vida condensada. Y que en la realidad, todos los finales no son risueños.

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