ribbon

Leyes en su contra

8 de enero de 2014

|

La música atronadora de la grabadora llenaba cada hora libre de clases en la casa de Mikel. La familia era la primera en reclamar silencio, y no faltaban las quejas de los vecinos.  El adolescente comenzó a usar audífonos, y se consiguió  la paz de todos. Así, pasó el tiempo.
Quizás fueron los padres, tal vez los maestros, y hasta las propias amistades, quienes notaron que Maikel no respondía cuando le hablaban.  Al principio, lo interpretaban como falta de atención. Pero, paulatinamente, hasta él mismo comprendió, que  no escuchaba bien. Cuando decidieron visitar al médico, el diagnóstico alarmó: los tímpanos del joven estaban irreversiblemente afectados.

 
CONTAMINACIÓN SONORA

La atmósfera apacible  de las civilizaciones primitivas fue rota con el repicar de tambores llamando a la acción. El ruido atemoriza y confunde. Es tan así, que durante las dos guerras mundiales se estudió la posibilidad de crear sonidos que produjeran la muerte.

Vencida la primera mitad del siglo XX, la industrialización  trajo aparejado el desarrollo… y la contaminación ambiental. Por tanto, entre los múltiples elementos que pretenden destruir la vida en el planeta, el ruido ocupa un reconocido lugar.
Las fuentes que lo generan, varían en su génesis.  Si nos situamos en
el hogar, escuchamos,  radios, televisores, grabadoras y los
inconfundibles sonidos del trajín doméstico, lo que a su vez, exige hablar a gritos, que aumentan la agresión sonora. En las oficinas, los timbres de los  teléfonos suenan. Se oye el tecleo o el repiqueteo de las impresoras. Y todos, simultáneamente, conversan, tanto del propio trabajo, como de asuntos triviales.
No quedan atrás los ruidos urbanos, aquellos que producen el tráfico con los autos, ómnibus, el abuso innecesario del claxon, y los habituales en fábricas, comercios, cafeterías, bares y discotecas que no cumplen con las normativas obligadas de su actividad. Sumemos a este panorama, la bulla que escapa de las obras en construcción, y hasta el martillo neumático en plena calle, estruendo del que se protege el operario, pero no a los vecinos, ni a los transeúntes.
Y no termina ahí. Los músicos practican en sus casas, los cantantes, también.  Los chóferes, o los mecánicos particulares, arreglan los fallos de sus motores, y en fin, una tormenta sonora lacera nuestros oídos y… estabilidad psíquica.

 
¿RESISTIR O ENFRENTAR?

Los expertos establecieron como límite aceptable del ruido: 65 decibelios. Este grado se alcanza, por ejemplo, en el ambiente cotidiano -y disciplinado- de una oficina. En cuanto a los hogares, 35 decibelios durante el día y 30 en la noche. No obstante, esto es relativo, porque una conversación genera 45 decibelios.

¿Qué hacer? ¿Cómo decirle al vecino gritón -o que gusta del alto volumen de su radio-, que debe moderar su voz o bajar el tono del equipo?  Debemos tener en cuenta, además,  que en ocasiones, hay ruido
imprevistos: una fiesta, diurna o nocturna, alguien que martillea por una situación imprevista en el hogar.

Los especialistas establecen el ruido como efecto acumulativo negativo sobre la salud. Desencadenando, de manera general: hipertensión arterial, incidencia de accidentes cardiovasculares, alteraciones digestivas, hormonales y afección en las cuerdas vocales. Pero, los otorrinolaringólogos, se pronuncian contra el daño sobre la salud auditiva con los siguientes  resultados: hipoacusia, socioacusia, trauma acústico y acufenos.

En cuanto a los psicólogos, argumentan: estrés, pérdida de inteligibilidad, dificultades para la comunicación oral, trastornos del aprendizaje y pérdida de la concentración.

Si invocamos las directrices marcadas por la Organización Mundial de la Salud, OMS, sobre la agresión auditiva, encontramos:

“El ruido, en la sociedad de nuestros días puede llegar a representar un factor  psicopatógeno y una fuente permanente de perturbación de la calidad de vida. En ellas se ponen de manifiesto neurosis, hipertensión e isquemia, así como sobre la conducta social, en particular, reducción de los comportamientos solidarios e incremento de las tendencias agresivas”.

Existen regulaciones jurídicas para los transgresores del sonido, dirigidas a su aplicación en viviendas, tránsito, industrias, en fin, las leyes protegen. Para aquellos que no quieren llegar a esos niveles, les queda la opción del diálogo amistoso, reclamando cese o moderación del ruido. Quizás, el “escandaloso” no sea consciente de las molestias que ocasiona y  rebaje el nivel de emisiones sonoras.

Si este paso “civilizado” no es bien recibido y el ruido continúa, pues la ley, está a su alcance. Y conste, no podemos soslayar el  análisis elemental, de que en el caso de la familia ruidosa, hay falta de cultura y educación, Pero, cultos e incultos, saben, que cuando las leyes están en su contra, tienen que aceptar.

Galería de Imágenes

Comentarios