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Las Notas al paso de Tomás Sánchez

16 de abril de 2014

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Expresionista

Expresionista

 

 

Luego de veintisiete años sin exponer en la Isla, el destacadísimo artista de la plástica cubana Tomás Sánchez, quien reside en Costa Rica, ha sorprendido al público con una excelente muestra de veinticinco fotografías titulada Notas al paso y que fue inaugurada este jueves en la sede del Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, en La Habana colonial.

Visiblemente emocionado, entre otras razones por la cantidad de público que acudió a la inauguración (varios centenares de admiradores), Sánchez afirmó que la trayectoria del Centro Lam “siempre ha sido parte de mi vida y de mi carrera” y recordó que fue merecedor de un premio en la Primera Bienal de La Habana, convocada hace ya treinta años por esa institución.

 

Roca bruja

Roca bruja

 

 

Reveló que hubo en un momento de su vida que pintaba muy poco por razones de salud —me recuperaba de un infarto—  y su amigo y también médico de cabecera lo motivó para exhibiera sus instantáneas: “durante muchos años tomé fotografías y lo hacía por puro placer y por conservar un registro de momentos de la naturaleza, pero nunca se me ocurrió que pudiera mostrarlas; esta es la quinta exposición de fotografías que realizo”.

Finalmente agradeció al Ministerio de cultura, al Consejo Nacional de las Artes Plásticas y a la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC),todas las facilidades que le han brindado para, finalmente, traer a su patria esta muestra fotográfica que anteriormente fue exhibida —con curaduría de Andrés Isaac Santana—en Casa de Vaca, en el Parque del Retiro de Madrid, un importantísimo centro de arte español.

 

Pequeña nube oscura sobre nube blanca

Pequeña nube oscura sobre nube blanca

 

 

Por su parte Jorge Fernández, director del Centro Lam recordó que Tomás a lo largo de todos estos años ha “seguido viniendo, colaborando con la enseñanza y trabajando en Cuba” y enfatizó que su presencia en La Habana “es una manera de no perder la memoria sobre todo este año en que celebramos en Aniversario 30 de la Bienal” y en ese sentido anunció que antes de que concluya el presente 2014 en la institución que dirige se realizará una retrospectiva del también reconocido artistade la plástica Flavio Garciandía.

“Es importante, dijo, que todos estos maestros que abrieron un espacio importante nucleados alrededor del ese movimiento renovador del arte cubano que fue Volumen I, regresen con nuevas obras y nuevos bríos”, sentenció al tiempo que enfatizó que Notas al paso “es son una síntesis de toda la obra de Tomás y, también, un homenaje a su maestra de siempre: Antonia Eiriz”.

“Él —dijo finalmente Fernández— es un hombre que han entendido su obra como una actitud ante la vida: es una muestra para reflexionar y para meditar” y reconfirmó que el próximo año el Museo Nacional de Bellas Artes, la Meca del arte cubano,  organizará una muestra personal de Sánchez, un creador de altísimo vuelo estético y espiritualidad probada y conmovedora no solo por su incipiente carrera como fotografo, sino por ser uno de los paisajistas más connotados en la historia del arte cubano y, también, por sus memorables series de Crucifixiones y Basureros.

 

El mantra de las olas

El mantra de las olas

 

Las fotografías, entre ellas, El mantra de las olas, Encuentros, Desde lo verde, Adentro-afuera, El fraile, Precisión e indiferencia, El fraile  y las monjas, Arrepentido, Roca que sabe mirar, Olas y reflejos, Roca bruja, La ilusión de creerse mascarón de proa —hasta completar las veinticinco— son un verdadero canto a la belleza, un momento para que todos reflexionemos sobre las bondades que la naturaleza nos regala, para que la cuidemos y conservemos y, sobre todo, para que la respetemos: esa es, tal vez, el grito mayor que Tomás Sánchez no hace desde su lente. Desde los propios títulos hasta las insinuaciones estéticas en cada una de estas fotografías —en las que no aparece el hombre físicamente— hay una obvia intención de humanizar el paisaje: con ello nos convoca y anima a entender, finalmente, que hombre y naturaleza son una unidad.

Uno de los textos que acompaña Notas al paso y que, creo, encierra todo el concepto de la muestra fue expresado por el Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez: “creo que el destino de Tomás Sánchez es crear con su obra el modelo del mundo que debemos construir de la nada después del Juicio Final”.

 

 

(Entrevista publicada y tomada del No. 1 de la revista Art On Cuba, abril mayo de 2013)
Por: Estrella Díaz

 

En los últimos meses, Tomás Sánchez ha participado en varios proyectos colectivos de creación. No obstante, su «sueño mayor» es, próximamente, hacer una exposición personal en Cuba que, afirma, «va a sorprender, incluso, a muchos de los seguidores de mi paisaje, porque se darán cuenta de que no soy solo un paisajista, sino que tengo muchas inquietudes que expreso a través de mi arte».

El reconocido pintor, dibujante, grabador y fotógrafo dedico dos horas de su apretada agenda habanera a conversar con Art On Cuba, mientras en el horno se cocían dos de sus piezas concebidas para Alboroto quieto (Casa de México de La Habana, abril-mayo de 2013). Dialogar con Tomás Sánchez no entraña esfuerzo adicional porque es un fluido conversador que va hilvanando tema tras tema: sobre su obra, sus anhelos, frustraciones y sueños versó esta entrevista con quien está considerado el pintor cubano vivo más cotizado.

 

Tengo entendido que su madre desempeñó un papel importante a la hora de despertar sensibilidades.

Mi madre de niña dibujaba mucho, pero quedó huérfana a los siete años y tuvo que comenzar a trabajar como sirvienta. No pudo desarrollar su sensibilidad ni su talento. Se casó muy joven y nos tuvo a mi hermano y a mí. Se dedicó a nuestra crianza, a ayudar a mi padre en su trabajo y a levantar la economía familiar. Pasado los años –mi hermano en la guerra de Angola y yo ya graduado– me comentó que quería volver a pintar y me pidió materiales. Se los regalé y «arrancó» a pintar. No paró hasta su muerte: una semana antes de fallecer inauguró su última exposición personal.

 

Entre sus recuerdos de infancia está ver caer el atardecer junto a su madre ¿Es posible que de este modo comenzara su interés por el paisaje?

Mi madre nos sensibilizó mucho con la naturaleza, y también mi abuelo,que era español y tenía dos temas: España y las plantas. Yo soy tan pintor como, casi, botánico. No de estudios, aunque he leído mucho sobre el tema y dondequiera que estoy siembro árboles y me interesa saber qué plantas son originarias de la zona. En mi casa en Costa Rica estoy haciendo un jardín de meditación, ecológico, y reforestando con especies nativas de la montaña.

Cuando era niño no había televisión, y mi madre nos llevaba al patio y nos sentábamos a ver la caída del sol. Era como un ritual mostrarnos los atardeceres, o ir con nosotros al campo o al río; ella se sumaba al grupo de amigos y, como una niña, compartía todas las sorpresas que la naturaleza nos regalaba. Cuando se dio cuenta que yo quería dibujar, me «regaló» una pared. Yo llenaba el espacio de dibujos, y cuando no cabía más nada ella lo tapaba con pintura para que volviera a empezar. Así fue mi infancia.

 

Con apenas dieciséis años llega a La Habana y matricula en la Academia de Artes San Alejandro. Ese choque con un lugar donde se respiraba arte y rodeado de otros jóvenes con intereses comunes…¿cómo lo evoca?

Era un campesino que, de pronto, llegó a la capital. Fui a parar a casa de mi abuela o de mi tía en Centro Habana. Desde que llegué quedé fascinado con la Academia. Tenía notas sobresalientes en todo, excepto en Anatomía, que no me gustaba. Sin embargo, las notas de Historia del Arte fueron muy bajas aunque sí me interesaban las clases.

En aquel momento, según mi criterio, San Alejandro era una escuela de corte académico, pero decadente. Si bien es cierto que algunos profesores permitían hacer un arte más contemporáneo, en general predominaban conceptos bastante conservadores. En ese sentido no me sentía bien a pesar de haber ganado dos premios: uno de naturaleza muerta –en el que participan alumnos de los últimos años– y un premio en paisaje. Tenía otras inquietudes, aunque debo que reconocer que en San Alejandro aprendí mucha técnica, a poner color, a aplicarlos y a mezclarlos: herramientas sí me dio. Un día leí en una revista Cuba un reportaje sobre Antonia Eiriz, y cuando vi las obras quedé absolutamente impactado y quise conocer a esa mujer. Cuando la directora de San Alejandro me llama para comunicarme que había desaprobado Historia del Arte y me pregunta qué iba a hacer, le respondí –creo que por orgullo–: «ya tengo una beca en Cubanacán» , lo cual no era cierto porque no había hecho ninguna prueba. Llegué a Cubanacán, al otro día, y estaban haciendo exámenes de ingreso. Me presenté y fui uno de los aprobados.

 

¿Sintió mucha más libertad?

De pequeño me sentía como bicho raro porque me entretenían cosas que a los de mi edad no le importaban, me pasaba la vida inventando y me distraía mucho. Al llegar a San Alejandro también me sentía un bichito raro porque estaba entre gente mayor y, al mismo tiempo, con el rigor de la Academia. Yo quería hacer arte moderno. Al llegar a Cubanacán, yo que me consideraba un «loquito» me sentí rodeado de otros igualmente locos y dije: ¡éste es mi lugar!.

 

Entre 1971 y 1976 fue profesor y Jefe de Cátedra de Grabado en la misma ENA ¿de qué le sirvió ejercer la pedagogía?

Me fascina estar solo para meditar y después compartir con todo el mundo. He sido muy solitario y muy social al mismo tiempo. El ser profesor me hizo aprender para luego enseñar. Amaba ser maestro, aunque era un reto. Con 56 alumnos haciendo litografía, estaba ejercitándome 56 veces y, a la vez que enseñaba, aprendía. Tuve la gran suerte de tener estudiantes de inmenso talento como Flavio Garciandía, Rogelio López Marín (Gory), Cosme Proenza, Moisés Finalé, Zaida del Río, Pablo Borges, Gustavo Pérez Monzón, Leandro Soto, entre otros muchos. Permanecí durante diez años en la ENA como alumno y como profesor.

 

En 1980 obtiene el Premio Internacional de Dibujo Joan Miró en su XIX edición, que da inicio a su meteórica carrera, con Desde las aguas blancas…

Ese premio fue decisivo en mi vida, y en este punto faltaría otro reconocimiento. Siento el deber de hacer un tributo a Margarita Ruiz, porque en aquel momento no estaba entre los candidatos a ser invitados. Además, hasta ese momento no había desarrollado el dibujo como medio independiente, o sea, pintaba directamente sobre el lienzo, dibujaba cuatro líneas e improvisaba todo lo demás. Con el grabado era similar. Nunca le he tenido miedo al lienzo en blanco, pero sí mucho respeto. Cuando me detenía frente a la tela en mi mente comenzaba a ver todo lo que, posteriormente, iba a hacer. Las imágenes empezaban a aflorar solas.

Margarita Ruiz no solo me invitó, sino que insistió. Frente a mis paisajes sobre papel, exhibidos en Galería Habana, me dijo: «Tomás, si hicieras algo como esto en dibujo –en ese momento empezaban a aparecer las Orillas– creo que podrías ganar aunque fuera una mención en el Miró».

La verdad es que tuvo una gran visión, y no solamente conmigo, sino con otros muchos artistas.

Lo cierto es que no quería hacer el dibujo; trabajé en unos ocho que no me gustaron. Con el paso del tiempo sí, pero en aquel momento no era lo que quería. Se me acabó el papel y no tenía más.

Al salir Gorydel cuarto oscuro, le comenté que no iba a hacer ningún dibujo porque no me salía lo que quería, y que al día siguiente iba a llamar a Margarita. Y me dijo: «¡cómo vas a hacerle eso a Margarita, con el interés que se ha tomado, además lo que has hecho está muy bueno y puedes mandar cualquiera!». Me entregó una cartulina cromada y me dije: «vamos a ver qué sale». El dibujo empezó a fluir, la cartulina cromada al ser tan lisa permitía interesantes texturas. El resultado fue una síntesis de todos los anteriores. Era muy minimalista: un rectángulo con una línea que lo atravesaba de lado a lado –no al centro, como se ha dicho, sino un poco más abajo–,pero al mismo tiempo tenía cierta influencia conceptual. A simple vista era una abstracción, aunque cuando uno se acercaba descubría que aquella línea era una costa y, por asociación el espacio de arriba se convertía en cielo y el de abajo en agua, aunque no estuvieran representados. Y eso fue lo que impresionó en Barcelona.

 

Se sabe de su devoción por Antonia Eiriz, e incluso ha dicho que fue la persona encargada «de bajarle el ego» ¿qué fue Antonia para Tomás?

Antonia significó mucho para toda la gente que la conoció –tanto en su etapa de profesora de la Escuela como cuando empezó a enseñar a trabajar el papier mache. Estimulaba la creatividad, y uno la sentía como una amiga cuando se percataba de que decía con absoluta sinceridad lo que pensaba. Eso me conmovió. Cuando me hablaba duro me di cuenta que lo hacía porque me quería. Es una de las personas que más he amado en mi vida.

 

Su obra se mueve en tres campos perfectamente diferenciables: los paisajes –puntillistas, hermosos, hasta decorativos, casi perfectos–, los basureros –amargos, agrios– y las crucifixiones –que atan al hombre– ¿cómo transita de uno a otro tema?

Trabajo los tres a la vez. Hay quienes dicen «la etapa de los basureros». No. Todavía estoy pintando basureros, aunque comencé en los ochenta. Y las Crucifixiones las asumí desde que estaba en la escuela, y ha sido una constante en mi obra. No soy cristiano aunque en mi juventud visité iglesias católicas y evangélicas, y desde niño estudié mucho la Biblia. Me encantaba leer sobre San Francisco de Asís, Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz. Considero a Jesús como un gran maestro, para mí decir Jesús es como decir Buda o Ramakrishna.

El tema de la crucifixión ha sido una constante porque todos tenemos que ver con ese ser humano crucificado y, de cierta forma, todos estamos crucificados a algo: a nuestros deseos, a nuestros afanes y ambiciones, a nuestras penas. Conservo en mi colección privada un cuadro titulado Hombre crucificado en el basurero (1992),que no es un Cristo sino un ser humano abrumado y marcado por sus propios problemas. Considero que es uno de los más importantes que he hecho en mi vida.

El tema de los Basureros comenzó con aquello que en Cuba se llamó «plan tareco», en los que encontraban cosas que, después, arreglaba y armaba. Tengo una amiga a la que le regalé un jarrón reparado que aun conserva; lámparas Art Nouveau a las que sólo les faltaba un cristalito… Empecé a sentir lo filosófico de la basura.

Luego viví en Guanabo un año y medio y me asocié con un grupo que hacía campañas para limpiar las playas y denunciaba a las instituciones que vertían basura. Hacíamos un informe: de acuerdo a lo que había en la basura sabíamos de dónde provenía. Parodiando a Jesús, en vez de «por sus obras los conoceréis» yo decía «por su basura, los conoceréis». Ese tema me fue interesando más cuando llegué a México y vi los enormes basureros que existen en el DF. Hoy cada vez que visito un país trato de ver sus basureros.

 

Pero, ¿es complicado moverse fácilmente de un tema a otro?, ¿no le crea alguna íntima contradicción?

Para explicarlo tendría que revelar algunas motivaciones… Los mismos elementos que tienen los paisajes los tienen los basureros, por lo tanto ambos son paisajes.

El ser humano entra en contacto consigo mismo cuando se acerca a la naturaleza de una forma no agresiva. Esta tiene el poder de borrar el pasado y el futuro, y de dejarlo anclado a uno en la belleza que está mirando en el presente, y de llevarlo finalmente a la meditación. El paisaje –tenga figuras humanas o no– es un reflejo de la mente en calma. Cuando la mente está tranquila, quieta, se hace particularmente receptiva a la belleza de lo que está contemplando.

En ese instante se da una relación entre la conciencia del individuo y la naturaleza. Ya no es místico hablar de la «conciencia de las cosas», porque la física cuántica está planteando que, primero, el universo es energía y que la materia es, también, energía; lo que vemos como sólido es un océano de energía moviéndose en distintos grados de velocidad; y todos los elementos vienen de una sustancia original, que fue derivando en otras.

Los físicos cuánticos están hablando también de que conciencia y energía son inseparables, y que la primera no es resultado de la evolución del cerebro, sino que está hasta en las piedras. Esas teorías están revolucionando muchas cosas. Hay científicos que las aceptan, y otros no. Uno de los aspectos en los que se basa la meditación es que todo es energía y conciencia. Cuando la mente experimenta una expansión (en meditación) uno siente que no solo es parte de la naturaleza, sino que la naturaleza está en uno y uno está en la naturaleza.

Para mí el basurero es todo lo contrario: es la mente en estado de contracción.

El ser humano, generalmente, piensa que si tiene un carro nuevo va a ser feliz, que si tiene una casa grande con piscina va a ser feliz. A veces la gente piensa que si emigra será más feliz. No conozco o nadie que lo sea porque se haya mudado de donde vive, yo no soy más feliz afuera que lo que lo era aquí, aunque tengo que reconocer que disfruto la libertad de movimientos y el acceso a determinados bienes. El consumismo desmedido provoca que el hombre se sienta incompleto y considere que adquiriendo bienes materiales puede completarse, pero el vacío es interior.

 

¿Se puede decir que es un artista que hace total reverencia y culto al detalle?

Sí, y es que disfruto haciendo detalles. Cuando estoy meditando en mi casa de Costa Rica, salgo al jardín y veo las montañas detrás, primero siento mi unidad con todo eso, pero ocurre algo curioso: primero uno tiene que concentrarse en el detalle cuando lo quiere ver; pero en ese estado, de pronto, me descubro percibiéndolo todo a un tiempo. Las partes y el todo conforman una unidad, y lo que te rodea es como un gran encaje del cual eres parte.

Cuando pinto siento la necesidad de expresar la diversidad. En muchas de mis pinturas vas a encontrar el contrapunteo entre los espacios en blanco –el lienzo absolutamente puro– y los densamente trabajados en todos sus detalles.

Lo más grande de mi trabajo es el disfrute de la creación. No hago una exposición comercial desde el 2005, y por mucho tiempo he priorizado el regocijarme con lo que hago. Si una cosa buena me ha dado tener un reconocimiento es que puedo vivir con lo que hago y el tiempo puedo dedicarlo a hacer lo que me gusta. Es un lujo, y por eso doy gracias a la vida todos los días.

 

Muchos lo consideran «un verdadero artífice de la reivindicación del paisaje en la Isla» ¿Tiene conciencia de tamaña responsabilidad?

Primero tendría que decir que cuando hablan de reivindicación del paisaje cubano, o de haber generado un movimiento, no me quiero referir a los copiones. Hay un montón de copiones y me adorna mucho saber que tengo «seguidores», pero realmente creo que aportan poco: venden fácil, y quizás la gente puede tener una imagen linda para poner en su casa.

Si voy a hablar de paisajistas de verdad, creo que se están haciendo cosas realmente interesantes –partiendo de influencias mías o no.

No puedo olvidar que cuando hacía expresionismo era un detractor del paisaje –pintaba acuarelas los fines de semana, pero realmente consideraba que el paisaje estaba atrás y que había pasado de moda.

Nunca me propuse revolucionar el paisaje, y lo hacía simplemente porque me gustaba. Me encanta que la gente haga paisajes, y he participado en eventos de ese tipo aquí, en Cuba. Trato siempre de enseñarles a los paisajistas que hay que mirar la obra de los demás –que analicen la mía también–, pero hay que observar dentro de uno mismo y crear la propia.

 

Hacer paisajismo en el momento en que lo comenzó era una herejía, era correr el riesgo de ser calificado de caduco, de obsoleto. Desde lo más íntimo ¿qué fue lo que lo hizo tomar ese camino?

El paisaje surge en la medida en que comienza a hacerse más profunda mi experiencia de meditación y empiezo a sentir mi nexo con la naturaleza. Sentí que tenía que representarla, pero me inicié en lo suburbano y no en el «gran paisaje» que después fui descubriendo, como la gran selva tropical o las grades orillas, los ríos y lagunas.

 

¿La naturaleza lo ha salvado?

Seguro que me ha salvado, y de muchas maneras. Mi obra se basa en eso: en la devoción que siento por la naturaleza y se divide entre el todo y las partes.

 

Sobre su llegada a los Estados Unidos…

Después de la decepción que sufrí a raíz del fracaso del proyecto de Fundación de Arte y Naturaleza, que no cuajó por determinadas trabas burocráticas e institucionales, me trasladé a Miami, un sitio donde tenía muchos amigos, pero a donde no quería irme. Cuando llegué recibí muchas acusaciones injustas, insultos y difamaciones.

Por suerte la gente seria, las personas ligadas al verdadero arte y los coleccionistas sensatos nunca se dejaron llevar por esas posiciones.

Al llegar a Estados Unidos la mayoría de los pintores no viven de su arte; pocos lo logran y algunos –muy buenos– han tenido grandes dificultades. A mí me fue particularmente difícil por el problema de las certificaciones de obras falsas. Con el tiempo esto fue atenuándose, pero de todas maneras hizo que no me sintiera cómodo en Miami. Llegué en 1993 y ya en 1995 estaba buscando un terreno en México para asentarme y pasar una parte del tiempo allí y otra en Miami. Tuve la suerte de firmar con la galería Marlborough de Nueva York, y ya no dependía de Miami, aunque allí hay importantes coleccionistasde mi obra.

Con el tiempo me sentí más cómodo en Costa Rica, porque el tico no tiene nuestras características. El cubano te dice: « ¡estás completamente equivocado!», mientras los costarricenses son muy medidos, o te dan la razón o te dicen «no estoy muy de acuerdo, pero respeto su posición». Encontré un lugar en el que a nadie le importaba si venía a Cuba o no, o si iba a Miami o no.

 

Pero usted nunca ha perdido el vínculo con Cuba…

Y también eso me ha traído críticas de algunas personas, y es curioso porque cada día son menos. Muchos artistas han regresado y exhiben su obra en Cuba, así como muchos creadores cubanos exponen en Miami, donde pronto se inaugurará una muestra de Antonia Eiriz. Me encanta ver cómo las mentalidades están evolucionando allá y aquí. Siento que hay más asimilación y comprensión de que existe una sola cultura cubana, muy diversa.

 

Se dice que usted es el artista cubano más cotizado en estos momentos. ¿Hasta qué punto eso facilita que sea un experimentador constante?

No soy un consumista –si vas a mi closet te darás cuenta que tengo poca ropa– y creo que siempre he sido como medio monje: vivo con poco, gasto poco, no voy a bares, no voy a discotecas. En los últimos años –de 2005 hasta hoy– no he hecho exposiciones comerciales de pintura. También estoy empezando a trabajar lo tridimensional… recojo cosas y las convierto en esculturas. En Italia estoy diseñando joyas y pronto realizaré una exposición de fotografías en Madrid. Me encantaría exhibir en Cuba una serie de esas fotos.

 

¿Se siente cómodo detrás del lente?

Cuando tenía siete u ocho años me empeñé en que mi padre me comprara una camarita –que solamente costaba 6 pesos–, pero se negó y en cambio me regaló un traje de pelotero, un guante, un bate y una pelota. Después trabajando con Goryme interesé por el mundo de las imágenes fotográficas, pero se me hacía muy tedioso eso de estar metido en un cuarto oscuro.

En el 2010 sufrí un infarto y tuve una recuperación rapidísima: a los quince días estaba caminando por la montaña, pero durante la convalecencia hacía mediodía de fisioterapia y no podía dedicarle todo el tiempo que quería a la pintura. Rafael Pérez Valdés, un amigo médico, que también es fotógrafo y que ha ganado premios en Costa Rica, me estimuló y me recomendó que si imprimía esas imágenes en gran formato las podías exhibir. Me embullé e hicimos una exposición de quince fotografías –se mostraron en Miami en la Galería Jorge M. SoríFine Art, que fue la primera con que trabajé en esa ciudad. Se vendió casi completa (eran ediciones de 9), y después hice otras muestras en la Feria West Palm Beach y en la galería de Luz Botero, Panamá.

El 4 de julio próximo inauguraré una exhibición de fotografía en Casa de Vacas, una importante sala del Parque de Retiro de Madrid. Es obvio que este medio está ocupando un lugar importante en mi trabajo, por eso me encantaría que pudieran exhibirse en La Habana.

 

Ha sido claro Tomás: «tengo muchas inquietudes que expreso a través de mi arte». En ello, justamente, nos regala una de sus íntimas claves. El soporte (lienzo o madera), las herramientas (pincel, espátula o gubia), o la cámara fotográfica, no es lo determinante. Lo verdaderamente esencial es la idea expresada con ARTE, ese que sabe cultivar este creador que aun conserva el candor de aquel niño que buscaba formas en las nubes, y quien hoy dedica parte de su tiempo a reverenciar a la naturaleza que es —quizás— su credo mayor.

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