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Las mejores partituras en el cine del ICAIC

22 de julio de 2020

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Seleccionar las mejores partituras musicales en sesenta años de devenir del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos fue otro de los objetivos entre las especialidades convocadas en la encuesta de la Cinemateca de Cuba. Al incluirla, los organizadores éramos conscientes de la dificultad que entrañaba, pero a partir de la memoria de los votantes que enviaron sus propuestas en esta categoría, doce filmes de ficción integran la lista de lo más sobresaliente.

Encabeza la selección Mario Romeu, el primer compositor cubano en obtener el Premio Coral a la mejor música en la historia del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano en su oncena edición justamente por La bella del Alhambra (1989). Es determinante su aporte a ese clásico realizado por Enrique Pineda Barnet a partir del libro testimonial Canción de Rachel, original de Miguel Barnet a partir de sus entrevistas con la veterana Amalia Sorg, quien aparece en el documental Cuentos del Alhambra (1963), de Manuel Octavio Gómez. Rescata la atmósfera y la vida artística de La Habana desde 1920 a 1935 en que transcurre la trama de esta obra de auténtica cubanía. Frank Padrón, ensayista y crítico de artes, señala en su libro Más allá de la linterna: «Pineda Barnet traslada a la pantalla el ambiente musical de buena parte del período republicano e insertándolo con cuidado en el tejido argumental».

La selección de piezas para la banda sonora incluye una versión del original sobre el «Galleguíbiri-Macuntíbiri» de Jorge Anckermann y Federico Villoch, estrenado en el teatro Alhambra en 1923 en la obra La isla de las cotorras, interpretada en la película por los actores camagüeyanos Omar Padilla y Héctor Echemendía. El llamado «Rumbón del Tívoli», una rumba anónima de principios de siglo, fue remodelada y con arreglos de Gonzalo Romeu ilustra la diversidad de géneros abordados en el filme para recrear lo más fidedignamente posible la atmósfera de la época en que se desarrolla la estrella de la corista Rachel. La orquesta dirigida por Gonzalo Romeu, con arreglos suyos y de su hermano Mario Romeu, consiguió recrear a la perfección el clima del Alhambra, que por espacio de treinta y cinco años se mantuvo en una actividad ininterrumpida.

Frank Padrón precisa la eficacia en los criterios orquestales vertidos por los Romeu dentro de esas reconstrucciones, así como la colaboración del grupo de Justo Pelladito, Omara Portuondo, Alina Sánchez y, muy especialmente, por lo airosa que sale la actriz Beatriz Valdés en su desempeño vocal. Lo demuestra en varios de los números escogidos, entre estos una versión del cuplet Tápame, compuesto por Ricardo Yust y letra original de López Monis con arreglo y pianos de Mario Romeu, y «Cabo de guardia», fragmento de danzón de Octavio, Tata, Alfonso, original de Juan Francisco, Tata, Pereira con arreglo y orquestación, en versión de guaracha de Gonzalo Roig.

 

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La contribución de Gonzalo Romeu es determinante en la banda sonora de La bella del Alhambra. A su labor como orquestador y arreglista también se debe esta recreación de «I Loved You», un fox-trot de los años veinte, muy popularizado en las fiestas nocturnas y los centros aristocráticos habaneros por esos años. No falta el pregón de carácter popular «Para pantalón y saco», conocido también como «El pescao», con arreglo y orquestación de Mario y Gonzalo Romeu y la chispeante interpretación de la actriz Beatriz Valdés en el personaje consagratorio de Rachel. A la riqueza de la banda sonora de la película, Mario Romeu aportó el hermosísimo instrumental Canción de Rachel, devenido el tema musical principal por su carácter evocador. El arreglo y la orquestación los asumió Gonzalo Romeu.

La bella del Alhambra es el saldo tardío, pero válido, de una deuda con un género de arraigo popular que los espectadores cubanos (y de otras latitudes) esperaron de la cinematografía de la Isla durante varias décadas. La película consigue rescatar algunas tradiciones teatrales y la esencia de la música cubana para las nuevas generaciones de espectadores. La genuina creación de Enrique Pineda Barnet, dedicada “a todos los que han hecho y hacen posible nuestro teatro”, brilla con luz propia. Con elementos de probada eficacia comunicativa y una considerable dosis de buen gusto —que bordea peligrosamente el kitsch, pero sin tocarlo—, teje una urdimbre que se propone la menor preocupación al receptor, siempre dispuesto a recibir una obra de esta naturaleza. (Continuará)

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