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Las Hermanas Martí (I)

22 de agosto de 2023

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Desde el fino lirismo de sus cubanísimas canciones, las Hermanas Martí “nos dejaron ese permanente goce, esa memoria que forma parte esencial de nosotros mismos”, como dijera el cuentista mayor Onelio Jorge Cardoso.

Surgidas en agosto de 1938 al calor de la Corte Suprema del Arte, popular espacio radial que se transmitía por la CMQ, el dúo de Amelia y Berta Martí en poco tiempo alcanzó un lugar de privilegio en la música cubana. Fieles a un estilo interpretativo, personificaron en sus voces y guitarras lo mejor del arte trovadoresco cubano.

Aunque eran habaneras de nacimiento, por necesidades de trabajo de su padre, las hermanas Martí vivieron buena parte de su infancia en la ciudad de Remedios, donde cursaron estudios de solfeo y teoría, que luego ampliaron en La Habana.

De adolescentes y viviendo en el hoy municipio de Mariano, en su casa se escuchaba música de un fonógrafo donde se ponían los discos de María Teresa Vera y de otros famosos trovadores y cantantes de la época.

Los domingos se organizaban allí unas tertulias a las que acudían Gonzalo Roig, Sindo Garay y Manuel Corona. El padre de las muchachas era un conocido abogado a quien le gustaba cantar acompañado de la guitarra, aunque para sus hijas prefería un futuro lejos de la farándula.

Un tío, sin embargo, las impulsaba por el camino del arte.

La aparición del dúo, tras su triunfo como “estrellas nacientes”, dejo para la posteridad la certidumbre de una entrega artística coherente.

Más de medio siglo de exquisito quehacer sonoro, hizo que el dúo de Amelia y Berta Martí, conquistara no solo el reconocimiento del público, sino también el de los grandes creadores y maestros del pentagrama nacional, como el destacado músico Rodrigo Prats, quien afirmó que ellas habían vestido la trova de frac.

Fieles a su línea de trabajo, interpretaron siempre nuestra música más representativa, si bien en sus inicios cantaban ritmos latinoamericanos.

Después, el conocimiento y la asesoría de autores como Sindo Garay, Alberto Villalón, Manuel Corona y Rosendo Ruiz, les permitió ampliar su repertorio con las obras de estos y otros maestros de la canción trovadoresca.

Pero su fidelidad a la trova tradicional no les impidió ensanchar su horizonte artístico. Se acercaron también a compositores tan prestigiosos, como Ernesto Lecuona y el propio Rodrigo Prats, destacadas figuras del teatro lirico cubano.

Pero, sin duda, Sindo y Corona fueron sus favoritos. A Sindo lo conocieron en la casa del barbero Félix Cobo, cuyo establecimiento era centro de reunión de compositores y trovadores.

Por cierto, Cobo contaba muy satisfecho que su tijera “estaba bendecida” pues había cortado el pelo a todas las glorias de la música cubana, y entre ellas al genial Sindo.

Ellas decían que no era fácil aprenderse una obra de Sindo: “Él montaba la primera parte, y de ahí se ponía a contar historias y a cantar otras cosas; luego volvía a los pocos días y entonces terminábamos el montaje de la canción. Así era Sindo”.

También incorporaron a su repertorio, obras de Eduardo Saborit, Tania Castellanos, Carlos Puebla, Marta Valdés y Teresita Fernández, con lo que cubrían, al decir del musicólogo Radamés Giro, lo más granado de la canción cubana de todos los tiempos.

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