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Las hermanas Giral en el recuerdo (I)

7 de marzo de 2014

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Cristina Giral

Cristina Giral

Miro sus rostros y pienso:
Cristina tenía 28 años; Lourdes, 21. Gustaban de los boleros del chileno Lucho Gatica, los ritmos de la cubanísima orquesta Aragón y los paseos por el Prado de su natal Cienfuegos.
“Sin embargo —me contó dos décadas atrás Arnaldo Giral— lo que preferían mis hermanas era ir a la playa: al Rancho Luna, al Club de cazadores y al Yacht Club”.
“Ellas estaban muy compenetradas, pese a sus caracteres diversos — Cristina, reservada en extremo; Lourdes, toda vivacidad— atributos motivados en buena medida por la diferente educación que recibieron. Cristina estudió en El Apostolado, en un ambiente riguroso; en cambio, Lourdes, Maruca, como le llamábamos, lo hizo en las Dominicas Americanas, donde imperaba una atmósfera más liberal”.
En 1951, en busca de horizontes más amplios, Arnaldo, se instaló en la capital. Tres años después, Lourdes, la más arriesgada, decidió acompañarlo y a poco, trabajaba ya en las oficinas de la Concretera Nacional, de Infanta y 23. En el 58, Cristina siguió sus pasos.
“Eran tan emprendedoras aquellas muchachitas…”
Las palabras de este hombre ya encanecido me conmueven y me pregunto, mientras él sigue buscando en sus recuerdos:
¿Qué habrán pensado estas jóvenes cuyas imágenes tengo ante mí cuando llegaron a su hogar aquel domingo 15 de junio de 1958, del que nos separan más de medio siglo?

 Sin mediar provocación alguna

Eran cerca de las ocho de la noche. Al instante ellas se percataron de que la puerta de su apartamento había sido forzada, por lo que decidieron averiguar con los vecinos sobre lo sucedido.
Fue entonces que los asesinos, sin mediar provocación alguna, sin preguntar siquiera o tratar de detenerlas para inventar una acusación cualquiera, abrieron fuego contra ellas en el pasillo. Después sus cuerpos fueron arrastrados por la escalera hacia la planta baja.
Este crimen estaba fuera de toda calificación.
La acción de los esbirros contra las indefensas muchachas, respondía al miedo de aquellas bestias que, desesperadas ante el avance incontenible de la Revolución, no vacilaban en matar a sangre fría.

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