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Las emprendedoras

5 de septiembre de 2015

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mujeres (Custom)Estaba acostumbrada a las horas de soledad. Más bien, las disfrutaba. Porque en la noche la llegada de las emprendedoras y las estudiantes en sus alborotados intercambios de las experiencias del día, en ocasiones le disparaban los nervios. Estaba orgullosa de sus hijas y nietas. Las primeras, desconfiguraron el mando de los maridos dominantes y supieron también, cabeza en alto, aprovechar las oportunidades de los tiempos. Y las nietas reinaban en el equilibrio entre los estudios, los amores y las diversiones y si bien acariciaban la conquista del título universitario, no se cerraban ante inevitables trasmutaciones de profesión a oficio.
Hoy, fuera las unas y las otras del pequeño negocio y la universidad. Disfrutaban de la caminata más agradable entre las mujeres aunque el sol las obligara a gorras o pamelas. Contadas peso a peso monedas y papel fiduciario, dadas las calificaciones de los últimos exámenes, las horas de laboriosidad artesana, concluyeron las madres que ellas y las hijas merecían un paseo por ataliers de categoría, nada de baratijas replicadas a lomo de mulas.
Puesto a congelar el galón de jugo de fruta natural que recompensaría a las sudorosas ausentes, el diablillo de los malos pensamientos la visitó. En la algarabía de los preparativos de la incursión, las escuchó en la enumeración de los antojos. Asaltarían las combinaciones en la ropa deportiva, la más usada por todas y además, las exclusividades para los teatros y las citas nocturnas. Su oído todavía alerta a pesar del cruce de los setenta, no percibió su nombre ni en la versión achicada por las nietas. No la tenían en cuenta. Y a ella la apasionaban y lo sabían, esos batones de hilo bordados, hijos legítimos de la bata cubana decimonónica. Todavía la retaguardia casera estaba en su poder y aunque acumulaba todas las comodidades electrificadas en el mercado hasta la lavadora que solo le faltaba tender la ropa en el patio, mantenía la casa limpia y bonita, orgullo femenino de antes y después.
Bebió un vaso del jugo esperanzada en que la frialdad le alejaría las tristes pruebas del olvido familiar. Convocó a los recuerdos de la adolescencia. Aquellos domingos de tiendas cerradas, ella y las amigas en recorrido ante las vidrieras de exhibición. Las maniquíes de pasta, esbeltas y pálidas, invitaban a la imitación, a la compra. Algunas veces, a la salida del Instituto desafiaban la crítica de los mayores por andar sueltas con el uniforme y entraban a las tiendas y alguna compraba polvos, un lapiz labial o un par de aretes. La anciana sonrió, olvidada de las cavilaciones, comprobando que un jugo frío es remedio santo en un verano desaforado.
Mientras, una hábil emprendedora en su taller climatizado, mostraba sus creaciones a unas mujeres que en el primer afán, buscaban un remedo de bata cubana para adornar el cuerpo envase de un alma y espíritu paridor de mujeres invencibles.

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