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Las coproducciones con España

5 de septiembre de 2014

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Fotograma de “Un señor muy viejo con unas alas enormes”

Fotograma de “Un señor muy viejo con unas alas enormes”

“Dicen lo mismo que nosotros”, comentó la cineasta española Pilar Miró (1940-1997), quien ocupaba con ímpetu el despacho de la Dirección General de Cinematografía, al refugiarse en una sala del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias, en Colombia, donde concursaba con Gary Cooper que estás en los cielos (1980). Allí escuchó el debate de los problemas para realizar películas por parte de un grupo de cineastas latinoamericanos y esa misma noche conoció a Adolfo Aristarain, Federico Luppi y Héctor Olivera, director, actor y productor de la cinta argentina “Últimos días de la víctima”. A juicio del crítico Diego Galán, aquella cena íntima tuvo para ella casi el carácter de una revelación, cuando propuso: “Tendríamos que reunirnos y afrontar nuestros problemas comunes”.
No tardó la Miró en sostener en Madrid un encuentro de dos días a un grupo de destacados cineastas del continente, a quienes expresó en su recibimiento: “En el cine, como industria, somos los pobres. Carecemos de dinero, de influencias, de mercados. Estamos sometidos a fuertes presiones en materia económica, idiomática y cultural. Propongo que hagamos aquello que podamos hacer, aunque sea poco. Para empezar, pongámonos a pensar unitariamente: ese es el desafío. Propongámonos unos a otros tareas de ayuda y cooperación”. Al aceptar un cargo político como directora del Ente de Radiotelevisión Española (1986-1989) mantuvo su voluntad de cooperación con el cine del otro lado del Atlántico. Para entonces, Gabriel García Márquez propuso que seis de sus historias fueran adaptadas en rodadas en distintos países hispanos e incluso sugirió que si Pilar aceptaba dirigir “El rastro de tu sangre en la nieve”, cedía todos sus derechos. Ante la imposibilidad de abandonar sus obligaciones de funcionaria para realizar una película, ella no pudo aceptar, pero puso todo su empeño en que RTVE participara decisivamente.
Hasta ese momento, la participación española se había limitado al exitoso largometraje de animación “¡Vampiros en La Habana!”, del cubano Juan Padrón, y el filme “Dios es un fuego”, del brasileño Geraldo Sarno, ambos títulos en 1985. Es al año siguiente que RTVE multiplica su intervención en producciones del continente con la gestación del proyecto multinacional “Amores difíciles”, con el auspicio de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano. La serie fue integrada por seis adaptaciones de relatos o ideas de García Márquez: “Fábula de la bella palomera”, por el mozambicano Ruy Guerra; “Yo soy el que tú buscas”, del español Jaime Chavarri; “El verano de la señora Forbes”, del mexicano Jaime Humberto Hermosillo; Cartas del parque, del cubano Tomás Gutiérrez Alea; “Milagro en Roma”, del colombiano Lisandro Duque y Un domingo feliz, realizada por el venezolano Olegario Barreras.
A partir de ese impulso inicial, en el período 1985-1992 se registra un total de 50 coproducciones de España con cineastas de disímiles generaciones de casi todos los países latinoamericanos: Felipe Cazals (“Lo del César”); Fernando Birri (“Un señor muy viejo con unas alas enormes”); Francisco Lombardi (“La boca del lobo”, “Caídos del cielo”); Eliseo Subiela (“Últimas imágenes del naufragio”); Paul Leduc (“Barroco”, “Latino bar”); Jaime Osorio (“Confesión a Laura”); Román Chalbaud (“Cuchillos de fuego”); Jorge Sanjinés (“La nación clandestina”); Fernando Solanas (“El viaje”); Enrique Pineda Barnet (“La bella del Alhambra”); Alberto Durant (“Alias, La gringa”); Gonzalo Justiniano (“Caluga o menta”) y Ramiro Lacayo (“El espectro de la guerra”), hasta alcanzar la cifra de 45 directores, de estos: diez argentinos, ocho de Cuba y otros tantos de México, cinco venezolanos, tres por Brasil, Colombia y Chile, dos de España y Perú, un nicaragüense y un boliviano.
Algunos de ellos, como la mexicana María Novaro con “Lola” (1988), el cubano Gerardo Chijona con “Adorables mentiras” (1990), el chileno Ricardo Larraín (“La frontera”), el colombiano Felipe Aljure (“La gente de la Universal”) o la argentina Ana Poliak (“¡Que vivan los crotos!”),  tuvieron la oportunidad de realizar su primer largometraje de ficción gracias a este aporte financiero; otros, la de materializar proyectos costosos que sin el capital sólido de una entidad extranjera habrían sido imposibles de rodar, entre los cuales puede citarse “El siglo de las luces” (1990), del cubano Humberto Solás, que al esfuerzo del ICAIC y España, aunó además firmas de Francia y Rusia. Varias de estas coproducciones de Latinoamérica con España obtuvieron notoria repercusión en festivales internacionales. Con posterioridad el régimen de coproducción se expendió como una forma no solo de supervivencia, sino de garantizar la distribución internacional del cine latinoamericano, confinado en décadas anteriores a circuitos minoritarios de exhibición (cinematecas, cineclubes, festivales, semanas de cine por países), salvo raras excepciones.

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