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Las cartas de José Martí a Carmen Miyares y a sus hijos

21 de abril de 2017

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Durante su estancia en Nueva York José Martí encontró el cariño de una familia al residir en la casa de huéspedes que atendía Carmen Miyares de Mantilla. Y esa relación tan estrecha y emotiva él la mantuvo incluso cuando ya la distancia física lo había separado de dicha casa.

Martí había salido de Nueva York en enero de 1895 en dirección hacia Santo Domingo, donde se reencontró con Máximo Gómez para después en su compañía viajar hacia Cuba una vez reanudada la guerra por la independencia en su tierra natal. Él no olvidó a Carmen Miyares y a sus hijos a los que les escribió varias misivas en el transcurso del mes de abril de 1895.

La primera la elaboró el 10 de ese mes cuando ya se dirigía hacia Cuba. Entonces les comento: “Desde la cubierta del vapor escribo, porque nuestro camino del primero de abril se interrumpió y hay que empezarlo de nuevo. Escribí el primero de abril y no creí entonces, al emprender viaje con apariencias de llegada, que ya a la noche siguiente nos veríamos detenidos en la ruta. Fue rudo y peligroso. Pero al fin sólo de tiempo fue la pérdida. A la mar otra vez con esperanza mayor. Tal vez de aquí a pocos días esté donde ya sean más difíciles las cartas. Tal vez, con esta esperanza ida, y entrando en la que para eso llevo preparada, les esté escribiendo de aquí a pocos días, algunas líneas más.”

Esto último planteado por Martí pudo hacerse realidad puesto que tan sólo cinco días después de su arribo a Cuba les escribió a Carmen y a sus hijos desde Jurisdicción de Baracoa. En la parte inicial de la citada carta expresó: “En Cuba les escribo, a la sombra de un rancho de yaguas. Ya se me secan las ampollas del remo con que halé a tierra el bote que nos trajo”.

Después de precisarles otros detalles acerca de cómo se produjo su desembarco y los primeros instantes de su permanencia en tierra cubana, les especificó: “Yo, por el camino, recogí para la madre la primera flor, helechos para María y Carmita, para Ernesto una piedra de colores. Se las recogí, como si los fuese a ver, como si no me esperase la cueva o la loma, sino la casa, la casa abrigada y compasiva, que veo siempre delante de mis ojos.”

Y de manera muy específica le detalló a Carmen lo que sentía al hallarse en Cuba en ese momento al exponer en su misiva: “…puedo decirte que llegué al fin a mi plena naturaleza, y que el honor que en mis paisanos veo, en la naturaleza que nuestro valor nos da derecho, me embriagaba de dicha, con dulce embriaguez. Sólo la luz es comparable a mi felicidad.”

Y les agregó: “Pero en todo instante le estoy viendo su rostro, piadoso y sereno, y acerco a mis labios la frente de las niñas, cuando amanece, cuando anochece, cuando me sale al paso una flor nueva, cuando veo alguna hermosura de estos ríos y montes, cuando bebo, hincado en la tierra, el agua clara y el arroyo, cuando cierro los ojos, contento del día libre. Ustedes me acompañan y rodean, las siento, calladas y vigilantes, a mi alrededor.”

El 26 de abril de 1895 Martí volvió a escribirle otra carta a Carmen Miyares y a sus hijos en la que trató acerca de la vivencia que había tenido el día anterior cuando se produjo un enfrentamiento entre los luchadores independentistas y fuerzas españolas.

Incluso él precisó lo que había sentido al atender a varios de sus compañeros que habían resultado heridos en el combate.

También hizo referencia a la delicadeza con que Máximo Gómez lo trataba y al exponer: “Gómez me ha ido cuidando en los detalles más humildes con perenne delicadeza. He observado muy de cerca en él las dotes de prudencia, sufrimiento y magnanimidad.”

Finalizó dicha misiva de la siguiente manera: “No soy inútil ni me he hallado desconocido en nuestros montes; pero poco hace en el mundo quien no se siente amado.”

Hay otras dos cartas escritas por Martí a Carmen y a sus hijos, de las que aparecen algunos fragmentos en sus Obras Completas. Corresponden a las fechadas el 28 de abril y al 9 de mayo de 1895.

En la del 28 de abril señala: “Son las nueve de la noche, toca a silencio la corneta del campamento, y yo reposo del alegre y recio trabajo del día escribiendo, mientras en las hamacas del portal, Maceo, Gómez, Bonne y Borrego, se cuentan batallas.”

En la otra misiva detalla en su parte final que hará cuanto en ese campo gloriosa cuanto puedan Cuba y ustedes esperar de él y añadió al precisar la emoción que lo embargaba al aquilatar el espíritu patriótico de sus compañeros de lucha: “Adiós les digo, con el júbilo de ver aquí a los cubanos negados a España, y enamorados de la revolución.”

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