ribbon

Las cartas de Ernesto Lecuona

10 de mayo de 2013

|

Ernesto Lecuona

El sello editorial Boloña, de la Oficina del Historiador de la Ciudad, dio a la luz recientemente dos voluminosos tomos que contienen cartas del compositor Ernesto Lecuona, seleccionadas y anotadas por el investigador Ramón Fajardo Estrada.
Esta obra tiene una importancia singular, en tanto, aunque pueda parecer increíble, uno de los mayores pianistas y compositores cubanos del siglo XX, ha sido objeto de pocos estudios serios entre nosotros. Más aún, su labor, aclamada en buena parte del mundo, alguna vez fue cuestionada o sencillamente silenciada por críticos e historiadores cubanos y en muchas ocasiones, relegada su difusión pública, por razones más o menos incomprensibles.
Basta con repasar esa correspondencia para cerciorarse de varias cuestiones evidentes: una de ellas es el enorme papel que desempeñó Lecuona como animador cultural, así lo demuestran su apoyo generoso a la Orquesta Sinfónica de La Habana, su colaboración con las grandes temporadas de arte lírico, primero en el teatro Regina y luego en el Martí, así como su promoción de numerosos artistas, con los que organizó festivales y temporadas dentro y fuera de Cuba durante varias décadas. Aunque tuvieran méritos propios, figuras como Luisa María Morales, Rosario García Orellana, María de los Ángeles Santana y Esther Borja, ganaron notoriedad gracias al apoyo de este creador, que además de músico talentoso, era un hábil empresario.
Por otra parte, resulta absolutamente injusto calificar su música de “superficial” como tantas veces se ha hecho. Si bien su arte se nutre sobre todo de la pianística del romanticismo y de las fuentes de la canción popular cubana, es innegable que fue uno de los primeros en mostrar de manera ostensible la presencia del elemento afrocubano en nuestra música, sin que esto reste mérito alguno a otros creadores como Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla.
Lecuona fue el más exitoso y reclamado de nuestros compositores y su música nutrió espectáculos, filmes, emisiones radiales y televisivas, no es extraño pues que algunos de sus números resultaran más o menos efímeros, pero eso no impide afirmar que en su repertorio de obras para piano hay obras duraderas como “Ante el Escorial”, “Crisantemo”, “En tres por cuatro” o “A la antigua”, mientras que entre sus canciones, además de un éxito imbatible como el “Canto siboney” hay piezas de un rigor apreciable entre las que se encuentran “Funerales” y “El jardinero y la rosa”, sin que olvidemos sus zarzuelas María La O y El cafetal. Pocos compositores cubanos pueden exhibir un catálogo tan vasto y a la vez tan ejecutado como el de este artista.
Estas cartas nos permiten también descubrir como una carrera exitosa como la suya podía despertar celos y animadversiones de sus colegas, aún de algunos a los que por décadas trató como amigos, tal es el caso de Gonzalo Roig. El que tuviera abiertos ciertos espacios internacionales, el que las ejecuciones de sus obras, más allá de la rapacidad de los empresarios, le rindiera dividendos apreciables y hasta detalles como su elegancia personal, motivaron rechazos, como la serie de malos entendidos y agresiones que sufriera a raíz del triunfo de la Revolución, cuando algunos de sus colegas quisieron tildarlo de corrupto y batistiano, para borrarlo del panorama artístico insular.
El tiempo ha puesto las cosas en su lugar y, aunque fallecido en Santa Cruz de Tenerife en 1963, Lecuona nunca ha estado lejos de Cuba. La publicación de esta obra, es un paso más para el reconocimiento de uno de nuestros artistas más ejemplares.

Galería de Imágenes

Comentarios