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“La única”: última película cubana de Ramón Peón

25 de agosto de 2022

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Siete décadas atrás, a finales de agosto de 1952, el Patronato para el Fomento de la Industria Cinematográfica nombró al prolífico cineasta Ramón Peón como administrador de los estudios de la llamada Ciudad Fílmica. Peón, que permaneció en este cargo hasta marzo de 1953, junto a sus asesores Raúl Acosta Rubio y Enrique Santisteban —su actor en La renegada—, verificaron la desaparición de más de un cuarto de millón de pesos con un destino desconocido.

Cundió el pánico en los medios financieros cautelosos en extremo en las inversiones en el ámbito cinematográfico tras el notorio fracaso de la compañía Películas Cubanas S.A. (Pecusa), que provocó la inevitable paralización de toda actividad fílmica en la Isla; pero al normalizarse el estado de las cosas, la Productora Fílmica Cubana, S.A. (PROFICUBA) decidió continuar sus planes de producción. La incierta situación política impedía disponer del apoyo del ejército, imprescindible para filmar la película Está amaneciendo. Por esta razón optaron entonces por un nuevo argumento titulado La única, escrito por el argentino Amado Lino Elizondo (El Petiso), prácticamente listo para su puesta en cámara por carecer de la menor complejidad en lo relativo a la producción.[i] Peón, confiado en la seguridad cimentada a lo largo de tantos años de carrera por la minuciosa preparación preliminar a que acostumbraba, era consciente de que ahorraría muchas tomas y se ajustaría al presupuesto destinado en un inicio a la película que frustró la asonada golpista.

Para lograrlo acudió a la decidida colaboración de su equipo técnico habitual: Salvador Cancio (Saviur) esta vez como asistente de producción y diseñador de créditos; el experimentado fotógrafo Enrique Bravo (padre); el iluminador Rafael Mascorieto; los hermanos Corvisón (con Modesto al frente) a cargo del sonido; el maquillista Israel Fernández; la anotadora Evelia Joffre; el stillman Newton Estapé y para la edición volvieron a contratar en México al reputado coterráneo Mario González. A ellos se unió Amado Lino Elizondo, en funciones de asistente de Peón. Ese staff respondió de forma positiva a la solicitud por Humberto Miranda, gerente de producción, a nombre de la Proficuba, de renunciar al cobro de horas extras para disminuir el costo de La única.

El personaje protagónico fue pensado expresamente para Rita Montaner, que desde su programa radial «Mejor que me calle…» apoyó las demandas obreras de un aumento general del 30% en los salarios, entre otras campañas que alentara. Rita comparaba frecuentemente con las llamas del infierno el intenso calor reinante en la inadecuada nave de la calle San Lázaro no. 68, donde en solo tres semanas filmaron la mayor parte de la película en escenografías diseñadas por Jesús Balmaseda con el auxilio de René Muñoz en la utilería. Habituada a las comodidades de los estudios mexicanos, no obstante, ella siempre tenía en los labios el chiste oportuno para que los ánimos del equipo no decayeran ante tantas adversidades que debían soportar. Al ensordecedor ruido de los inútiles extractores de aire, se agregaban los martillazos de la carpintería contigua que construía los sets. Esto obligaba a desplazarse para rodar en exteriores. Para economizar dinero por concepto de escenografía, fueron filmadas escenas en un telar de Guanabacoa, en decorados interiores del cine Atlantic (hoy Charles Chaplin), en el Casino Nacional y en el parque de diversiones Coney Island, en la playa de Marianao.

Esta comedia argumentalmente no podía ser más elemental: los trabajadores de la fábrica de don Robustiano (José Sanabria) están dispuestos a elegir su nuevo delegado. El puesto siempre lo ocupó una trabajadora apodada «La vinagre», pero en estas elecciones las cosas cambiarán. Otra obrera de nombre Rita (Rita Montaner), luego de rápidos y afanosos estudios de «cómo manejar las masas», se postula y al lograr días la reincorporación de una obrera despedida alcanza el apoyo de los votantes y es elegida delegada. Unos maleantes que maquinan asaltar la fábrica invitan a Rita a una supuesta reunión gremial y obtienen la información precisa para acometer el robo. La policía detiene como posible cómplice al contador Jesús (Rafael Correa), rendido admirador de la mujer, quien a pesar de ser testigo del encuentro de Rita con los asaltantes prefiere guardar silencio antes de perjudicarla. Su situación se complica al no revelar dónde se encontraba la noche de los hechos.

Rita encuentra un ambiente desfavorable en la fábrica, avivado por los chismes de «La vinagre». Y ante el temor de perder injustamente la admiración de sus compañeras, ella decide buscar por su cuenta a los malhechores. En compañía de Olga (Maritza Rosales), otra empleada y compañera de departamento, recorren diversos ambientes hasta localizar a alguien vinculado a sus dudosos ex amigos. Apresadas por los delincuentes, para que no descubran sus verdaderos fines, Rita finge ser compinche de la banda en un nuevo asalto y al llevarse a cabo, en un determinado momento se apodera de un arma, intimida a los atracadores, los reduce a la impotencia y los entrega a la autoridad. Su retorno a la fábrica es recibido con vítores y recupera la confianza de todos. Al salir en libertad, Jesús nuevamente queda preso, pero esta vez de su incondicional amor por ella.

Rita Montaner, no por gusto llamada «La Única», es la película. Su carisma y gracia natural contribuyen a otorgar fluidez a los diálogos y a las situaciones en las que se involucra, acompañada por la joven Maritza Rosales. Esta última resumió así el significado de la participación de los artistas cubanos en esas películas comerciales: «El cine daba la oportunidad no solo de tener experiencia, sino de una tremenda publicidad y por eso me interesaba, pero para mí no tenía desde el punto de vista artístico gran interés, comparado con las cosas que hacía en televisión».[ii]

Rita Montaner y Maritza Rosales en “La única” (1952)

Rita Montaner y Maritza Rosales en “La única” (1952)

Se advierte un infrecuente descuido de Peón en los actores responsabilizados con los papeles secundarios. Entre los provocadores de la astracanesca pelea en el bar figura el luchador Ray Tatú, esposo de la Montaner en esa época. Los restantes miembros del elenco fueron: Miguel del Castillo y Miguel Ángel Blanco (gángsters), Beatriz Fernández, María Pardo (María), Ángel Espasande (Héctor, un gángster), Ada Béjar, José Barlia, Ricardo Dantés, Eddy Cabrera, Ricardo Lima (jefe de policía), Gil Mar, Bernardo Menéndez (mensajero), Bernardo Montaña, Emilio del Mármol (cantinero de la sala de juego), Rogelio del Castillo, Marina Mayo, Olga de Carlo, Kiko Hernán (capataz de la fábrica), Sindo Triana y Moctezuma (El hombre montaña).

El maestro Maño López volvió a responsabilizarse con la dirección musical y contribuyó con la selección de los imprescindibles números, entre estos «Cuban Way» de su propia cosecha, junto a «Mambo oriental» y «Serenidad», compuestos por Julio Gutiérrez. No podía faltar otra imposición de Las mamboletas de Gustavo Roig y un desafortunado —pero felizmente breve— número del «cómico» italiano Harry Mimmo. La propaganda de la Productora Fílmica Cubana, S.A. anunció atrevidamente a este burdo imitador de Chaplin como la actuación especial de un «artista aplaudido en el mundo entero». El procesamiento de la película fue realizado en el laboratorio de la propia productora por Restituto Fernández Lasa.[iii]

Desde la sección «La farándula pasa», la revista Bohemia promovió el estreno de La única, que calificaba de excelente, programado a partir del lunes 25 de agosto de 1952, en los cines Fausto, Reina, Habana, Cuatro Caminos, Santos Suárez, Norma, Atlantic, Olimpic y Gran Casino. Para el redactor era un paso más del cine cubano hacia su consagración universal: «Ya se sabe que cuando Rita está al frente de un reparto cinematográfico, hay romance, conflictos, momentos de gran diversión y de profundo dramatismo, porque “La Única” puede tocar todos los resortes de la ficción con acierto extraordinario».[iv] Notas publicitarias publicadas sucesivamente en la misma revista insistían en la calidad de la película, que abría una «nueva etapa en una industria revitalizada por la ayuda oficial y que de ese modo podrá orientarse definitivamente hacia lo que puede y debe ser»[v] presencia de la figura de la Montaner, como centro de la campaña propagandística organizada porque La única es «única»:

Una película cubana con Rita Montaner es una película más cubana. Pero esta es un compendio de sustancias nacionales, arrancadas a las costumbres, a la vibración, a las ansias de nuestro pueblo y considerado este en sus diversas esferas. No importa que el asunto tenga una gran variedad de matices, que van de lo dramático a lo cómico, y que mantienen el interés dentro de las diversas sensaciones. De todos modos y en cualquier momento, La única será un cuadro de Cuba.[vi]

La combinación de «suntuosos cabarets con estupendas orquestas, deliciosas canciones y modernísimos bailes», conflictos sindicales, asaltos a mano armada, lucha libre y escenas hilarantes no proporcionó el resultado económico apetecido. Los dirigentes del Sindicato de Técnicos Cinematográficos celebraron una concurrida reunión con la asistencia de Acosta Rubio, aunados todos en el propósito de encaminar la industria fílmica nacional. Enrique Perdices, director del semanario Cinema, invitado a la cita, por vez primera fue inclemente y duro con una película cubana —¡y dirigida por su viejo amigo Peón!—, que si bien no decepcionaba tampoco evidenciaba progreso alguno. En su reseña de Cinema atribuyó a la Montaner ser la «única» estrella deslumbrante, capaz de divertir a los espectadores y hacerles olvidar deficiencias a través del optimismo provocado por su presencia en pantalla, al tiempo de animarnos «a esperar esa gran superproducción tantas veces ofrecida», para la consolidación de la industria fílmica del patio:

Es una comedia entretenida que hace pasar un buen rato, no precisamente por su argumento que está vacío de alicientes, sino por la gracia personal que le imprime la protagonista. Poco podemos exigir al director cuando estamos reconociendo en principio que la materia prima es deficiente; pero aún así, un pequeño esfuerzo como el que hace la principal intérprete por parte de los que escribieron el guión y el diálogo hubiera valorizado un poco más este nuevo esfuerzo.

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Ramón Peón debe ser un poco más exigente cuando recibe un libreto, de otra manera seguirá restando valor a su crédito. No olvide el buen amigo, que las circunstancias especiales que le pudieran obligar a claudicar nada lo disculpan ante el público, empresario y productor. Nadie más que él debe ser el guardián de su prestigio. El arte exige sacrificios y quien se siente artista como él no puede desconocer que aún viviendo el más terrible de los dramas, hay que subir al tablado mostrando la más optimista sonrisa.

Si abusamos un poco de la intransigencia es porque ya fuimos demasiado benévolos, y entendemos que ha llegado el momento de definir si la industria fílmica es un juego o un negocio que merece la atención del Gobierno e inversionistas.

¿Tenemos o no profesionales? El carnet de un sindicato nada significará si quien lo lleva es un irresponsable. Quien hace una inversión necesita garantías y quien dirige, la más espléndida cooperación. El éxito en el cine se consigue con el estudio meditado, no con la festinación; si se siguen precipitando los acontecimientos los cinematografistas seguirán comiendo pan hoy y pasando hambre mañana. [vii]

Esta fue la última colaboración de Rita Montaner con Ramón Peón, el cineasta para quien más trabajara en el cine, con cuatro películas: Sucedió en La Habana y El romance del palmar, ambas de 1938, La renegada (1951) y La única (1952). La cinta ocasionó que, ante los insuficientes ingresos para compensar los costos por muy ínfimos que fueran, la Productora Fílmica Cubana, S. A. cerró sus estudios. Por consiguiente, fracasó así el segundo intento serio de realizar en la isla el proceso íntegro de producción cinematográfica.

Quedaron en el camino los anunciados proyectos: Está amaneciendo, Atentado, En los traspatios[viii] y Hermanos de cuna, así como dos coproducciones con México. La mayoría de los historiadores, estudiosos y críticos de cine que se acercan con escepticismo —y no pocos prejuicios— al cine criollo de esos años, no pudieron vivir de cerca esta historia, que adquirió ribetes dramáticos. La realidad imperante en el país se imponía con toda su incertidumbre. La única, que ocupa el lugar número 56 en la filmografía de Ramón Peón y sería el décimo octavo largometraje de producción nacional, estaba destinada también a ser la última película dirigida por él en Cuba.

 

Notas:

[i] Curiosamente Amado Lino Elizondo aparece en el crédito de Argumento y encuadre.

[ii] Josefa Bracero: «Nuestra vida está muy vinculada con el reconocimiento del público al que nos debemos»: Rostros que se escuchan, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2002, p. 416.

[iii] Acreditado en pantalla como Resti F. Lasa.

[iv] «Cine cubano»: Bohemia, año 44, no. 34, La Habana, 24 de agosto de 1952, p. 118.

[v] «La única»: Bohemia, año 44, no. 35, La Habana, 31 de agosto de 1952,  p. 50.

[vi] Ídem.

[vii] Enrique Perdices: «Son cosas nuestras»: Cinema, año XVIII, no. 870, 31 de agosto de 1952, p. 3.

[viii] Anunciado también como Los traspatios.

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