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La última noche de “El hombre de Maisinicú”

15 de agosto de 2022

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Este 12 de agosto se conmemoraron cincuenta años del inicio de la filmación en 1972 por Manuel Pérez en el Escambray, entre la noche de este día y las de los días 13, 14 y 15, de la secuencia del asesinato de Alberto Delgado para su película El hombre de Maisinicú, devenida un clásico del cine cubano.

Conocida como lucha contra bandidos, entre los meses de agosto de 1960 y julio de 1965, una violenta confrontación estremeció la región del Escambray, al centro de la Isla. Varias bandas contrarrevolucionarias, apoyadas por la CIA y la reacción interna, escogieron aquella zona montañosa por sus características geográficas, para desplegar acciones destinadas a implantar el terror entre la población campesina. Sin vacilar en recurrir al asesinato de jóvenes alfabetizadores, uno de sus propósitos era apoyar la fallida invasión mercenaria por Bahía de Cochinos en abril de 1961. La ruptura de los contactos con Estados Unidos provocada por el encarcelamiento de la mayor parte de los colaboradores y la ofensiva revolucionaria, condujo a que en los primeros meses de 1964, apenas sobrevivieran unas cuantas bandas autónomas dispersas. El Departamento de Seguridad del Estado (DSE) estructura entonces un plan destinado a infiltrar entre los enemigos de la Revolución cómplices de los bandidos a agentes encubiertos para desenmascararlos, aniquilar los focos de bandidismo y someterlos a la justicia.

En la mañana del 29 de abril de 1964 fue descubierto un hombre ahorcado en un árbol a orillas del río Guaurabo, que atraviesa la finca Masinicú, en la Sierra del Escambray, cercana a Trinidad, en la actual provincia de Sancti Spíritus. El cadáver fue identificado como el de Alberto Delgado Delgado, administrador de esa finca, que, según consta en el certificado de defunción, murió por «asfixia como causa directa y, como indirecta, ahorcamiento». Muchos ignoraban que Alberto Delgado era uno de esos hombres que a lo largo de catorce meses infiltrado en el enemigo, armado solo con su inteligencia, valentía y firme convicción ideológica, contribuyó decisivamente a la captura de dos bandas completas con sus respectivos cabecillas. El hombre de Maisinicú (1973), primer largometraje de ficción realizado por Manuel Pérez Paredes (La Habana, 1939), se basa en este caso real tomado los archivos. Por una licencia cinematográfica decidió modificar el nombre del lugar por el de Maisinicú, con el que pasó a la historia de nuestra cinematografía.

Agente doble al servicio del DSE, Delgado fue torturado y vilmente asesinado por otro sanguinario líder de una banda, que sospechó de él. Tres años después, la historia de este héroe pudo ser divulgada: todos sus asesinos fueron severamente castigados y el «hombre de Maisinicú» fue ascendido póstumamente al grado de teniente. «El Escambray era un escenario cruel, duro, complejo… Yo quería ser fiel a las vivencias que había acumulado», explicó el cineasta Manuel Pérez para referirse a las motivaciones que le llevaron a relatar el heroico batallar anónimo de Alberto Delgado.

 

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Procedente de la Sección de Cine del Departamento de Cultura del Ejército Rebelde, en septiembre de 1959, Manuel Pérez se incorpora al  Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), fundado apenas unos meses atrás por Alfredo Guevara. En 1961, cuando comienza la llamada «limpia del Escambray» por las Milicias Nacionales Revolucionarias, Pérez integra el equipo del Noticiero ICAIC Latinoamericano, dirigido por Santiago Álvarez, que viaja a aquella región para filmar la ofensiva contra las bandas contrarrevolucionarias. Un año antes, el novel cineasta en funciones de asistente de Tomás Gutiérrez Alea (1928-1996) durante el rodaje de «Santa Clara», tercer cuento de Historias de la Revolución, había sido testigo de la formación de esos grupos sediciosos. Manuel Pérez, aunque filmara tres documentales con la temática rural de las montañas, reconoce que se desenvuelve mejor en la ficción. Por eso decidió rodar un cortometraje precisamente acerca de la lucha contra bandidos en el Escambray: La esperanza (1964). Para escribir el guion fue autorizado a entrevistarse con catorce presos de disímiles características y procedencia social, que habían sido alzados.

El día que Alberto Delgado fue asesinado, Manuel Pérez se encontraba en el barco dispuesto a filmar la captura de Cheíto León, uno de los jefes bandidos, gracias a la operación que le prepararon. Vivir parte de la organización de aquella acción, entusiasmó al cineasta a entrevistarse con los que habían sido capturados en las operaciones de trasbordo precedentes. De hecho, el título original de la película (que aparece en la claqueta en las fotografías del rodaje) es: Trasbordo. Casi una década después —cuando el caso ya había sido recreado en Sector 40, un popular programa televisivo—, Manuel Pérez materializó su proyecto de filmar la historia y sus vivencias incidieron en el uso del documental imbricado en la ficción. Los resultados son meritorios por el nivel de realización y la efectividad alcanzada en el logro de un ritmo in crescendo que confiere al metraje cierto suspenso, factor determinante, pero no gratuito, para atrapar el interés del espectador. Sobre esta cuestión escribió en la revista Ecran el crítico francés Marcel Martin: «El estilo “policíaco” del filme es particularmente eficaz, tanto al nivel del suspenso dramático (escenas de acción rápidas y violentas) como al del reportaje en “directo” autentificado por los documentos y testimonios».

 

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Desde que un letrero enmarca la acción en los créditos, impactantes imágenes de violencia sirven para situarnos en tiempo y espacio. La voz de un narrador es otro elemento que el director toma del cine documental como soporte eficaz y, al mismo tiempo, distanciador. El lenguaje crudo de los personajes subraya vigorosamente el realismo del filme. La notable fotografía —del experimentado Jorge Herrera (1927-1981), un maestro de la cámara en mano— apela al plano secuencia en muchos momentos, apoyado por un sonido directo que le otorga un sabor de autenticidad. Una de las más logradas, incuestionablemente, es la que culmina en el descubrimiento de la verdadera identidad de Alberto Delgado y su brutal asesinato. Otras, como la de la captura de los bandidos en el supuesto guardacostas norteamericano incluyen no poca dosis de humor.

Sergio Corrieri (1938-2008), actor con una sólida formación teatral y escasa trayectoria en el cine si exceptuamos su brillante labor en Memorias del subdesarrollo (1968), de Gutiérrez Alea, consiguió una precisa caracterización, pletórica de matices y transiciones, del personaje protagónico al que los guionistas no dibujaron como el héroe omnipotente, sino con todas sus contradicciones. Le secundaron en los papeles de los cabecillas de las bandas otros notorios intérpretes: Reynaldo Miravalles (1923-2016), Adolfo Llauradó (1941-2001) y Raúl Pomares (1934-2015), sin descuidar a los encargados de los secundarios.

Para que se tenga una idea del cuidado en el trazo de Alberto Delgado, baste citar este criterio del periodista mexicano Jorge Meléndez: «Si bien será el personaje central, nunca su astucia será solamente personal, sino formará parte de un plan general; jamás su fuerza será la decisoria para determinar la extinción de la banda contraria, más bien la organización y la fuerza del ejército cubano serán lo principal; en ninguna ocasión aparece como el salvador del pueblo, sino como parte de una lucha general; en fin, que estamos ante el verdadero luchador por sus ideales y no por satisfacciones y caprichos personales».

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El hombre de Maisinicú fue estrenado en La Habana el 7 de junio de 1973 y, poco después, Corrieri obtuvo el premio a la mejor actuación masculina en el viii Festival Internacional de Cine de Moscú, donde el filme recibió una Mención de Honor de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica (FIPRESCI) y el galardón de la revista Pantalla soviética. Posteriormente, la crítica cubana lo incluyó primero en la selección anual de los títulos más significativos estrenados y al cabo del tiempo, entre los más notorios producidos por el ICAIC en sus primeras tres décadas. En los resultados de la encuesta convocada por la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica para determinar los mejores filmes cubanos en el período 1959-2008, a propósito del medio siglo del ICAIC, ocupó el décimo séptimo lugar, además de ser reconocidas la edición de Nelson Rodríguez y la música de Leo Brouwer. Una gran fuerza expresiva asumen los temas concebidos por Leo Brouwer, que el realizador optó por utilizar solo en escasos momentos. Solo en los créditos finales irrumpe la canción titular compuesta  por el cantautor Silvio Rodríguez e interpretada con el acompañamiento del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, una de las mejores en el devenir del cine nacional.

Quizás una de las reseñas más hermosas del filme la debamos al célebre cineasta brasileño Glauber Rocha, quien escribió: «El hombre de Maisinicú es una excelente película cubana precisamente por los motivos que irritó a los críticos de la extrema izquierda europea: la cinta de Manuel Pérez es una deconstrucción y una reconstrucción del cine americano, estructurada en las contradicciones políticas de la propia revolución, lo que queda demostrado con las palabras de Fidel al final de la película. La cinta es un excelente modelo del neorrealismo socialista tropical, de ahí su originalidad».

Medio siglo atrás, aquella fría noche del 12 de agosto de 1972, en la locación escogida en pleno Escambray, el equipo de realización ignoraba entonces que asistirían al rodaje de una secuencia antológica a partir del momento en el cual se escuchara a Manuel Pérez gritar la orden de: «¡Acción!»

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