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La telefonomanía

18 de noviembre de 2013

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¿Quién iba a decirle a Emilo Roig de Leuchsering, cuando escribió una crónica con este título en la revista Carteles, que 88 años después continuaría esta manía?
Cuando el italiano Antonio Meuci trabajaba como mecánico en el teatro habanero Tacón, allá por la cuarta década del siglo XlX, e inventó el teléfono, lejos estaba de imaginar que crearía también una nueva profesión: la de telefonista, y una nueva enfermedad: la telefonomanía.
Sí, porque indudablemente que quien se pase horas hablando lo mismo a través de uno de estos aparatos, es un maniático.
Es, además, una persona que tiene pocas cosas que hacer, y si las tiene, no las hace. Debe tener también una entrada económica que le permita pagar estos gastos.
Una vez levanté el auricular, y sin querer, escuché el siguiente diálogo:
-¿Y qué, Charo?
– Ná, aquí, Cuqui, ¿y tú?
– Bien, y por allá, ¿qué?
– Como siempre, y por allá, ¿qué?, Cuqui?
– Ahí, más o menos, bueno, ¿y qué?
-Ná, ya tú ves, mi amiga.
– Bueno, dime, ¿qué es lo qua hay?
– Aquí, ya tú sabes, bueno y tú, ¿qué?
– Ahí, bueno, cuéntame algo.
– Ná, como siempre, y tú, ¿Qué cuentas?
Bueno, colgué el teléfono, y como a la media hora levanto nuevamente el auricular y oigo la misma conversación, y esto duró hora y media.
Por fin Cuqui y Charo terminaron su importante diálogo, y yo pude comunicar.
Es como el caso de Misisyuleidis, que llamó a su mamá a Guantánamo, para preguntarle cómo se hacía una tortilla de papas.
En menos de cuatro horas, la mamá le explicó con lujo de detalles cómo se preparaba ese plato.
Pero Misisyuleidis tuvo que volver a llamar, porque ya frente a la cocina, no sabía si las papas había que pelarlas y los huevos sacarlos del cascarón.
Nada, que de que los hay, los hay.
Tengo un amigo psicólogo, que me dijo que, salvo los enamorados, claro, mientras más larga es la conversación telefónica, más bajo es el coeficiente intelectual.

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