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La Sociedad Cultural Nuestro Tiempo: también un espacio para el cine

5 de junio de 2018

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A principios de los años cincuenta del siglo pasado, el Partido Socialista Popular (PSP) ante la situación política agudizada por la valerosa acción y la repercusión posterior, se planteó utilizar a la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo para profundizar en sus empeños. Deviene entonces uno de los frentes más importantes de la Comisión para el Trabajo Intelectual del Partido Socialista Popular, integrada por Juan Marinello, Mirta Aguirre (responsable de la orientación directa de sus miembros) y Carlos Rafael Rodríguez, quien debía rendir cuentas ante el Buró Político del Partido.

Los cambios decisivos operados en la actividad de Nuestro Tiempo abarcaron la reestructuración de su directiva, que continuó presidida por Harold Gramatges, seguido por el compositor Juan Blanco como secretario y Santiago Álvarez en funciones de tesorero. Quién podía imaginar que aquel hombre en pocos años se convertiría en uno de los más notorios cineastas cubanos. Entre los vocales se encontraban: Alfredo Guevara, José Massip, Julio García-Espinosa y Tomás Gutiérrez Alea (Titón), que seis años más tarde conformarían el núcleo fundacional del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos.[i]

Julio García Espinosa regresó a Cuba, tras concluir junto a Titón los estudios en el Centro Sperimentale di Cinematografía de Roma el 17 de abril de 1954. Casi de inmediato integra como miembro fundador la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, donde organiza la Sección de Cine. El 13 de mayo imparte en su sede la conferencia «El neorrealismo y el cine cubano», que publica en el segundo número de la revista Nuestro Tiempo en noviembre de ese año. Un mes más tarde, el 17 de junio, correspondió a Titón impartir la conferencia «Realidades del cine en Cuba».

«Cuando regresamos a Cuba las circunstancias no podían ser más adversas para cualquier intento de desarrollar un proyecto cinematográfico —declaró Gutiérrez Alea en una entrevista—. Nadie creía en nosotros porque aún no habíamos dado pruebas de nada. Nadie estaba dispuesto a invertir dinero en una idea tan absurda como esa de hacer un filme. Y como no se había visto todavía ninguna película cubana que alcanzara un mínimo de dignidad y que, al mismo tiempo, se pudiera vender, de manera que resultara de todo ello un negocio aceptable, todos los esfuerzos que hicimos para llevar a cabo proyectos de filmes resultaron vanos. Nuestras actividades cinematográficas se reducían prácticamente a la divulgación de filmes de calidad y a enriquecer nuestra formación teórica, es decir, actividades propias de cine-club».[ii]

Titón recordó que no escasearon momentos depresivos en aquella época de pleno auge represivo por la dictadura. Por ese motivo intentaban por todos los medios mantenerse en activo, razón por la cual las proyecciones y debates ejercieron la función de un atenuante y al respecto expresó en la citada entrevista: «Fue un momento muy difícil para todos nosotros: tuvimos que resistir mucho para no olvidarnos de cuál era nuestra vocación, lo que estaba ocurriendo hacía pensar que el cine era una empresa imposible, que éramos soñadores, que no teníamos los pies en la tierra».[iii] «Las tijeras del ministro y la conciencia del cine italiano» es uno de los textos publicados en la revista de esta asociación por Gutiérrez Alea, participante en el panel dedicado a «La crisis del neorrealismo italiano». Los dos noveles cineastas unirían sus esfuerzos junto a los de otros entusiastas miembros de la Sociedad, para filmar los fines de semana a lo largo del año 1955 en la zona de Batabanó, el cortometraje El Mégano, considerado luego el antecedente directo del nuevo cine cubano que surgiría cuatro años después.

Como una contribución importante de la Sociedad Nuestro Tiempo a la cultura criolla en torno al séptimo arte pueden citarse sus publicaciones, en primer lugar el Boletín de Cine, que complementó las críticas de estrenos importantes y artículos sobre diversos aspectos del séptimo arte aparecidos en la revista de la institución. Posteriormente editó la colección «Cuadernos de Cultura Cinematográfica», integrada por cuatro números con textos notorios como el «Manifiesto de las siete artes», de Riccioto Canudo, «La fotogenia», de Louis Delluc, «Cinematografía integral», de Germaine Dulac, «Encuadre y primer plano», original de Béla Bálazs, y «Algunas ideas sobre el cine», de Cesare Zavattini.

Ejemplifica el menosprecio de la intelectualidad criolla sobre el cine nacional la total ausencia de filmes cubanos en la programación fílmica sistemática que desplegó todos esos años. La Sección de Cine se esforzó por exhibir lo mejor del cine mundial que las distribuidoras importaban para La Habana. Figuraron obras de cineastas del renombre de Jean Renoir (Naná), Akira Kurosawa (Rashomon), Roberto Rossellini (Paisà), Georg W. Pabst (El último acto), John Ford (La diligencia), Luis Buñuel (Los olvidados), Billy Wilder (El ocaso de una vida) y Vittorio de Sica (Indiscreción de una esposa), entre muchísimos otros. Algunos de los ciclos temáticos exhibidos en esos años de intensísima actividad en todas las manifestaciones artísticas, fueron: «Clásicos del cine», «El teatro en el cine», «Ciclo de actuación», «Ciclo de dirección», además de cine por países (francés, japonés, inglés, italiano, mexicano), uno dedicado a Charles Chaplin y otro a Zavattini.

En las páginas de los treinta y un números de su revista bimensual, creada en abril de 1954, solo publicaron las reseñas de tres películas cubanas del período anterior a 1959: Casta de roble (1953), de Manuel Alonso, De espaldas (1956), dirigida por Mario Barral —ambas escritas por Tomás Gutiérrez Alea—, y Con el deseo en los dedos (1958), realizada también por Barral. En los que aparecieron en la etapa final de Nuestro Tiempo, la revista incluyó una crítica del documental Esta tierra nuestra, realizado por Gutiérrez Alea, quien subrayó en el texto sobre De espaldas, publicado en el número de septiembre-octubre de 1958: «No hay que hacerse muchas ilusiones por ahora: el cine cubano, no puede abrirse paso sobre la base de crear una gran industria a la manera de Hollywood. No es posible una competencia sobre el terreno de las grandes producciones».[iv] García Espinosa, por su parte, resumiría así los criterios estéticos compartidos por ellos:

 

La mejor forma artística para nuestro cine era la que estaba enraizada a los problemas de nuestra propia realidad. Que estéticamente nos identificábamos con un cine neorrealista, con un cine profundamente nacional, que por hondo y humano pudiera ser inteligible en todo el mundo. Pero decíamos más. Decíamos que esa era la única forma de hacer cine comercial con éxito. Que ese era el único camino que nos ayudaría efectivamente a desarrollar la industria cinematográfica. Que no se trataba solo de una inclinación estética, sino también de una realidad económica.[v]

 

La Sociedad Cultural Nuestro Tiempo fue un espacio privilegiado para el arte y la cultura en esos años cincuenta, en los que el cine estuvo presente tanto en las proyecciones y debates, las conferencias impartidas sobre diversos temas, las selecciones anuales de los mejores estrenos, el rodaje de El Mégano y ser sede durante un período de la Cinemateca de Cuba, ese precedente de la fundada en 1960 por el ICAIC, que aglutinó a apasionados por el séptimo arte como Germán Puig, Ricardo Vigón, Titón, Néstor Almendros, Guillermo Cabrera Infante, Rine Leal y Rodolfo Santovenia. Nadie puede negarle su carácter precursor como expresión de las inquietudes de una generación.

 

Notas:

[i]Todos ocuparían estos cargos hasta la disolución de Nuestro Tiempo en 1960.
[ii] José Antonio Évora: Tomás Gutiérrez Alea, Festival de Cine de Huesca, 1994, pp. 17-18.
[iii] Idem.
[iv] Tomás Gutiérrez Alea: «De espaldas. Una película cubana»: Nuestro Tiempo, año V, no. 25, septiembre-octubre de 1958, p. 17.
[v] Julio García Espinosa: «El Mégano»: Nuestro Tiempo, año VI, no. 27, enero-febrero de 1959, p. 5.

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