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La reina del Guaguancó (II)

19 de abril de 2022

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Dicen que esa mulata que reía como gente feliz, tenía un dicharacho cada vez que abría boca. Nacida el 6 de abril de 1930, en Santiago de Cuba. Sus recuerdos de infancia giraban en torno a fiestas donde sonaba a modo de instrumento de percusión, un “cajón de bacalao”, dos cucharas, y otra más para golpear una botella y hacer la ya internacional clave cubana.

No obstante haber comenzado su vida artística como bailarina del cabaret Tropicana, llegó a ser coronada como la Reina del Guaguancó , una modalidad del complejo de la rumba originada en ambientes citadinos, en áreas populares, de canto dilatado, anecdótico y de un baile impregnado del eros caribeño.

Ya se sabe, la clave de su voz marcó de guaguancó cuanto género interpretaba. Así sucedió con “Papa Oggún”, “Que me castigue Dios”, “Mi rumba echando candela”, “Soy tan feliz”, “Échame a mí la culpa”, y hasta un clásico como el “Échale salsita”, de Ignacio Piñeiro, entre otros.

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Celeste Mendoza –según Alfonso Quiñones– fue una mulata total, con cuerpo de sirena, así dicen las fotos de los años cincuenta, cuando apareció en el panorama musical cubano.

Era el guaguancó hecho cuerpo de mujer. Aquel cuerpo escultural, lleno de sensualidad, le había dado la voz al guaguancó y le había dado su cabeza y su gracia para llevar la corona de Reina.

Cuando a la Reina del Guaguancó se le interrogaba por sus virtudes, no se hacía de rogar: “Pregunta por ahí, quién es más disciplinada que yo”.

“Tengo grabaciones con Los Papines, esos muchachos maravillosos, y con el conjunto Sierra Maestra, ellos pueden hablarte de mi puntualidad, de mi seriedad. Creo que soy amistosa. El que viene a mi casa tiene que comer.”

Y plantaba un plato con frijoles delante de la visita, y ante una posible excusa, decía. ”Nadie se va de mi casa sin probar la comida de Elegguá. Y no dejes de probar un solo granito, eso no se le puede hacer al santo”. El sabor de aquella comida -dicen- era el sabor de Cuba, de Cuba adentro. Así era cuando cantaba, se relamía de gusto; las frases le sabían a puerco asado y a plátano frito.

A Celeste Mendoza la aplaudieron en Japón, Venezuela, Francia, Estados Unidos, México y otros países: “Conocer es bueno, viajar es bueno. Pero nunca me deslumbró –confesó Celeste– Cuba es lo mío. No podría echar raíces en otro lugar”.

Sin embargo, según dicen, la capital española, parecía resistirse a caer en las redes de la cubana, hasta que en 1993: “Los Muñequitos de Matanzas hicieron una larga introducción antes de que ella subiera al escenario y gritara por todo el Paseo de La Castellana: ¡”Al fin Madrid! “… seguido de una palabrota! Aquello fue el acabose.

La característica más sobresaliente de la reina del Guaguancó, como dijera la prestigiosa musicóloga María Teresa Linares, era su voz: grave, potente, cálida, de timbre ríspido; su domino del ritmo, sus rejuegos con el rubato, su rumbosa y galana expresión que domina el ambiente sonoro que produce.

Es cierto que tuvo algunas complicaciones en su vida. Es cierto que hay caminos que se enredan en las esquinas menos pensadas del alma, pero quienes puedan tirar la piedra hagan espacio para la indulgencia.

“¿Qué pasará cuando ya no estés”, le preguntó un periodista.

“¡Ay, tú no sabes la alegría que me da cuando veo cosas como la del otro día”, le respondió Celeste. Yo venía para mi casa y me encontré a un grupo de jóvenes que estaban tocando un guaguancó en una esquina, con un cajón”.

“¡Tú sabes como me acordé de Santiago! Y me dicen: ¡Venga, Celeste, venga! Y para allá me fui a bailar y a cantar. Eso, chico, eso nunca va a morir!”.

La “Reina del Guaguancó falleció el 21 de noviembre de 1998; sin embargo, todavía hay quienes aseguran verla, por la calles del Vedado donde vivía, regalando sus dicharachos y gestualidades, con toda su cubanía.

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