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La profesora

4 de abril de 2015

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cuba-dia-educador-tunas-07Para sus adentros, la profesora sonrió. Los observaba. Una pura estampa de escuela modelo en espera de una visita. Alumnos obedientes y silenciosos. Si todos los días fueran como estos, los marcados por las últimas pruebas. La paz envolvía el aula todavía favorecida por un frescor primaveral. Unos, los menos por desgracia, decididos al saberse amos del conocimiento, escribían. Otros, la mayoría, estudiosos a medias, buscaban en el techo, las ventanas, el suelo, una palabra, un concepto perdido, base del impulso inicial. Los menos, por suerte en este año lectivo, reflejaban la conformidad ante el suspenso asegurado, fruto del desgano personal o de promociones anteriores injustificadas.
Desde esta posición, parada en una esquina, años atrás, podía divisar hasta los más mínimos movimientos. Al fondo, ya no llegaba la vista. Se movió. Nunca se acercaría demasiado. Evitaba aumentarles el nerviosismo y merecían respeto. Pasaron las fechas de respuestas escritas en las gomas y papelitos viajeros. Al comienzo de los móviles, por puro desconocimiento personal, alguien cuajó las trampas. A su aula, nadie entraba ni con móviles, ni tabletas de esas.
Los muchachos la respetaban. En esta profesión, uno se hace la fama. Los del año saliente la trasladan a los de semestres anteriores. Y después de tantos años en el mismo grado, su expediente personal, el verdadero, el escrito boca a oído por los alumnos, ya estaba impreso y acuñado.
Daba gusto reconocer en un padre visitante a aquel alumno recordado por sus calificaciones unidas a un aspecto puntual de su personalidad en ciernes. En su haber anotaba, los alumnos eran puras ganancias en su regocijo interno, un buen número de profesionales y expertos en diversas materias. Estaban los otros, su débito con la sociedad porque el fracaso de ellos, lo sentía propio. A su voz y maneras, llegaban en ese límite ambiguo entre la niñez y la adolescencia, cuando la familia, el ambiente y en su honradez fundamentalista no podía negarlo, otros maestros, los habían dejado torcer, o torcidos. En un limbo entre la esperanza y las dudas, estaban otros. Los idos por aire o mar, por decisión propia o familiar, a otras tierras. Eran interrogaciones abiertas que últimamente, tenían respuesta.
En la segunda fila, una sonrisa la gratificó. Era el de los muñequitos. Así le decían los compañeros, y ella así le llamaría el último día del curso, el de la despedida. Tenía la vocación bien definida. Todos los días, traía una historieta nueva con los personajes del aula. Ella se sabía también caricaturizada en el papel y que en ese último día, se la enseñaría.
Dichosos aquellos que un hada buena con su varita mágica los bendice con el don de la vocación, milagrosa o genética, pero sí existente para los elegidos, blancos o negros, ricos o pobres.

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