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La Oración de Tampa y Cayo Hueso (II)

18 de febrero de 2022

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José Martí, 1896, Federico Edelman, Carboncillo sobre papel 57 x 45 cm

 

Este discurso pronunciado por José Martí ante la emigración cubana de Nueva York el 17 de febrero de 1892 no es referido muy frecuentemente al hablar de su vida y de su oratoria. Sin embargo, resulta una pieza oratoria singular porque el Maestro se refiere a su propia persona en más de una ocasión.

De alguna manera, durante el relato de sus estancias en ambas ciudades, menciona al “convidado” a visitarlas, al “hombre recogido en sí”, al “hombre silencioso”, “al viajero sin fuerza y sin voz” —aludiendo así a sus dificultades de salud—, a un “hombre que solo la poca vida que le resta puede dar”. Curiosa, pues, esa manera de autopresentarse a través de la tercera persona, recurso del que posiblemente se valió para indicar a su audiencia residente junto a él en Nueva York cuán poco conocido era él en la emigración del sur de la Florida antes de esas visitas y hacer comprender la importancia de que finalmente allí se llegara a aceptar la creación del Partido Revolucionario Cubano.

Lo interesante es que al dar elementos acerca de la cálida acogida que recibió, el “impulso tan espontáneo de virtud” que se le brindó, que “solo un político mezquino” “hubiera sobrepuesto el interés previsor al deber de contemplar con respeto y cariño la demostración que el pueblo hacia de las virtudes que le niegan.” Y afirma tajantemente: “¡solo el cobarde se prefiere a su pueblo; y el que lo ama, se le somete!”

Son observaciones que muestran el alto sentido de la entrega martiana a su pueblo, un compromiso de sacrificio que expresa inmediatamente: “¡Y si se ha de sacrificar el desamor honroso de la ostentación pública, se le sacrifica, que la vida vale más y se le sacrifica también! ¡Póngase al hombre de alfombra de su pueblo!”

Establecidos esos principios, la palabra regresa a la primera persona, con lo cual se asegura de que a los oyentes no quedase duda alguna acerca de quién es el hablante: “Yo bien sé lo que fue. Yo amo con pasión la dignidad humana. Yo muero del afán de ver a mi tierra en pie. Yo sufro, como de un crimen, cada día que tardamos en enseñarnos todos juntos a ella. Yo conozco la pujanza que necesitamos para echar al mar nuestra esclavitud. Y sé donde está la pujanza. Yo aborrezco la elocuencia inútil.”

Con estas ideas, Martí ratifica su entrega a la causa patriótica y demuestra su plena conciencia acerca de su propia importancia y de su destacado papel para la pelea por la independencia. Claro que tal conciencia se nos muestra como un deber por cumplir, no como un capricho o un afán de poder. Y culmina esta extensa parte del discurso cuyas ideas se han glosado explicando por qué en Tampa y Cayo Hueso lo habían adoptado con fiesta, amistad, adhesión y reconocimiento como el líder esperado y apropiado. “Fue que hemos cumplido la promesa que en los doce años de labor veníamos empeñando al país, que hemos vigilado desde la oscuridad, que hemos deshecho y rehecho, que hemos purgado y renovado, y cuando la patria, a despecho de sus agoreros, se palpa el corazón, cualesquiera que sean las llagas del cuerpo y el corte del vestido, ¡el corazón está sano!”.

Se justifica plenamente este cambio de persona a la primera del plural: ya no es únicamente Martí pensando en y desde sí mismo, sino el corazón, o sea, el alma, el espíritu del pueblo cubano. El Maestro se ha sumergido en su pueblo y habla desde y para él. Esa es su entrega.

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